Lumen.

1 *Allanamiento*

Ivanna

 

No hay nada más relajante que mirar las estrellas desde el tejado, sintiendo la brisa fresca chocar contra tu rostro y el ambiente lleno de relajación que te invita a meditar. Y creo que es de admirar que una chica de tan solo veinte años se regocije en el aire y la naturaleza… “¡Bien, a quien engaño!” solo estoy como todas las noches revisando mis redes sociales y el pequeño tejado fuera de mi ventana, es un lugar idóneo para ello.

—¡IVANNA ASHLYN VERA, BAJA AQUÍ EN ESTE INSTANTE! —La aguda voz de Marcia, mi madrastra, o bueno, más bien mi madre ya que me ha cuidado y querido durante toda mi vida, gritó desde la planta baja de mi casa.

—¿Mamá, que pasa? —grité mientras entraba por la ventana de mi cuarto y salía de este para bajar a donde mis padres aguardaban por mí—¿Se puede saber por qué tanto grito? —Mi padre se encontraba junto a mamá, ambos con los brazos cruzados y con ganas de querer asesinarme.

—¿Se puede saber, como es que chocaste el auto y no nos dijiste nada? —dijo mamá tratando de tranquilizar su genio.

—¡Oh! Ya lo notaron. —Fue lo único que atiné a decir, ya que contarles que el accidente ocurrió después de la fiesta de mi mejor amiga, de la cual salí ebria a más no poder, sería una mala idea.

—¡Por supuesto que lo íbamos a notar, Iv! Casi se le cae la puerta trasera —habló papá, quien a pesar de estar molesto lucía más relajado que mi madre.

—Lo siento, en serio, pensaba costear la reparación con trabajo en las farmacias.

—Por supuesto que lo pagaras... ¡Espera! ¿Dijiste que trabajaras en las farmacias? —Los ojos de papá brillaron con emoción, mientras mamá me miraba incrédula.

Papá era dueño de una cadena de farmacias, en las cuales me había negado trabajar, por el simple hecho de que no quería ser la hija consentida del jefe.

—Si papi lo haré, lo prometo. —Ambos se relajaron al escucharme, ellos sabían que cumpliría mi promesa.

—De acuerdo nena, ve a lavar tus manos que pronto estará lista la cena. —Mamá sonrió y después de dar un beso a papá, se marchó a la cocina.

—Iv, nena, prepararé todo para que entres a trabajar el lunes después de la universidad —sentenció mi padre sin darme oportunidad a retractarme con el asunto del trabajo. A fin de cuentas él quería que aprendiera el negocio ya que yo heredaría la empresa familiar.

—Claro que si, jefe —dije mientras hacía un saludo militar, para luego subir nuevamente a mi habitación.

En realidad, si, era la nena consentida de papá y al ser hija única no había más opción; demás de ser la niña más hermosa y fuera de lo común a decir de mi madre. Pero yo más bien me consideraba un fenómeno. Oh bueno tenía en que basar mi teoría. Para comenzar: mis ojos grises cambiaban súbitamente de color a un dorado brillante cuando no era capaz de controlar mis emociones, por lo que usaba lentes de contacto desde mi adolescencia. Mi piel, se iluminaba sutilmente y ese cambio sucedía al mismo tiempo que el de mis ojos. Para rematar el colmo de la rareza, era capaz de mover objetos solo con pensarlo. Al principio, cuando era niña fue muy difícil controlar todo esto, lo que me limitaba a las cuatro paredes de mi hogar para que nadie notara lo “especial” que era —decir de mi madre—. Incluso mi educación fue impartida en mi casa y lo bueno de eso es que la niñera que me atendió desde bebé y papá terminaron enamorados y casados después de un tiempo. En fin, rematando con mi anormalidad, también sufría de ataques de asma.

Conforme fui creciendo, logré controlar mis anormalidades y pude entrar a una escuela y tener amigos que me consideran tan normal como ellos. Aún debp que ser cautelosa y no mostrar mis cualidades a nadie, ni siquiera mi mejor amiga lo puede saber.

—¡IV, YA VEN A CENAR! —A veces creía que mi mamá había nacido con un megáfono integrado en la garganta, ya que sus gritos traspasaban fronteras.

—¡Ya voy mamá! —grité ya bajando las escaleras perezosamente—¿Y que hay hoy para cenar? — dije cuando por fin me senté a la mesa con ellos.

—Canelones, te van a encantar. —Antes de que pudiera protestar, mamá ya me había servido una porción de comida. Hice una mueca cuando vi el plato frente a mí.

—Pero mamá, sabes que detesto la pasta —protesté.  

—Ivanna, hija, vas a cumplir veintiún años dentro de muy poco ¿y tenemos que seguir peleando contigo por la comida? —Mamá tenía la particularidad de ser mandona y aunque no quería, tuve que comer pasta para no desatar la tercera guerra mundial por no querer cenar. Entre bocado y disgustos me fijé en el atuendo de mis padres. Estaban demasiado arreglados para cenar solamente conmigo, o quizá los benditos canelones los hacían sentir importantes.

—¿Por qué tan arregladitos? —señalé a ambos con el tenedor.

—Bueno —papá fue quien respondió—, mamá y yo iremos al cine, si quieres puedes acompañarnos. —Negué antes de que dijeran algo más.

—¿Y ser testigo de sus arrumacos mientras paso vergüenza? No, gracias. Además, tengo examen mañana y debo estudiar. —En parte, era cierto lo del examen, aunque gracias a mi excelente memoria no me hacía falta estudiar. Pero tampoco quería hacer mal tercio en sus momentos de pareja.

Excelente memoría: cualidad que me faltó agregar a mi lista de rarezas. Tenía una retentive unica y mi IQ era lo suficientemente elevado para considerarme una chica genio. “Cosas de fenomenos y de lo que tampoco me gustaba alardear”.




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