Luna de Hielo [saga moons #2]

Capítulo seis

     El hombre daba indicios de ser fuerte, audaz y también, para qué negarlo, no ser consciente de lo que hacía o de con quienes estaba. El chip, incrustado entre sus pieles sensibles, latía al ritmo de su sangre y nervios, y sus ojos, ahora de un color gris tormenta, recorren la habitación del hotel con ímpetu. Para Samuel, eso significa un éxito más en cuanto a sus macabros planes, pero para Abel, ese fue el inicio de su arrepentimiento.

—¿Sorprendido, muchacho?— inquiere el adulto al abrir una de sus palmas.

—¿Qué planea hacer con él?

—Lo primero, y lo más importante, es comprobar si el experimento funcionó.

     El soldado frunce el ceño ante esas palabras, sin embargo, su expresión muta al ver lo que trataba de verificar El Conquistador; y es que después de tener los dedos extendidos, unas especies de montículos invaden su piel, y él, agitandolos, consigue crear plasma y lanzarlo hacia la cara del japonés.

     Por un breve instante, Abel se levanta e intenta ayudar al humano, pero este solo retrocede más y más; lo hace hasta chocar contra una de las paredes del cuarto, tocar la sustancia endurecida de su cara y romperla con los puños.

—¿Cómo?— inquiere Abel luego de unos minutos de silencio—. Él no debería hacer eso, no debería.

—Pero lo hace, y no solo lo que viste, sino muchas cosas más— habla Samuel con el orgullo impregnado en la voz.

     Por más loco que eso le pareciera, al joven ya no le daba buena espina lo que estaba pasando. Si, claro que deseaba saber acerca de su pasado, por supuesto que quería que El Conquistador le diera los papeles que le había prometido; esos que hablaban de su familia, pero si este era el costo que debía de soportar…

     En menos de un segundo, el alien palpa su cinturón, saca unas dagas y las lanza hacia el humano, pero este, en vez de quedarse quieto y estupefacto, salta hacia la izquierda y deja que las armas se claven en el concreto, aquel que se desintegra en cuanto el cristal hace contacto con ellas. ¿Acaso tendría algún poder, o su jefe se había olvidado de ese detalle?

—Si todo va según lo planeado, habrá más como él, y con esa ayuda podremos expandir nuestro territorio— informó el hombre con seriedad.

     Entonces algo grande iba a suceder, algo que ni él ni Owen podían imaginar y que seguramente haría sufrir a los humanos. Pero, ¿eso era lo que el joven quería hacer en verdad? Expulsando el aire por la boca, Abel junta sus dedos, los aprieta y forma unos puños tensos y blancos sobre el regazo, y justo cuando ve como Samuel le estrecha la mano al terrestre, algo sucede, algo que el malvado no había previsto: un fallo.

     El padre de Akira abre los ojos, fija su vista en un punto desconocido para ellos y, sujetándose el pecho, trata de tomar todo el aire que sus pulmones pueden albergar.

—¡No se quede ahi parado como idiota, sujetelo!— le grita Abel al malvado.

     Mientras el pánico lo embargaba, el muchacho se apresura a sostener al japonés al tiempo que este se desliza por el suelo, se sienta y se tumba boca arriba para así poder continuar en su intento de evitar asfixiarse. ¿Qué era lo que le pasaba? Se supone que todo iba bien, que el hombre había reaccionado de buena manera al chip y que Samuel podía volver a intentarlo con otros humanos. Pero al parecer, las expectativas del Conquistador no eran duraderas. 

—Sujetelo— vuelve a repetir el chico al buscar su teléfono.

—Yo…

—¡Sujetelo, maldita sea!

     Samuel, anonadado, olvida por unos momentos se fachada intimidante y frívola, y agachándose, intenta tocar a su respectiva “prueba”, pero en cuanto le roza la tela del abrigo, una descarga eléctrica lo hace brincar y maldecir por lo bajo. El guerrero, asustado como estaba y con los pensamientos hechos un desastre, se aparta de la escena y marca el número de la única persona que sabría qué hacer en esos segundos tan horribles.

Hola. ¿Qué sucede?, ¿lograron escapar?— inquiere Owen del otro lado de la línea.

—El padre de la humana está mal— suelta su amigo de repente.

¿Qué cosa?

—No sabemos lo que le pasa, porque estaba bien: el chip pudo incrustarse, se despertó e incluso estábamos probando sus habilidades— enumero Abel con una mano sobre su cabeza—. ¿Y si muere?, ¿Y si nos atrapan? Su hija… ¿que pasara con ella?

Eso lo veremos después. Ahora respondeme: ¿esta sudando’

—Sí.

¿Tiene espuma en la boca?

—No en realidad— contesta el alien volteando a verlo.

Pero sus brazos y piernas se tensaron, ¿no es así?

—Aja.

Ponlo de lado, Abel, y hazlo ya. Es probable que sus neuronas se están quemando debido a la intromisión.

     Sin agregar más, el joven cuelga la llamada y corre a hacer lo que su amigo le dijo: ponerlo del lado derecho, aun cuando la electricidad que desprende el cuerpo le estuviera haciendo daño. Se lo merecía, merecía eso y más por no haber pensando en las consecuencias y el consentimiento que todo eso implicaba. ¿Cómo pudo ser tan estupido?




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