Luna de Hielo [saga moons #2]

Capítulo uno

    La adrenalina reina en las esquinas de las calles, la sirena no para de sonar y los residentes, conociendo ya ese ruido y la sensación de inquietud que provocaba, se reúnen con sus familias y corren con el único fin de refugiarse en las casas o departamentos que tuvieran. ¿Qué era lo que pasaba en verdad?

     Lara, al igual que sus amigos, se queda inmóvil en su lugar, incapaz de dar un solo paso; incapaz de comprender cómo es que los tres guerreros pudieron esfumarse en su santiamén: para ella, verlos atravesar un portal todavía era bastante extraño, sobre todo en un momento como ese, donde el pánico no paraba de danzar.

    Filas de soldados no tardan en formarse, y la joven, extrayendo las manos de los bolsillos de su chaqueta, aparta a sus compañeros de la calle y los obliga a estar parados en una vereda. De dos en dos, luego de tres en tres, así iban desapareciendo los combatientes para terminar en un lugar que, estaba segura, ella no conocía. La impaciencia le cubre el pecho, y como si la época hubiese retrocedido por muchos años, la chica se abraza a sí misma y se pregunta cuánto es que tardará su madre en regresar a su lado.

     Mientras tanto, en el otro extremo de la cuadra, Joen se gira y, sin querer, la observa desde lejos: se le notaba cohibida, frágil, parecida a esas muñecas de porcelana que, en cualquier instante. Sin embargo, y antes de ser empujado por Alex para avanzar, muy en el fondo confiaba en que esa expresión desaparecería, que la información que iban a recibir no era nada y que, sencillamente, todo ese gran alboroto era un malentendido, porque lo era, ¿cierto?

     Con rapidez, el chico se lanza dentro de portal, y dejándose envolver por la sensación tan común de estar girando sobre su propio eje, coloca los brazos a ambos costados de su cuerpo y espera para aterrizar en la Luna Azul. Por suerte para él, y también para los demás, el viaje ya no se sentía tan pesado, duradero, asfixiante; por lo cual aterriza de pie en la tierra correspondiente en menos de quince minutos. El sonido del agua inunda sus oídos, el azur del suelo y la luz del ambiente que lo rodeaba. Frunciendo el ceño, se sacude el polvo de las manos, y aspirando el aroma a césped mojado, se prepara para ver a sus amigos salir de esa puerta: el primero es Thomas, que cae de pie también y con las rodillas un tanto flexionadas, y en seguida, Alex, el cual acaba el recorrido en cuclillas. A estos le siguen unos cuantos más, y formando unas cuatro filas de doce guerreros cada una, marchan hacía la gran residencia donde solía vivir el gobernante y su consejo.

     Mientras recorrían los bulevares que los separaban de ese punto, Joen, en silencio, se interrogaba acerca de cómo era posible que una nación como esa, tan avanzada y fuerte, se hubiera dejado manipular de una forma tan rápida. El sonido de las botas contra el terreno provoca que los peatones les abran el paso, y es así como los muchachos se internan en esa masa de torres, edificios y salones destinados a la preparación de aquellos dispuestos a defender.

     Los soldados seniors los recibieron con la frente en alto, las manos a la espalda y los ojos vacíos, y retrocediendo un poco, ceden el espacio a la mano derecha del Gobernante, un hombre de espalda ancha, manos gruesas y aspecto intimidante.

—Sean bienvenidos, jóvenes guerreros, al territorio de la Luna Azul— dice el alien de cabello largo y un tanto canoso—. Lamento informarles que, en está ocasión, fueron convocados por un hecho bastante agridulce y preocupante: la huida del extraterrestre que amenazo con destruirnos, Samuel Ozola.

     Un coro de gritos y maldiciones no se hace esperar, aunque Joen, Alex y Thomas procuran mantenerse en completo silencio, sobre todo el rubio, ya que le era bastante incomodo estar en un lugar que le traía malos recuerdos. El orador alza una de sus manos, aguarda a que llegue la calma y habla una vez más:

—Durante la guerra hicimos muchas cosas, algunas buenas y otras no, pero lo que no debemos hacer ahora es dejarnos manipular, muchachos: el tiempo pasa, y mientras eso sucede, la valentía y la fortaleza se incrementan, aun cuando no lo sintamos así.

     Con los dedos en la frente, hombros rectos y pies juntos, las filas se convierten en columnas, el número de adolescentes aumenta y los habitantes de la Luna Azul no hacen otra cosa, más que recibir a muchos jóvenes originarios de las otras entidades de la Galaxia Andrómeda. El comienzo de una buena pelea ya había llegado, y con él, los viejos remordimientos del pasado.

 

***

     

    Los soldados de la Luna Morada se habían retirado hacía pocos minutos, y luego de que la alama de emergencia dejara de sonar, el grupo de post humanoides se queda estático en una esquina de esa cuadra donde minutos antes, tanto Joen como sus amigos fueron tragados por una especie de puerta tridimensional, o al menos eso era lo que Lara entendía, ya que en realidad, cosas así no se veían en el planeta tierra.

     Mérida y Peter se sentaron sobre el concreto gris y tibio, y Chelsea y Julia permanecen de pie: la primera al lado del chico, y la segunda a un costado de la pelirroja. Ella, en cambio, comenzó a caminar de un lado a otro, casi de forma inconsciente, aunque en el fondo, estaba tratando de calmar sus nervios.

—Vas a marearte— le advierte Julia con los brazos cruzados.

—Lo sé, pero… no sé de qué otra forma puedo tranquilizarme.




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