Rob abandonó El Comedor sin mirar atrás. Iskander, Aelyn y Khael lo siguieron con cierta confusión, intercambiando miradas silenciosas que revelaban más preguntas que respuestas.
«Este tipo puso una presión increíble sobre nosotros con apenas tres frases. Además, desafió en público a todos los otros Maestros Genoxianos y participantes. Ahora estamos separados de Ill y Maia... Espero que les vaya bien entrenando con Ousban», reflexionó Iskander mientras caminaban.
Cruzaron el puente y luego bordearon el Castillo de mármol hasta llegar a una zona de césped irregular, colmada de grandes rocas distribuidas sin un patrón claro. Allí, Rob se detuvo abruptamente, obligándolos a hacer lo mismo. Cuando se dio la vuelta, su expresión era tan seria como su andar, pero sus mejillas se levantaban, como si contuvieran algo.
—Bien —comenzó, cruzando los brazos frente a su pecho—. Mi nombre es Rob. Sólo Rob. No quiero que me llamen maestro Rob, y mucho menos señor Rob. Como máximo, tengo cuatro años más que ustedes, así que no soy un viejo. ¿Entendido? —La firmeza en su tono no dejó espacio a réplicas.
Sin esperar confirmación, continuó:
—Ya conozco sus nombres, pero también sé lo importante que es la discreción en este Torneo. Así que, a partir de ahora, preséntense con los nombres que prefieran. Tú primero. —Señaló a Iskander con una leve elevación de la barbilla.
Iskander asintió, con la mirada fija en el joven maestro.
—Llámame Isk, Rob.
Rob arqueó una ceja, evaluándolo por un instante antes de asentir.
—¿Isk? Bueno, algo simplista, pero servirá. Ahora tú, la chica.
Aelyn dio un paso adelante, se esforzó por lucir serena, pero se mantuvo cuidadosa.
—Llámame Alyn.
—Perfecto, Alyn. —Su mirada se desplazó rápidamente hacia Khael—. Por último, tú, caballero con el cinturón de cuchillos.
La observación hizo que Iskander parpadeara, sorprendido. «Notó los cuchillos de Khael de inmediato...», pensó.
Khael esbozó una sonrisa ladeada y cruzó los brazos, desafiante.
—Khael, sólo Khael. No quiero que me llamen estudiante Khael y mucho menos señor Khael.
«Khael, ¿qué estás haciendo?», alertó Iskander.
Rob alzó una ceja, fingiendo desconcierto, antes de soltar una carcajada que sacudió sus hombros.
—¡Jajaja! Muy buena, Khael, me gusta tu estilo —rió a carcajadas—. La verdad, son un grupo interesante. No tienen tanto músculo como me gustaría, pero bueno, nada que no podamos arreglar con algo de trabajo.
Se pasó una mano por la calva, adoptó una postura más relajada, su mirada se volvió menos seria y se cargó de expectativa, quizás esperanza.
—Escuchen, no quiero que pierdan de vista el objetivo final. Mi misión aquí no es solo entrenarlos; es honrar a los dioses logrando que uno de mis alumnos sea el digno merecedor de la Crúoroda. No es un simple trofeo; es la llave para la reconciliación entre dioses y hombres. Así que, si confían en mí, les aseguro que estarán preparados. Serán tan fuertes que deberán acabar el uno con el otro para conseguirla.
Iskander sintió que el tono ligero de Rob escondía un compromiso profundo con lo que decía. «Tiene algo de humor, pero no parece estar bromeando con nada de lo que dice», pensó.
—Bien, ¿qué creen que viene ahora?
—¿Nos hablará del Genoxus? —propuso Aelyn.
—Así es, Alyn —respondió enérgico —. Al mediodía, el día de la primera prueba, pude mostrarle algo de Genoxus a Isk. Él me preguntó si era un alquimista, y le aclaré que no se trataba ni de alquimia ni de magia. ¿Recuerdas a qué te dije que era similar, Isk?
—No lo recuerdo del todo, Rob. Mencionaste que era mucho más que ciencia, pero tampoco era magia. He llegado a pensar que es una habilidad que está oculta al resto del mundo, y que sólo aquí, en la Isla de Thessara, se conoce.
—Y no te equivocas, Isk. Bueno, te equivocaste en algo pequeño: aquí preferimos llamar a nuestro territorio la Confederación de Thessara. —Rob hizo una pausa, alzando un dedo con un aire ligero—. Un detalle menor, pero importante si pretenden quedarse un rato aquí sin sonar ofensivos. Ahora, dejando eso de lado, ¿alguno tiene otra idea? ¿Khael?
—Tal vez tenga que ver con la naturaleza —respondió Khael con su característico tono grave.
—Buena suposición, Khael. Es natural, sí, pero no para todos los seres. —Rob dejó caer los brazos a sus costados, como si se dispusiera a una explicación importante—. Bien, ya que he escuchado lo suficiente, vamos al grano: el Genoxus.
Sus palabras captaron la atención de los tres, tensando la atmósfera como si algo trascendental estuviera a punto de ser revelado.
—El Genoxus es una de las bases desde las que los dioses crearon a los humanos. Todos ustedes ya tienen Genoxus dentro de sí, sólo por ser humanos. Y de alguna forma no sólo lo tienen... ustedes son Genoxus.
«¿Nosotros somos Genoxus?»
El pensamiento flotó en la mente de Iskander, pero fue Aelyn quien lo verbalizó con una mezcla de incredulidad y desconcierto.
—¿Qué quieres decir con eso, Rob?
Rob sonrió de lado y adoptó un tono más calmado, aunque sus ojos brillaban con un destello de seriedad.
—Los hombres fuimos creados con tres componentes esenciales: Forma, Mente y Vida. Pero, además, los dioses añadieron un extra: su herencia divina, llamada Genoxus. Es una característica natural que los dioses otorgaron a los hombres como parte de su creación.
Hizo una pausa, observando los rostros de sus oyentes para asegurarse de que lo seguían.
—¿Y qué son Forma, Mente y Vida? —preguntó Aelyn con el ceño fruncido.
—Ningún ser creado lo sabe con exactitud. Estas explicaciones se remontan a siglos de historia, cuando los dioses frecuentaban a los hombres.
«Antes de Valeon», se dijo Iskander.
—¿Quieres decir que hay partes de dioses dentro de mí? —preguntó Khael, claramente disgustado.
Rob soltó una breve risa.
—Así es, Khael. Todos los humanos tienen partes de dioses dentro de ellos. Ahora, ¿cuál creen que es la siguiente pregunta que deberían hacerse?
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Editado: 16.02.2025