Lumenabine: Thessara

IV: FAMILIA

Iskander arrugó el rostro y frunció el ceño. Observó la sonrisa incrédula de Maels, que aún permanecía en el suelo, y se sintió confundido.

—Deja de burlarte de mí. ¿Qué estás diciendo?

Maels se incorporó y apoyó la mano en el hombro de Iskander.

—Manchas la capa...

—Lo siento, primo.

—No soy tu primo, no puedo serlo. Mi madre era huérfana, ella no tenía familia.

Maels colocó ambas manos sobre los hombros de Iskander y lo obligó a mirarlo a los ojos.

—Tu nariz es igual.

—Estás loco —respondió Iskander, intentando zafarse y darse la vuelta.

Maels lo sujetó con firmeza, impidiéndoselo.

—El Rey Jous Solberg visitó Arlath cuando tenía quince años, varios años antes de que naciéramos.

—Baja la voz

—Es verdad —dijo, entrecerrando los ojos con suspicacia—. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué el príncipe Iskander Solberg abandonaría Drakos y se presentaría a la Fortaleza de Arlath? —preguntó con el ceño fruncido y la cabeza inclinada.

Iskander sintió un tic en el ojo. Apretó los dientes, exhaló y volvió a cubrirse con la capa.

—¿Cómo estás tan seguro de que soy Iskander Solberg?

—Tú mismo me lo dijiste —se burló.

—Las personas mienten.

—¿Cuántas personas en Arlath conocen al príncipe Iskander Solberg? Nunca saliste de Drakos. El culto suele venir aquí, pero la corona no visita la frontera desde los tiempos de tu padre. La gente no conoce a sus señores, conoce a sus dioses.

— No es suficiente, viajeros: músicos o comerciantes; incluso caballeros, ellos lo sabrían y lo dirían.

— Está bien, tienes razón. Ahora dime —inclinándose más cerca, con una mirada penetrante—, ¿por qué eres igual a todos los cuadros del rey Jous Solberg?

—Casualidad. Además, es un rey —su voz tembló mientras sus dedos se crispaban en el borde de la capa—, yo podría ser un... —tragó saliva con dificultad, desviando la mirada— un...

—¿Bastardo?

—Sí, eso —murmuró Iskander, con un dejo de amargura en su voz.

—Mi madre dijo que Jous Solberg amó a tu madre por encima de todo —respondió Maels con suavidad—. No habría tenido más hijos, estoy seguro.

—Aún no es suficiente —murmuró Iskander, cruzándose de brazos.

—Creo que eres bueno mintiendo, primo —Maels se acercó con una sonrisa comprensiva—, pero no a los demás. Solo a ti mismo. Si me cuentas lo que pasa, puedo ayudarte.

—Bien, soy Iskander Solberg —admitió, dejando caer los hombros con resignación—. Vine aquí porque no deseaba ser rey. Mi plan es camuflarme entre los caballeros y cumplir mi sueño de ser un guerrero.

A Maels se le escapó una risa que resonó en el aire.

—¿Qué? ¿Qué te causa gracia? —Iskander frunció el ceño, tenso.

—La historia de tu padre que servía a un noble era más creíble —Maels lo observó de arriba abajo—. No te ves nada atlético, ni siquiera pareces comer como un príncipe. Ser un guerrero no podría ser tu sueño.

—¿Por qué crees que todo lo que supones de los otros es cierto? —espetó Iskander, apretando los puños.

—¿Acaso me estoy equivocando?

—Bien, de todas formas, no puedo confiar en ti —Iskander desvió la mirada hacia el suelo—. Nada me asegura que de verdad seamos familia.

—Tú confiaste en mí, me dijiste quién eras —Maels colocó una mano sobre su pecho—. Quizás fue tu sangre quien habló.

—Eso son supersticiones —Iskander sacudió la cabeza—. No confié en ti, solo debía detenerte.

—¿Por qué?

—Porque ibas a ser como un esclavo, a encerrarte.

—¿Por qué te importaría eso?

—No es que me importe o no —Iskander se pasó una mano por el cabello—. Me molesta que la gente libre se aprisione a sí misma.

—Entonces no te aprisiones de confiar en mí —Maels lo miró directamente a los ojos, su voz cargada de sinceridad—. Ven a nuestra casa, a las afueras de Arlath. Allí te demostraré que tu madre es mi tía: Ilicent Dhakhessous.

Iskander suspiró y se cubrió el rostro con una mano.

—¿Sabes qué? Bien.

—¿En serio? —los ojos de Maels se iluminaron.

—Sí, pero deberás mostrarme por qué los viajeros hablarán de tu comida en sus historias —una ligera sonrisa se dibujó en sus labios.

—Jah, tenlo por seguro —Maels sonrió ampliamente.

—Una cosa más —el semblante de Iskander se tornó serio—, prométeme que no le dirás a nadie nada de esto.

—¿Ves cómo confías en tu sangre? —respondió Maels con un guiño cómplice.

Iskander puso los ojos en blanco, exasperado por la insistencia de Maels.

—Solo promételo —exigió, con un tono que no admitía réplica.

—Bien, lo prometo —dijo Maels, extendiendo su mano con gesto solemne.

Iskander la tomó y la apretó con firmeza, sellando el pacto entre ambos.

—Bueno, ¿cómo llegamos a tu casa?

—Mi padre debería ir pronto a casa para vigilar a los enanos, así que iremos con él —Maels sonrió con entusiasmo mientras se giraba hacia las escaleras—. Démonos prisa, primo.

«Cómo que primo», pensó Iskander, todavía incómodo con aquella familiaridad repentina.

Sin más opciones, siguió los pasos de Maels, que ya descendía por las escaleras de piedra.

Volvieron a la frutería y encontraron una escena conmovedora: Ham consolaba a Merse, quien sollozaba contra su pecho mientras él la envolvía protectoramente con sus brazos. Maels miró a Iskander, frunciendo los labios y exhalando un suspiro cargado de culpa. Iskander respondió con un asentimiento silencioso, y Maels dio un paso adelante.

—Mamá... —susurró con voz suave y temblorosa.

Merse alzó el rostro del pecho de Ham y contempló a su hijo. Sus ojos, brillantes y enrojecidos por el llanto, lo estudiaron durante varios segundos. Ham permaneció en silencio, con una sonrisa serena en los labios.

Con un impulso repentino, Merse corrió hacia su hijo y lo estrechó entre sus brazos con desesperación. Iskander observó la escena desde su posición: la mujer exhalaba con profundo alivio mientras las lágrimas caían al suelo embarrado. Sus labios temblaban, intentando formar palabras que se convertían en gemidos ahogados.




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