Lumenabine: Thessara

II: FUERA

Al siguiente amanecer, el príncipe Iskander silenció sus decepciones mientras apreciaba aquella mirada: miel dorada.

Recostó la cabeza en el borde de la ventana con las cortinas abiertas y se propuso desentrañar el misterio de esa mirada, como hacía cuando era más pequeño y notó que nadie más la veía. Pensó en la posible poseedora de esa mágica mirada y se preguntó si aquellos ojos existían sin un cuerpo o si el cuadro completo se revelaría poco a poco ante él según envejeciera. Muchas otras veces se había preguntado si acaso se trataba de la mirada de su madre, nada le convencía.

Tocaron la puerta. Cuando se levantó, le pareció que la mirada le había juzgado más de lo habitual, no solo criticando, sino también mostrando molestia.

Esta vez se había alistado por completo; se sentía más limpio que en cualquier día de los últimos cinco años. Estaba expectante por algo a pesar de su decepción del día anterior.

Al quitar el cerrojo de la puerta, recordó el porqué de su emoción y, a la vez, fortaleció su decepción. Maery era quien tocaba.

—Mi Príncipe, es un placer para mí desearle un feliz cumpleaños —saludó Maery con una reverencia.

Las mejillas de Iskander se tensaron y se tornaron rojizas. Frunció los labios, claramente incómodo.

—¿No se encuentra bien? —preguntó Maery, levantando la ceja en señal de preocupación.

—Estoy bien —respondió con el ceño fruncido, su tono cortante reflejando su malestar—. Pensé que no vendrías hoy.

—Hoy es su cumpleaños, no podía faltar mi visita en este día.

—Bueno, lo aprecio —forzó una sonrisa, aunque la expresión de su rostro no coincidía con sus palabras.

—Ahora eres un hombre, Majestad. Puedes decidir qué es lo que quieres hacer y con quién deseas hablar.

—¿Por qué lo dices? —preguntó, su voz baja y curiosa.

—Porque debiste ir a la fiesta de ayer. Creo que cualquier persona la habría disfrutado.

—La disfrutaste bastante, ¿no? —dijo, levantando las cejas en un gesto desafiante.

Maery asoció las palabras de Iskander y dio un pequeño brinco, sorprendida por el tono de él.

—¿Qué quiere decir con eso, Mi Príncipe? —dijo, su voz tembló ligeramente, avergonzada.

—Olvídalo —exclamó, levantando las manos en un gesto de desdén—. Sabes que ese tipo de fiestas no me interesan. Iré al comedor para hablar con mis tíos acerca de una fiesta de verdad. ¿Tienes algo más por decirme?

—Nada más, Mi Príncipe. Que su reinado sea próspero —hizo una reverencia, su mirada ahora baja con un toque de tristeza.

—Podrás decírmelo cuando sea Rey, Maery —respondió con un destello de ironía en su voz.

— Mi Príncipe, verá, —susurró, dudando mientras se debatía entre sus palabras—. Voy a casarme pronto y dejaré La Antorcha para siempre; me iré al mediodía.

Iskander quedó congelado unos segundos mientras la miraba a los ojos, incapaz de procesar la noticia.

—¿Príncipe Iskander? —interrumpió Maery, notando su silencio prolongado.

Iskander sacudió la cabeza y recuperó la compostura.

—Espero que seas muy feliz, Maery. Y no olvides que, —su voz se suavizó mientras le apoyaba una mano en el hombro—, somos amigos. Si nos volvemos a cruzar y no hay nadie más presente, asegúrate de llamarme Pyrith.

Maery sonrió, aunque sus ojos reflejaban una mezcla de emociones.

— Adiós, Pyrith.

Maery hizo una reverencia en señal de despedida, y su imagen desapareció lentamente por las escaleras de los torreones.

Iskander frunció los labios y se quedó inmóvil unos segundos en la puerta. De repente, un rostro conocido apareció por el pasillo, llegando del lado contrario a las escaleras.

— Príncipe Iskander, es un placer para mí felicitarle por su décimo octavo cumpleaños —dijo el Sumo Sacerdote Ménser, haciendo una reverencia mientras cargaba unos libros. Su voz era cálida, llena de nostalgia.

— Nunca olvidaré el día que empecé a enseñarle todo lo que sabía. Que el fuego del dragón te cubra esta noche y todas las noches por venir —añadió el viejo con una sonrisa sincera en su rostro, haciendo que Iskander se sintiera un poco más a gusto.

— Sumo Sacerdote Ménser, pensé que el culto estaría ocupado hoy —respondió Iskander, tratando de ocultar su inseguridad.

— Oh, querido Príncipe. Bien que estamos ocupados, pero he aquí frente a mí, mi preocupación principal —dijo el anciano con una sonrisa pícara—. Eras tan pequeño como el tamaño de mi cabeza. Tu padre fue bendecido por dragones, al igual que tú. Es por eso que eres bueno y sabio, el mejor alumno que he tenido. Sé que serás un gran Rey.

Iskander se sintió incómodo por el cumplido.

— No podría haberlo hecho sin su ayuda, Sumo Sacerdote Ménser; si no fuera por usted, no sabría nada.

— Yo solo fui un medio, muchacho. Fue la luz del fuego, la voluntad de los dragones, aquella que me ayudó a formarte —dijo el anciano, con un brillo de orgullo en sus ojos.

Iskander frunció el labio y levantó las cejas, escéptico.

— Sí, usted tiene razón. Todo es la voluntad del dragón… —le respondió, apoyando un brazo en su hombro con una sonrisa forzada.

— Nos vemos luego, muchacho. He oído rumores de una fiesta y un festín más adelante en la noche. La Escama Roja estará presente, tenlo por seguro —dijo el anciano, haciendo una reverencia antes de perderse en los escalones.

Iskander sonrió para sí mismo. «Maldito viejo. A pesar de que me esforcé por huir de ti, me enseñaste demasiado».

Iskander cerró la puerta y bajó las escaleras del torreón tras haber esperado varios minutos, buscando evitar un nuevo encuentro con el Sacerdote. Las escaleras de piedra lisa descendían en forma de caracol, alcanzando una profundidad de diez metros. Llegó al pasillo que conectaba con la entrada principal, en esta ocasión mediante un método más convencional.

Dio los pasos necesarios, recibiendo saludos y felicitaciones en el camino por parte de criadas, guardias, caballeros y sirvientes de la Escama Roja.




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