Lumen.

Prefacio.

Era muy noche cuando Samuel Lorett se asomó por la ventana de su habitación reaccionando a un ruido. Se preocupó de inmediato, puesto que no se encontraba en la seguridad de su mansion, sino en la casa de su hijo recién fallecido y al pendiente de su nuera y sus pequeños nietos, por lo tanto, era responsable de su seguridad y estaba alli, para llevar a su familia con él, sobre todo para estar más pendiente de su nieto mayor, quien sería su succesor y tendría que asegurarse de que fuera un lider fuerte y digno.

Samuel era un hombre que aparentaba unos cuarenta y cinco años de edad, cuando en realidad alcanzaba los cientos doce. Era el líder de una antigua legión de seres magicos la cual se denominaba “Guerreros Lumen”. Había enfrentado de cara al peligro y se podia decir que su vida, así como la de sus guerreros, se veía constantemente amenazada, por los enemigos que le acechaban a cada paso. Prueba de ello, era haber perdido a su unico hijo, por lo tanto, debía estar alerta en todo momento.

Bajó presurosamente las escaleras para atender el fuerte golpeteo en la puerta. Le hizo una seña a su nuera y le indicó entrara a la habitación de los niños. Cuando se cerró la puerta tras ella, Samuel murmuró un hechizo y su mano se iluminó en un dorado nítido para proyectar un rayo de luz del mismo color, para que la entrada quedara sellada con magia y su familia estuviera a salvo mientras él descubría, de que se trataba todo.

Bajo las escaleras con cautela y se dirigió a la puerta de entrada, al abrir, Samuel se encontró con un hombre joven, de unos veinticinco años, su cabello era negro, de tez clara y sus ojos grises que brillaban con desesperación enmarcados con unas ojeras pronunciadas.

Samuel no había notado que el hombre llevaba un bulto entre los brazos hasta que este lo extendió hacia él. Al tomarlo, inmediatamente supo que se trataba de un bebé; lo sostuvo entre sus brazos y al destaparlo quedó paralizado de la impresión. El niño no era como cualquiera, aunque él sabía perfectamente de que se trataba. Una especie de tatuajes con formas antiguas brillaban con luz propia por toda la piel del bebé y sus ojos que eran dorados, brillaban como el oro. Era un heredero de la magia Lumen al igual que él, solo que no esperaba que esto se presentara, cuando su nieto quien era el descendiente directo tenía que haber heredado ese poder de él.

—¿Cómo me encontraste? —preguntó al hombre sin dejar de observar al pequeño.

—Mi padre —contestó el hombre con dificultad—. Mi padre me contaba las mismas historias que le contaba mi abuelo —dudó en continuar hablando, pues parecía no caer en cuenta de que estaba frente al heredero en persona—. Pensé que eran solo cuentos... mi abuelo era... Aaron Vera — reveló nerviosamente el hombre. Entonces Samuel comprendió el nerviosismo del hombre respecto a su aspecto fisico—. Todas, o casi todas esas historias incluían el nombre de Samuel Lorett, su nombre.

Los recuerdos de Samuel ubicaron a un joven Aaron Vera. Sin duda un viejo amigo que lo conocía perfectamente y aunque el avance de los años no había perjudicado su aspecto físico, su experiencia y sabiduría no compensaban el tener que perder amigos tan leales, como el mismo Aaron Vera.

—¿Alguien más sabe esto? —habló señalando al bebé.

—No. A mi esposa se le adelantó el parto, yo la atendí, pero ella murió —agregó quebrándosele la voz—. Acabo de sepultarla y no dejé que nadie viera al bebé.

—Lo lamento —dijo Samuel con respeto sabiendo que el nacimiento de un heredero, significaba inequívocamente la muerte de la madre. Era un injusto precio al poder que representaban—¿Tu abuelo te dijo que soy?

—Si —se apresuró a contestar—, pero yo estaba seguro de que eran solo cuentos hasta que... —miró al bebé con profunda tristeza—. Hasta que nació ella.

—¿Ella? —Debía existir una explicación racional a esto, pensó Samuel. Él mismo era testigo de cosas únicas e impresionantes, pero nunca pensó que pudiera suceder algo como lo que estaba presenciando.

—¿Qué pasa? —El hombre interrumpió sus pensamientos. Samuel le entregó a la niña y desapareció un momento para volver apresurado con unos pergaminos en las manos. Había hecho un conjuro ráido para que aparecieran en sus manos, pero prefirió que el asustado joven no se percatara de ello.

—Si escuchó con atención las historias de su abuelo, debe saber el porqué de la condición de su hija. Puedo pensar que... —Detuvo su frase dejándola al aire.

—¡Que! —exigió el hombre. Samuel comenzó a desenrollar los pergaminos en los que se podían apreciar las siluetas que también estaban impresas en la piel de la niña.

—Lo siento, no sé su nombre —dijo Samuel.

—Esteban Vera.

—¿Y la niña? —preguntó por ser amable.

—Aún... aún no lo sé —contestó inseguro mirando a su hija.

—Bien, comencemos entonces.

Samuel pasó las siguientes cuatro horas explicando a Esteban la situación en la que se encontraba su hija y lo que significaba.

—¿Entonces quiere decir que esto que pasa con mi hija, es un error de genes? ¿No tenía que haberle pasado a ella?

—No —puntualizó Samuel—. Han pasado siglos y cada tanto ha nacido un heredero, solo que hasta ahora solo había sido dentro de familias descendientes de la magia, saltándose algunas generaciones, y bueno, tampoco es raro que le haya sucedido a su hija ya que de alguna manera los genes pueden estar unidos en algún momento de la historia. Sin embargo, esto es diferente.




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