Lugares que nunca fueron | Antología

Parte 1

El último niño

La luna se retorcía en el cielo, como si quisiera desgarrar la noche con su fulgor plateado, brillaba con una intensidad desesperada, aferrándose a su lugar en el firmamento, suplicando en silencio. Por favor, por favor, que alguien lo ayude. Que alguien lo salve.

Bajo su resplandor tembloroso, un sendero de luz descendía como un manto celestial, guiando el camino hasta una figura diminuta en la hierba. Un bebé lloraba con fuerza, sus brazos pálidos agitándose en el aire gélido, buscando algo—alguien—a quien aferrarse. Su cabello blanco, más níveo que la nieve de invierno, resplandecía con un fulgor etéreo, su piel parecía traslúcida bajo la luz lunar, frágil como el cristal, y su llanto, desgarrador y puro, se elevaba hacia el cielo con impotencia.

La luna lloró con él, lloró con la desesperación de una madre impotente, sus lágrimas invisibles mezclándose con la brisa nocturna. Por favor, que alguien escuche. Que alguien lo salve. Que su vida no termine aquí.

Y alguien escuchó.

Dos sombras se movieron entre los árboles, silenciosas y letales como depredadores acechando en la oscuridad, no eran hombres comunes, eran cazadores de vampiros, desterrados de sus propias tierras, errantes sin manada, su destino había sido sellado mucho tiempo atrás, condenados a vagar sin un lugar al que llamar hogar. Pero en esa noche, la luna los llamó.

Uno de ellos, alto y de ojos dorados como el fuego, alzó la vista hacia la cima de la colina. Su compañero, de cabello oscuro y semblante endurecido por los años de batalla, le dedicó una mirada de advertencia. "Es una trampa", parecía decir sin necesidad de palabras, y sin embargo, ambos avanzaron, siguiendo el resplandor de la luna.

Cuando alcanzaron la cima, sus ojos se encontraron con la visión imposible de un bebé abandonado, la criatura era demasiado pequeña, incluso para un niño licántropo, sus diminutas manos temblaban de frío, su pecho subía y bajaba con respiraciones entrecortadas, era un milagro que aún estuviera vivo.

Los dos hombres intercambiaron una mirada cargada de incertidumbre. "¿Qué hacemos?"

Sabían lo que era, lo supieron en cuanto sintieron su olor, un aroma suave, distinto a cualquier otro licántropo, era un Omega

Los alfas no daban a luz omegas con facilidad, eran raros, tan raros que su nacimiento solía ser visto como un mal augurio, en las antiguas historias, los últimos omegas habían sido protegidos por la luna misma, ocultos del mundo para preservar su existencia, y ahora, ese pequeño estaba aquí, bajo su resplandor, como si el mismo cielo lo hubiera dejado en su camino.

Las reglas eran claras: no debían tomarlo, no podían formar una manada. Los licántropos desterrados no tenían derecho a reclamar nada, pero dejarlo ahí… abandonarlo en la soledad del bosque…

No.

El cazador de ojos dorados se inclinó primero, con un gesto vacilante, envolvió al niño en su abrigo, sintiendo cómo el pequeño cuerpo tembloroso se acurrucaba contra su pecho.

El llanto cesó al instante.

Los dos hombres contuvieron el aliento, era como si el bebé los reconociera, como si hubiera estado esperándolos.

La luna suspiró aliviada.

Con una mano en el corazón, les otorgó su bendición.

El último niño estaba a salvo.



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En el texto hay: desamor, amor, odio

Editado: 05.06.2025

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