Aelyn observó con nerviosismo la calva de su padre, Dand Tibe, y su porte aparentemente serio, a pesar de su aspecto similar al de una patata con extremidades. Repasó mentalmente todo lo que había estudiado esa semana: cientos de mapas, novelas, poemas, libros de historia y antiguos postulados matemáticos.
Cinco minutos habían transcurrido desde el inicio de la prueba, y su padre aún guardaba silencio. Era una mala señal; no estaba conforme con el aspecto que habían elegido para la evaluación.
«¿Seré yo?», se preguntó Aelyn.
Giró la cabeza hacia su derecha. Su hermano Freu estaba allí, tan elegante como solo lo era en este tipo de pruebas en la sala. El resto del tiempo, Freu se dedicaba a cabalgar con armadura o a comer en la cocina.
«Esta vez no es él», pensó, sintiendo un intenso escalofrío.
Disimuladamente, miró a su izquierda. Su hermana Paed lucía hermosa como siempre; su cabello ondulado rivalizaba con el suyo, y llevaba unos esplendorosos pendientes de plata. La analizó por completo mientras su respiración se aceleraba.
«No es Paed... Esto es terrible. Solo quedo yo, pero ¿qué podrá ser? Sé que este peinado no le encanta, pero nunca había sido un problema real. ¿Tendré un moco? Eso sería horrible. O quizás algo en los ojos... ¿una pestaña entrometida?...
...Es mi fin».
Dand Tibe jamás intervenía hasta que sus hijos descubrieran por sí mismos el error. Revelarles la falta, pensaba, deshonraba a los aspirantes al trono.
«Bien, respira Aelyn. ¿Qué se me pasó por alto? Dediqué una hora entera al arreglo y las criadas revisaron todo minuciosamente. ¿Qué olvidé?», se preguntó, exhalando con frustración.
«Antes de bajar, repasé la Guerra de los Dragones. Jous Solberg decapitó al difunto Rey Agor Frecks en la plaza principal. En ese momento, yo...». De pronto, la realización la golpeó. «¡Pedí a las criadas que salieran para concentrarme mientras me ponía las medias! No, ¡imposible! ¡Solo me puse una!».
Aelyn bajó la mirada y confirmó sus temores: llevaba unos hermosos zapatos negros de correa, pero solo una media de seda. Al encontrarse con los ojos desaprobadores de Dand Tibe, agachó la cabeza y contuvo las lágrimas. Acto seguido, corrió escaleras arriba hacia su habitación para remediar su descuido. La risa burlona de Paed resonó en la sala.
Su cuarto, aunque ordenado, carecía de iluminación adecuada. Destacaban la enorme cama de sábanas blancas, casi reluciente, y las estanterías que cubrían las paredes, repletas de libros de toda índole. Una de estas ocultaba el ventanal de cristal.
«He fallado y ahora me demoro», se lamentó, apretando los dientes. «¡No veo nada! ¡Qué necia fui! ¿En qué momento pensé que la luz del conocimiento sería suficiente?». Su rostro bronceado enrojeció de ira contenida. Se sentó en la cama para recobrar el aliento. Al palpar la manta, encontró la media faltante. Se calmó, se la colocó con rapidez y regresó abajo.
Las escaleras que conducían a la sala se hallaban a escasos metros de su habitación. Las baldosas blancas de mármol otorgaban a la mansión Tibe una sensación de pulcritud extrema, mientras que los numerosos jarrones con flores perfumaban el ambiente. La sala, espaciosa y amplia, ostentaba paredes de color verde azulado, grandes cuadros de caballos y exquisitas sillas talladas y ornamentadas.
Aelyn rara vez utilizaba esas sillas; de hecho, ninguno de los hijos de la rama principal Tibe las frecuentaba. Ella prefería la biblioteca, ubicada a pocas puertas de distancia, donde podía tumbarse en el suelo o recostarse contra una pared, siempre con un libro a mano. La biblioteca de los Tibe en la mansión de Fous era especial para Aelyn, pues superaba en sofisticación y variedad a la del castillo Tibe, El Pegaso, en el norte de Faustia.
Al volver a su lugar asignado, de pie en la sala entre sus dos hermanos, Dand Tibe clavó su mirada en ella.
— Una visión poderosa en una muchacha descuidada. Aelyn, si de verdad esperas ser reina, tendrás que demostrar más —dijo Dand Tibe, con voz relajada y sin expresión alguna.
Paed contuvo una risita. Dand frunció el ceño.
— En realidad, todos ustedes deben demostrar más. Por ejemplo —se volvió hacia Paed— ¿qué fue la invasión de las razas?
Paed se tensó, visiblemente nerviosa. Sus hermanos la observaron con seriedad.
—Hace muchos años, las razas atacaron una de las ciudades fronterizas de Drakoria y...
—¿Hace cuántos años? —la interrumpió con voz enérgica.
Paed apretó los dientes y negó con la cabeza.
—¿Aelyn? —se volvió hacia ella.
—Hace casi 317 años —afirmó Aelyn, erguida.
—Bien. ¡Freu! ¿Qué ciudad fue invadida?
Freu se sacudió la cabeza, distraído.
—¿Qué ciudad fue invadida? Bueno... Jous Solberg seguro marchó desde Arlath abriéndose paso en las tierras de Thelian.
—¡No estoy hablando de eso! ¿Aelyn?
—Inbernfengis, señor.
— Si el candidato más preparado de nuestra familia ni siquiera recuerda ponerse una simple media, estamos perdidos —gruñó Dand Tibe—. Los herederos de Elian tienen sangre del antiguo rey Agor Frecks, lo que les dará ventaja con el pueblo. Mi hermano menor hace esto para provocarme. No podemos permitir que el representante de Tibe sea guiado por ese hombre —añadió con el ceño fruncido y los brazos cruzados.
Los tres hermanos guardaron silencio, fijando la vista en un punto mientras las quejas de Dand Tibe continuaban. Aelyn sabía que su padre era estricto y quejumbroso; era mejor dejarlo hablar sin oposición. No expresar nada, solo existir.
Desde pequeña, había aprendido que se trataba de un hombre superado por sus ambiciones: ya había perdido su oportunidad de ser rey y ahora buscaba obtener poder a través de cualquiera de sus tres hijos. Ese deseo lo había convertido en un viejo despreciable: opresivo y prepotente, pero también era lo que había salvado a su madre y la razón por la que Aelyn estaba allí.
#738 en Fantasía
#154 en Joven Adulto
poderes magia habilidades especiales, romance acción drama reflexión amistad, fantasia epica medieval
Editado: 08.01.2025