Una luna que observaba cada noche, congelada quedose al ver el último rose de labios, y el último aliento compartido por dos almas, que amándose aún, extraños parecían.
Ella no volteó a ver.
Él no pensó en buscarla.
Sin embargo, la escribió cada noche, con un lapicero negro y unas lágrimas colgando del balcón, cayendo cual copos de nieve, convertidas por el frío de la luna.