LUNA ETERNA: MITOLOGÍA
El aroma le golpeó primero. No era un perfume ni una esencia artificial. Era su olor. El de su alma. Alaric lo sintió antes de verla. Era como un rastro antiguo, grabado en su ser desde hace siglos, guardado por Theron en lo más profundo. La mezcla de tierra húmeda, lirios y fuego suave. Algo salvaje pero dulce. Era imposible de ignorar.
El pasillo del hospital se transformó en un bosque sensorial. Cada paso lo guiaba hacia ella. Cada latido suyo y de su lobo retumbaba al unísono, como tambores tribales llamando a la unión sagrada.
Ella giró. Sus ojos, de un marrón profundo, se encontraron con los suyos. Unos segundos bastaron para que el mundo se apagara a su alrededor. Todo ruido desapareció. Solo quedaban ellos.
Amara sintió un estremecimiento, como si su alma hubiese sido reconocida por otra. No sabía quién era ese hombre de presencia tan intensa, pero su aroma la envolvió como un recuerdo escondido. Era madera, lluvia y algo antiguo. Sintó que había llegado a casa, aunque nunca antes lo hubiera visto.
Alaric dio un paso más.
—Eres mía —dijo con voz grave, como un eco que provenía de la tierra misma. Sus ojos cambiaron. Brillaban con un tono rojizo profundo, la señal del reconocimiento del alma.
Amara retrocedió, confundida. El corazón le latía con fuerza, como si su cuerpo recordara algo que su mente había olvidado.
—Perdón... ¿Quién es usted?
Alaric cerró los ojos un instante, respirando el aroma de ella como si fuera la primera brisa después de una sequía de siglos. Theron aullaba dentro de él, exigiendo acercarse. Pero tenía que controlarse. Ella no sabía aún.
Se apartó sin responder, con el alma temblando.
Cuando volvió a su despacho, Kaelen ya lo esperaba. Alaric no dijo nada. Solo se dejó caer en el sillón de cuero, con el rostro cubierto por una mano.
—La vi. Está viva. Es ella. Y no lo sabe.
Kaelen se incorporó de golpe.
—¡Está segura? ¡Después de tanto tiempo!
—Su aroma... Theron casi se desboca. Su lobo quiere salir, y el mío también. Pero ella no recuerda nada. Sus ojos están vacíos de nosotros. No siente la marca. No conoce el lazo.
Kaelen, siempre sereno, lo observó con respeto.
—Entonces, ¿qué haremos?
—Quiero todo sobre ella. Dónde vive, con quién, cómo llegó aquí. Necesito saberlo todo. Y rápido. No puedo... no puedo perderla otra vez.
Kaelen asintió y salió sin decir más. Sabía que su alfa estaba al borde de perder el control, y debía actuar con discreción.
Mientras tanto, en el mundo sensorial de Amara, los cambios habían comenzado.
Esa noche, soñó con bosques que nunca había pisado. Con aullidos lejanos. Con una luna tan brillante que quemaba la piel. Soñó con una batalla entre lobos y sombras. Con una mujer hermosa cayendo al suelo, sus ojos igual a los suyos, gritando su nombre: "Amara... huye..."
Despertó sudando, con el corazón desbocado.
Y en su alma, algo se removió. Una llama.
Un eco.
Un lobo dormido.
Se dice que los primeros cambiaformas nacieron de la unión entre la Luna y la Tierra, cuando el mundo aún era joven. La Luna les entregó su luz, su misterio, y el lazo sagrado: el vínculo del alma. Cada lobo tenía un igual. Y cuando ambos se encontraban, sus almas brillaban con fuerza capaz de mover las estaciones y sanar la tierra.
Pero también había quienes querían robar ese poder. Criaturas antiguas, como los vampiros de la Sombra Eterna, buscaban quebrar el equilibrio. Una de esas guerras fue la que separó a Amara de su linaje.
Theron y su alfa habían buscado por siglos ese vínculo perdido. Y ahora que estaba tan cerca... el mundo volvería a cambiar.
Amara aún no sabía que llevaba dentro de sí a Artheya, su loba interna. De pelaje negro con reflejos dorados, y ojos de fuego, igual a los de su madre. Artheya dormía, pero su corazón empezaba a latir otra vez.
Y con ese despertar... también vendrían los enemigos.