Lumenabine: Thessara

XI: EL TRIDENTE

«Resultó ser la mirada de Aelyn Tibe, una noble de Faustia y candidata al trono. Qué ironía: el enemigo me observó toda la vida sin saberlo».

Iskander atraía miradas al pasar por los corredores. Algunas amistosas, otras hostiles, pero todas reveladoras. ¿Admiración? ¿Celos? ¿Temor? ¿Odio? Estas reacciones lo inquietaban, pero no eran su única preocupación.

Ill era un niño de los campos de Sign en Drakoria, venía de una zona con poca influencia del Culto de la Escama Roja. Sin embargo, Iskander se preguntaba por los otros participantes drakorianos. ¿Lo reconocerían? ¿Servirían al culto? ¿Antepondrían su lealtad al culto sobre las reglas del Torneo de las Edades? Estas dudas lo mantenían en alerta constante, especialmente ahora que su rostro quedaba expuesto.

También había algo reconfortante sobre los participantes del torneo: su juventud. Ninguno parecía superar los 25 años. Quizás los dioses consideraban que este rango de edad albergaba el mayor potencial humano. Esta circunstancia excluía a la mayoría de los servidores del culto, generalmente adultos de más de treinta años.

La alarma del almuerzo resonó, y todos se pusieron en marcha. Cada persona que pasaba junto a Iskander le lanzaba una mirada. Entre ellos, reconoció a Ousban, el quinto, quien lo observó con recelo. Al bajar las escaleras de los corredores, Iskander salió por primera vez del edificio de los participantes. Ante él se alzó la estructura magistral.

El edificio se erguía como un castillo de mármol pulido. Cuatro torres en las esquinas albergaban las escaleras. Decenas de habitaciones lucían cristaleras similares a la suya. Los corredores unían las torres, formando un cuadrado que enmarcaba un patio central de césped fresco, evocando las afueras de la aldea xephia. El mármol blanco destacaba por su pureza, contrastando con el resto de la aldea: un conjunto de cabañas unidas por caminos de piedra.

La aldea superaba el tamaño que Iskander había apreciado desde su ventana. Numerosas cabañas y locaciones singulares que ni siquiera lograba observar. En medio de la aldea pasaba un pequeño río de agua cristalina, limpio y reluciente, con piedras blancas visibles a través del agua y pequeños bancos de peces que nadaban con persistencia. Un pequeño puente arqueado de madera clara cruzaba el arroyo, uniendo ambas orillas. Sus extremos lucían barandillas de troncos.

Más allá del puente, se extendían las entradas de la aldea. Una de ellas daba a un bosque de árboles multicolores, sugiriendo una ruta alternativa al camino de los mushurums. Vallas bajas de madera rodeaban la aldea, sin otro propósito que marcar sus límites. Iskander recordó la regla: «Salir está prohibido».

Un poco más a la derecha, Iskander divisó El Comedor. Su entrada lucía una gran puerta doble de madera oscura. La estructura, hecha de alabastro pulido, se componía de tres cubos de distintos tamaños unidos entre sí. Ventanas con cristales de tenue naranja y celeste incrustaban sus paredes, complementadas por elegantes adornos metálicos negros.

Xephios de todas las edades y participantes madrugadores abarrotaban la entrada.

En la puerta, Iskander vio a Rob. Sus miradas se cruzaron brevemente antes de que Rob asintiera y entrara. Los ojos de un azul intenso del Xephio aún impresionaban a Iskander.

Entre la multitud, reconoció al viejo Phen, el anciano líder de la aldea que había dado el discurso de la Primera Prueba, y a la doctora Saena, quien lo había atendido esa mañana.

Mientras dudaba si entrar, divisó a Khael e Ill acercándose.

—Ill, tu pierna se ve increíble —dijo Iskander.

—¿Verdad? La doctora me visitó anoche y ahora está como nueva —Ill flexionó la pierna, demostrando su recuperación.

«Se trata de ese extraño poder, Genoxus», pensó Iskander.

—Khael dice que te fuiste con la chica —comentó Ill—. Incluso se rumorea que entraste a su habitación.

—Los rumores vuelan —Iskander frunció el ceño.

—Es el precio de ser el primero —Khael cruzó los brazos—. ¿De qué hablaron, princesa? Si es que hablaron.

Iskander suspiró antes de responder:

—Acordamos una alianza. Nos ayudaremos hasta que sea imposible acabar con la vida del otro.

—¿Qué hay de nosotros? —preguntó Khael.

Ill los miró, expectante.

—Ustedes también están en la alianza. Ustedes y una chica llamada Maia.

—La sexta —añadió Ill.

Khael frunció el ceño.

—Isk, expandir tanto tus alianzas puede ser peligroso. Más lealtades significan menos chances de sobrevivir.

Iskander endureció su mirada.

—Aún hay unos minutos para la hora del almuerzo. Quiero hablar a solas contigo, Khael —su tono no dejaba lugar a discusión.

Khael se tensó, pero asintió brevemente. Miró a Ill, arqueando una ceja.

—No me iré —protestó Ill, cruzando los brazos—. Soy parte de la alianza, incluso antes que Khael. Lo que tengan que decir, díganlo frente a mí.

Iskander y Khael intercambiaron miradas de sorpresa.

—Tuve que matar para llegar aquí —continuó Ill, su voz tembló ligeramente—. No me traten como a un niño.

Iskander relajó su postura, esbozando una sonrisa arrepentida.

—Tienes razón, Ill. Perdona mi error.

Iskander fijó su mirada en Khael.

—En la primera prueba, pudiste haber llegado primero. ¿Por qué volviste para ayudar a otros?

Khael suspiró con fastidio.

—¿Por qué te importa?

—Porque eres sospechoso —Iskander entrecerró los ojos—. Mataste a dos participantes para protegernos, pero me abandonaste frente al mushurum. ¿Qué planeas?

—No soy un dios ni un monstruo. Si algo me supera, debo aceptarlo.

—Entonces tu altruismo es una fachada —Iskander apretó los puños—. Proteges para alimentar tu ego, pero abandonas cuando te conviene.

—¿Tenía elección? —rugió Khael.

Ill observaba en silencio, tenso.

—No eres un héroe, Khael —Iskander señaló sus brazos delgados—. Yo no tenía opción contra esos tres, y aun así me levanté por Ill.




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