Y los ojos que ya no eran suyos
El ambiente se había vuelto incómodo, aunque Klen no lo notó, no era particularmente bueno leyendo ese tipo de señales. Estaba demasiado acostumbrado a su propio mundo para prestarle atención a las sutilezas ajenas. Sin embargo, algo sí le pareció extraño: Luke y Sofía abandonaron la habitación con unas sonrisas extrañamente cómplices en el rostro, y él no supo cómo interpretarlo. Aun así, no le dio demasiada importancia.
Lo que sí lo desconcertó fue que Cristina no se fuera con ellos. Permaneció en la habitación, sentada frente a él, en completo silencio, observándolo de una manera que lo puso ligeramente tenso.
—¿Qué pasa? —preguntó, frunciendo levemente el ceño. Ella seguía mirándolo fijamente, sin decir una sola palabra.
—¿Cómo son tus padres?
La pregunta lo descolocó. No solo por lo repentino, sino por la incomodidad que le generaba. Sus padres eran lo más importante de su vida, su ancla, su refugio... pero hablar de ellos no era fácil. Mucho menos con alguien que apenas conocía. El estigma sobre los desterrados y las relaciones entre betas seguía pesando sobre él como una sombra constante.
—¿Por qué quieres saber eso? —respondió, sin ocultar su desconfianza.
—Solo... veo lo mucho que los quieres. Y me da curiosidad —dijo Cristina, encogiéndose de hombros con suavidad.
Klen desvió la mirada un momento antes de contestar.
—Son normales. Dos hombres que son destinos. Se aman mucho. Los mejores cazadores que he conocido —respondió de forma trivial, sin agregar más. No le interesaba abrirle la puerta de su vida privada a una elfa con la que apenas había cruzado palabras unos días atrás.
Pero por más que lo intentara, no lograba ignorar el efecto que Cristina tenía sobre él. Antes de ella, había sido prácticamente inaccesible. Incluso a Luke y Sofía les había costado acercarse, y eso que eran invasivos por naturaleza. Pero Cristina... Cristina había entrado a su espacio con dulces y palabras suaves, como si siempre hubiera estado ahí.
No recordaba el momento exacto en que comenzó a notarla, pero fue claro el instante en que sus sentidos se alteraron por su presencia. Cuando intervino en aquella pelea entre ella y una humana, lo hizo sin pensar, como movido por algo más allá de la lógica. Sus instintos se activaban con ella cerca, pero no como lo harían ante una amenaza, no con la tensión de una caza o el acecho de una criatura oscura. Era diferente. Incómodo, sí, pero... distinto.
Y ahora estaban solos. Por primera vez, sin interrupciones. Ni estudiantes, ni Luke, ni Sofía. Solo ellos dos. Y un silencio que se volvía cada vez más denso.
—¿Son destinos? —preguntó de pronto.
—Sí —contestó él, sin pensarlo demasiado.
Ella asintió con lentitud. No apartó la mirada ni por un segundo.
—¿Te puedo pedir un favor?
—Si me vas a pedir dinero, no tengo. Probablemente tú tengas más que yo —bromeó Klen, intentando aligerar el ambiente. Pero al hacerlo, notó algo extraño: sentía calor en las palmas. Una quemazón sutil, como si la magia se activara por sí sola.
—Prométeme que, pase lo que pase, no vas a matarme.
El tono de ella era serio. Demasiado serio para una petición tan absurda.
—No puedo prometer eso —dijo Klen con honestidad. No mentía. Jamás haría esa promesa. Ni siquiera sus padres se la pedían, porque sabían que su instinto de supervivencia estaba por encima de todo.
—Hazlo solo por hoy. Que tenga fecha de vencimiento —insistió—. Prométeme que no me matarás de aquí al próximo lunes.
Klen la miró fijamente, evaluándola, antes de dejar escapar una ligera sonrisa.
"Son solo tres dias hasta el lunes"
—Bueno, eso sí puedo hacerlo —levantó la mano derecha como si hiciera un juramento solemne—. Lo prometo.
Apenas las palabras abandonaron sus labios, Cristina se abalanzó sobre él. Sus manos se aferraron a sus mejillas y sus labios se estrellaron contra los de él con una fuerza que lo dejó inmóvil.
No fue la sorpresa lo que lo paralizó. Fue la corriente que recorrió su cuerpo, como un rayo que lo atravesaba desde el pecho hasta la punta de los dedos. Su corazón se detuvo. Literalmente. Y luego volvió a latir con violencia, como si intentara alcanzar el ritmo del beso.
Los labios de la elfa se movían con hambre, con urgencia, con una intensidad que lo hizo jadear. Klen no sabía cómo responder. No estaba preparado. Estaban en una posición extrañamente íntima: él inclinado hacia atrás, ella encima, dominando la cercanía, envolviéndolo con su presencia.
Tardó un minuto —un largo y eterno minuto— en recuperar el control de su cuerpo. Cuando lo hizo, la empujó con fuerza instintiva. Cristina salió disparada hacia la pared, donde se estrelló con un golpe sordo.
Ambos jadeaban, como si hubieran corrido una maratón. Klen la miró a los ojos. Los de ella eran de un azul intenso, brillantes, casi hipnóticos. Los suyos... no necesitaba un espejo para saber que ahora eran púrpura.
—Lo sabía —susurró Cristina, con una sonrisa de satisfacción en los labios. Pero esa sonrisa se desvaneció tan rápido como había aparecido al ver la expresión que se formaba en el rostro de Klen.
Oscura.
Letal.
Una promesa de violencia contenida.
—Voy a matarte —susurró él, y su voz fue tan baja como una brisa... pero igual de helada. Cristina sintió cómo cada fibra de su cuerpo se tensaba. Tembló. No de frío. No de miedo. De certeza.
Había hecho algo irreversible.
__________
¿Cómo conoces a tu destino? ¿Cómo se hacen los destinos?
Nadie lo sabe con certeza.
Ni los textos más antiguos, ni los estudios científicos más rigurosos han logrado descifrar su origen. El destino es un misterio ancestral que simplemente es. Ha existido desde que el mundo recuerda y ha sido aceptado como una verdad inquebrantable, aunque sus reglas escapan a la lógica.
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Editado: 05.06.2025