Lumen.

4 *¿Pretendes que me convierta en su protector?*

Mateo

 

—Qué bueno que te veo Mateo. —Mi abuelo me encontró en la entrada de la mansión. Había dejado a Ivanna y su familia, bajo la vigilancia de Alain y de Ian—¿Cómo te fue?

Rodé mis ojos y comencé a caminar hacia la casa, ignorándolo abiertamente. Obvia me siguió, sabía que yo estaba molesto por la imposiciones que me hizo de ser quien cuide a la heredera. Detuve mis pasos para encararlo.

— Busca a alguien más que se encargue de ella, yo no quiero.

—Mateo... Sabes bien que no hay nadie más, tú fuiste criado para esto.

—¡Exacto! Yo soy quien debía liderar, no una chica asustadiza que no tiene la más mínima idea del peso que lleva sobre sus hombros.

—Sabes que no es a lo que me refiero, o algo que yo pueda remediar —respondió cansino—. Yo no elegí que ella fuera heredera en lugar tuyo, pero yo te preparé para que tú lideraras y ahora tú eres el indicado, para ayudarla a que sea una buena líder.

—Abuelo, no quiero. —Bajé la guardia porque realmente Samuel Lorett no entendía lo difícil que era esto para mí—¡Ella me quitó todo! Hasta a mi madre. —Nadie, ninguna mujer que engendraba a un heredero había sobrevivido. Era una pesada carga que debíamos llevar. Al ser yo el descendiente que recibiría el poder Lumen, mi madre firmó su sentencia al embarazarse de mí. Porque antes de que ella, Ivanna, naciera, yo era el elegido para liderar. Así que también eso me quitó. La muerte de mi madre, fue en vano.

—Entiendo cómo te sientes, hijo...

—No, no lo haces. Si lo entendieras, no me harías pasar por esto abuelo. —Me di vuelta y entré con camino a mi habitación.

Después de darme un rápido baño, me puse solo un pantalón de dormir. Me recosté, dispuesto a descansar un poco cuando tocaron la puerta de mi habitación. Resignado, me levante para abrir.

Era Elisa, la madre de mi hermano Ian. Ella a fines prácticos, había llevado el rol de madre para mí. Se casó con mi padre un par de años después de que nací. Y aunque en cierto modo sufría no haber conocido a mi mamá, Elisa, lo era todo para mí.

—Mateo. —Sonrió con ternura—. Me dijo tu abuelo que habías llegado. —Abrí un poco más la puerta y le hice un ademán para que se decidiera a entrar.

—Supongo que también te dijo sobre el drama de mi madre muerta.

—Mmm. —Se tomó la barbilla fingiendo pensar un poco—. Tal vez menciono algo —sonreí. Me senté en la cama y la invité a sentar también—. Sé que perder a tu mamá no es algo que se pueda llegar a olvidar.

—Tú eres mi mamá y lo sabes —aclaré—. No quiero que pienses que, porque dije eso, me haga falta algo que tu no me hayas dado.

—Lo se hijo, pero me preocupa. —La abracé.

—Estoy bien ma'.

—Y respecto a esa chica...

—No lo arruines mamá —supliqué—. No me interesa hablar de ella —quité el brazo que rodeaba sus hombros y cubrí mi cara.

—Ella no tiene la culpa Mateo —continuó.

—¡Lo se mamá! Pero no me pidas que no la odie. Ella me quito...

—No Mateo, ella no te quito nada. Tú sabes si quiera lo que eres, ella no tiene ni la más remota idea de lo que es o el peligro en el que se encuentra, hijo. Tú eres un buen hombre, porque yo te eduqué para que lo fueras, no te comportes de esa manera, ayúdala.

—¿Pretendes que me convierta en su protector, su confidente o su mejor amigo? —pregunté mientras me levantaba de la cama y comenzaba a caminar por la habitación—. Si lo que me pides es que continúe con lo que mi abuelo me impuso, no te preocupes, lo haré, por ti, porque tú me lo pides, pero no pienses que en algún momento de la vida ella me agradará o la aceptaré como mi líder.

Se levantó y acaricio mi rostro. Tomé su mano y di un beso en ella. Estaba enojado, pero Elisa era mi gran amor, mi madre, así que jamás le haría algo que la hiciera sentir mal.

—Sé qué harás lo correcto hijo. —Dio un beso en mi mejilla antes de salir del cuarto.

Me acosté, pero sabía no podría lograr dormir, así que ya desesperado decidí mejor levantarme. Fui al lavabo y me lavé la cara y reté a la mirada que me devolvía el espejo. Mi mente era una encrucijada total. Me sentía furioso, incluso conmigo mismo y cansado de mi persona. Mi reflejo me miraba con desprecio. Volví a mojar mi cara, tratando de que el agua se llevara toda mi frustración, pero el resultado fue el mismo. Así que para vengarme de la forma en que mi reflejo me observaba, tomé unas tijeras de uno de los cajones, sujeté mi cabello que se encontraba atado con una liga y lo corté. Me arrepentí al instante. Lo largo de mi cabello ahora descansaba en mi mano y el imprudente tijeretazo había dejado cortes irregulares.

Salí de la habitación con la intención de buscar a mi madre, aunque tuviera que interrumpir su sueño si es que ya estaba dormida, pero tenía que arreglar el desastre que yo mismo me había provocado. Julia, pasaba por ahí con otra chica que había llegado casi al mismo tiempo que ella. Mientras Julia era alta, bronceada y cabello totalmente negro. Su compañera, la cual en ese momento no recordaba su nombre, era casi tan alta como ella, pero su piel era clara. Llevaba el cabello largo, lacio y abundante, de color castaño oscuro y con unos mechones de color morado. Ambas chicas me miraron sorprendidas.




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