Luna Herida

CAPITULO 3

Esa noche, Ayla fue al río.

Lo hacía cuando no podía respirar en su casa. La corriente la calmaba, como si le hablara en un lenguaje secreto. Se sentó en una roca, y sin saber por qué, se quitó las botas y metió los pies en el agua helada. Cerró los ojos.

Entonces lo sintió.

Un calor en el pecho. Una vibración leve. Como si su sangre respondiera a una melodía que solo ella podía oír. Abrió los ojos.

Y allí estaba.

Rowan.

Apoyado en un árbol, en silencio.

—No deberías estar sola a estas horas —dijo con una voz profunda, casi gutural.

—¿Me estás siguiendo?

—Te estoy vigilando.

—¿Por qué?

Rowan se acercó lentamente, sin pisar una sola rama. Su presencia era inquietante, pero no amenazante. Como la calma antes del huracán.

—Porque el bosque ha empezado a hablar de ti. Y no todos los que escuchan están de tu lado.

Ayla se puso de pie.

—¿Quién eres?

Él la miró a los ojos. Por un instante, sus pupilas se alargaron, felinas. Un parpadeo después, todo volvió a la normalidad.

—Alguien que recuerda lo que tú has olvidado.

---

Esa noche, en sueños, Ayla vio sangre sobre la nieve. Aullidos. Garras. Una promesa rota.

Y despertó gritando un nombre que no conocía:

—¡Rowan!




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