Lumenabine: Thessara

IX: PRIMERA PRUEBA

—Lo golpearon con demasiada fuerza. Seguramente solo estaba delirando —susurró Aelyn, reprendiendo a sus dos compañeros.

—Lo lamentamos, mi Lady.

—No me llamen Lady. Recuerden, ahora soy Alyn —insistió con voz ronca, sin elevar el tono.

—Entendido, Alyn —respondieron con entusiasmo.

—Bien —exhaló—. Ahora, ayúdenlo a levantarse. Este incidente ha atraído toda la atención sobre nosotros.

Aelyn dirigió su mirada hacia los asientos de piedra, donde los demás candidatos observaban con semblante serio.

Iskander apenas podía oír; se recuperaba del golpe, pero su atención estaba fija en Aelyn. Jamás había sentido tal mezcla de emoción y confusión. Uno de los dos hombres lo ayudó a incorporarse, mientras él no apartaba la mirada de ella.

Aelyn frunció el ceño.

—¿Quién eres? —preguntó, cruzando los brazos.

Iskander permaneció en completo silencio.

—Bien, ¿sabes qué? No importa —continuó ella—. Solo evita repetir estos escándalos. Si llegaste hasta aquí, es porque quieres ganar, y para eso debes aprender a pasar desapercibido. Especialmente, no me involucres. Lo dejaré pasar por ahora, ¿entendido?

Él siguió sin decir nada.

—Es un pervertido, Alyn. No deja de mirarla —afirmó uno de los chicos.

—Tal vez sea deficiente, Mark. No insultes así a la gente —replicó el otro.

—Tienes razón, Niar, podría ser eso —dijo Aelyn, pensativa—. Déjenlo en una de las sillas y finjamos que esto nunca ocurrió.

Mark y Niar tomaron a Iskander por los brazos y comenzaron a moverlo.

—¿Cuál es tu nombre? —logró articular Iskander.

—Vaya, puedes hablar —respondió ella—. Te lo diré si me explicas por qué te acercaste de esa manera.

Iskander mantuvo la cabeza gacha mientras todos aguardaban su respuesta. Negó con un gesto.

—Bien, entonces nos veremos luego.

—Esperen —dijo, apartando los brazos de los otros hombres.

Aelyn arqueó las cejas, desafiante.

—¿Qué quieres ahora?

Iskander respiró hondo, intentando controlar el temblor de su mano.

«Debo olvidar lo sobrenatural de esto y actuar con normalidad. Solo soy un candidato en busca de información. Ya tendré tiempo para investigar sobre esta chica», se dijo a sí mismo, apretando los dientes y los puños.

—Creía que nadie se conocía aquí.

—Bueno...

—No tiene por qué responder, Alyn —interrumpió Mark.

—No me interrumpas, Mark. Sé lo que hago —replicó ella, mirando directamente a Iskander—. La verdad es que formar alianzas me parece una de las mejores formas de fortalecerme en cualquier aspecto. Esta convocatoria es incierta y la zona completamente desconocida. Cuantos menos elementos deje al azar, más segura estaré. ¿Comprendes eso?

—Eh, sí.

—Bien, tienes buen aspecto. ¿Eres noble? —inquirió Aelyn.

Iskander apretó los dientes y negó con la cabeza, acomodando disimuladamente la bolsa de valeones que aún llevaba bajo su capa.

—Perfecto. ¿Sirve tu familia a alguna casa?

Iskander volvió a negar.

—Bien, entonces te ofreceré mi mano. Si la estrechas, me servirás de ahora en adelante —dijo con confianza—. Si llegas a traicionarme, yo misma me encargaré de ti.

Aelyn extendió su mano.

Iskander frunció el ceño. Deseó tomarla, pero recordó su promesa a Dhora.

—No voy a hacer eso —respondió con firmeza.

—Oh, ¿en serio? ¿Y por qué no? —preguntó ella, con mirada penetrante.

—Si esperas que te ofrezca la Crúoroda, mi respuesta es no. La quiero para mí —declaró, reuniendo confianza.

Aelyn se sorprendió y esbozó una sonrisa. Retiró su mano.

—Bien, respeto eso. También admiro cómo ocultas tu espíritu. Mis aliados deberían aprender un poco de eso.

Mark y Niar adoptaron expresiones serias.

—Nos vemos, rival. Espero que sobrevivas —dijo Aelyn. Se giró y empezó a alejarse junto a sus aliados.

Iskander la contempló inmóvil, aún incrédulo ante la existencia de la dueña de aquella mirada.

«Esa chica... ni siquiera lo sospecha», pensó, con un dejo de decepción.

«Su cabello bajo el sol parece del color de sus ojos. Es demasiado hermosa», reflexionó, apretando su mano.

Mientras la observaba, y estando aún bastante cerca, ella se volvió.

—Mi nombre es Alyn, no lo olvides. La futura receptora de la Crúoroda —declaró con aire desafiante.

—Y yo... —su voz vaciló—. Yo soy Isk.

Aelyn le hizo un gesto de respeto antes de darse la vuelta nuevamente. Él le correspondió.

Iskander volvió a ocupar su asiento en la silla de roca. Inspiró profundamente, esforzándose por no fijar demasiado su atención en ella y, en su lugar, observar a los Xephios. Estos no mostraban despreocupación alguna; ni siquiera parpadeaban y mantenían una compostura impecable, incluso superior a la suya. Al menos diez Xephios de diversas edades se distribuían por el campamento, cada uno anclado a su zona asignada. Su capacidad de concentración y compromiso parecían sobrehumanas. Todos lucían sus velos descubiertos y cabezas rapadas, sin distinción entre hombres y niños. Sus ojos azul zafiro, de una profundidad que parecía escrutar el alma de Iskander cada vez que se posaban en él, contrastaban con una actitud que le resultaba inquietantemente rígida. ¿Acaso no pensaban en nada más allá del presente? Estas reflexiones lo distrajeron momentáneamente, pero al caer la tarde, su mirada volvió a buscarla inevitablemente.

Con la llegada de la noche, una nueva ilusión lo embargó. Sus ojos, en la oscuridad, resplandecían tan intensamente como las llamas de la fogata; un espectáculo que jamás había presenciado: la mirada miel dorada brillando en la penumbra. Imaginó por un instante qué habría ocurrido si hubiera estrechado su mano, pero desechó rápidamente esas ideas. Si algo rivalizaba en valor con esa mirada, era el sueño de Dhora, aquel que él debía materializar, la razón por la que necesitaba la Crúoroda.

Continuó reflexionando sobre ella. Le pareció evidente su origen noble, su atractivo era demasiado refinado, más allá de su mirada cautivadora. Dudaba que fuera de Drakoria; seguramente su tío le habría hablado de ella. Debía ser de Faustia o Eldoria, pues Bothria permanecía como un reino envuelto en misterio. Nunca había oído hablar de nadie proveniente de Bothria, excepto por el acero blanco de la lanza que acabó con la vida de Dhora y algunos grupos de mercenarios contratados por otros reinos en guerras pasadas.




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