Luna de Hielo [saga moons #2]

Capítulo tres

     Su ceño se fruncía gracias a la concentración, sus manos cortaban con sumo cuidado, y Mérida se movía impaciente deseando saborear el resultado final de esos panqueques. Era una pena que Thomas, siendo el creador de esa delicia, no pudiera probar ni un solo bocado, pero como ya lo sabía, los extraterrestres no podían comer nada, solo beber los sueros que les eran brindados. Entonces, ¿Por qué Lara y Catherine podían degustar un platillo como cualquier ser humano? Quizás debía preguntárselo a la madre de su amiga, pero lo haría después.

—¿Puedo ayudarte en algo? 

—Es la tercera vez que me lo preguntas, y es la tercera vez que digo no— finalizó él dándole una taza de café.

—Me siento algo floja al no ayudarte.

—Sonará egoísta, pero no me arrepiento de que la experimentes.

—Torpe— susurró ella sonriendo.

—Supongo que, si se trata de hacerte reír, podría ser muy torpe.

      Mérida no pudo evitar un leve sonrojo. Thomas, de forma delicada, colocó frente a ella el plato repleto de maple, fruta y masa, y aunque ya se sentía satisfecha por esas atenciones, soltó una risa cuando el joven le preguntó si quería otra cosa.

—No, creo que con esto es suficiente. Todavía no puedo entender cómo es que sabes cocinar— curioseo la pelirroja engullendo un pedazo.

—Mis padres siempre fueron unos curiosos de primera. Ellos deseaban entender las razones del por qué nuestro cuerpo no acepta nada sólido.

—¿Y las encontraron?

—De alguna forma. Yo solo entendí que los agujeros de nuestros estómagos podrían no funcionar, y cuando probé a escondidas un pedazo de pizza que ellos habían conseguido, no pude retener nada líquido durante tres días. No es un recuerdo muy grato.

—Vaya. Lamento que te enfermarás. Pero mira el lado positivo, en la tierra podrías ser un chef excepcional.

—Gracias, florecilla.

—Interesante: me levanto y lo único que podré probar es un suero de fresa. La vida es tan injusta. Y tampoco es que ayudes mucho, Thomas— lo regañó Alex yendo hacia la nevera.

—Yo digo que este tipo sabe hacer cosas comestibles. Por cierto, ¿cómo sabe? No quiero morir de una intoxicación— alegó Peter robando un poco a Mérida.

—Quiero creer que tiene un sabor aceptable.

—Considerando la consistencia, se digiere— dijo Julia secundando a Chelsea.

—Sé que debería tomar esos comentarios como ofensivos, pero en realidad, Alex es un experto en prepararte para esas cosas.

—¿Lo ves? Mi hermosa presencia funciona.

      Risas enérgicas fueron hechas en coro. Cada uno, después de bromear y pensar en su desayuno, se quedaron en silencio a la hora de analizar la posición de Lara y Joen ante la magnitud de sus poderes.

—Supongo que todos sospechamos los mismo— afirma Alex.

—Tienen miedo, al igual que todos.

—Eso es más que evidente, gatita.

—No es solo eso, y lo saben. La especie humana peligra si Samuel continúa en la tierra.

—Concuerdo con mi hermana: nuestro padre no es un hombre cualquiera, busca algo, pero no sabemos qué es, lo cual me resulta frustrante— resumió Lara completamente arreglada.

—Opino lo mismo, y también creo que es bueno que comas algo antes de salir— habló Joen.

—¿A dónde irán?

—A la prisión de la Luna Azul. Y ustedes vendrán con nosotros.

—Ni en otro mundo puedo descansar— se quejó Peter.

     Sin embargo, la idea que Lara tenía acerca de averiguar más sobre su progenitor se ve truncada por los planes de su madre, la cual baja las escaleras junto a Apolo, ambos arreglados y listos para algo que ella no estaba enterada. Frunciendo el ceño, la joven sale de la cocina, camina hacia ella y, antes de siquiera poder formular una pregunta, Catherine le dice:

—Tenemos un asunto que resolver. Toma un desayuno ligero, el viaje por el portal marea un poco.

—¿A dónde iremos? —inquiere la chica algo confundida.

     La mujer, nerviosa, junta las manos y se acaricia los nudillos. De pie en el último escalón, lograba verse un poco más alta que Lara, incluso más imponente, aún cuando esa clase de personalidad no fuera la suya. Su amigo, participando de la escena sólo como un observador más, se aclara la garganta y le habla a la blanquecina:

—A la Luna de Hielo, Lara. Podría decirse que hoy conocerás el hogar de tu madre.

—Podemos ir en otro momento, debo ir con los chicos a la cárcel.

—Yo puedo acompañarlos, no te preocupes por eso — le informa Apolo yendo en la misma dirección que ella había tomado.

     Ella gira su cabeza para verlos irse, y aunque deseaba protestar, su mamá tampoco la deja hacerlo, ya que toma su mano y vuelve a hablar:

—Te gustará, verás que sí.

—Pero...

—Sin peros, Lara. Tus amigos estarán bien, además, deseo que conozcas a tus abuelos.




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