Luna Herida

CAPITULO 2

Sombras en la sangre

Ayla no volvió a dormir bien después de ver al lobo del claro.

Cada vez que cerraba los ojos, lo veía: esa mirada dorada que no era solo de bestia, sino de algo más antiguo. Había un peso detrás de sus ojos, una conciencia que parecía conocerla… mejor de lo que ella misma se conocía.

Esa noche, soñó con fuego.

El bosque ardía, pero no se consumía. Las llamas danzaban en azul sobre los árboles, y en el centro del incendio, había un altar de piedra.

Sobre él, un cuerpo: el suyo. Y alrededor, una figura encapuchada que cantaba en una lengua que su mente no entendía, pero su corazón sí. Una voz grave y rota repetía su nombre verdadero.

“Aelwyna.”

Se despertó sudando, con el pecho apretado. Las sábanas estaban rasgadas, como si hubiese intentado liberarse de una trampa. Elen entró de golpe en la habitación, alarmada.

—Otra vez —murmuró la anciana, al ver los destrozos—. Estás cambiando.

Ayla la miró, jadeando.

—¿Qué sabes, Elen? ¿Quién soy?

Elen no respondió de inmediato. Caminó lentamente hacia la ventana, corriendo la cortina para dejar entrar la luz del amanecer. La niebla se arrastraba entre los árboles como un susurro. La vieja apretó los labios.

—Eres mi hija adoptiva —dijo finalmente—. Pero no mi sangre. Y eso es todo lo que necesitas saber… por ahora.

Ayla sintió una punzada de traición. Elen siempre había sido sincera. O eso creía.

—No me mientas.

—No te miento. Solo te protejo. Hay cosas que no puedes entender aún.

—¿Y si ya es tarde? —preguntó Ayla, con voz baja—. ¿Y si algo dentro de mí ya ha empezado?

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En el pueblo, las cosas también empezaban a cambiar.

Un forastero había llegado la noche anterior, cubierto con una capa gris y una cicatriz que le cruzaba el rostro desde la ceja hasta la mandíbula. Se presentó como Rowan, un mercader de piedras raras, pero algo en su forma de moverse —demasiado sigilosa, demasiado alerta— lo delataba como alguien que no buscaba solo negocios.

Kael no tardó en notarlo.

—Ese tipo no es quien dice ser —le dijo a Ayla esa tarde mientras arreglaban una cerca cerca del bosque—. Tiene ojos de cazador.

—¿Y si lo es? —preguntó ella, distraída, arrancando maleza con más fuerza de la necesaria.

Kael la miró con el ceño fruncido.

—¿Desde cuándo te importa tan poco? Tú eres la que siempre ha dicho que hay que tener cuidado con los extraños.

—Quizá yo también lo sea —murmuró ella, casi para sí.

Kael se quedó quieto. Su martillo colgaba a medio camino de un clavo.

—¿Qué te está pasando, Ayla?

Ella levantó la mirada. Su expresión era dura, pero vulnerable. Como un cristal a punto de agrietarse.

—Estoy… cambiando. Siento cosas que no entiendo. Escucho voces. Sueño con lugares que no conozco. Y vi algo en el bosque, Kael. Un lobo. Enorme. Me miró como si me conociera.

Kael palideció.

—¿Fuiste al claro sola?

—Sí.

—¿Eres idiota? ¡Sabes que no debes ir ahí cuando hay niebla!

—No puedes protegerme de todo —dijo ella con frialdad.

Él apretó los dientes.

—No. Pero puedo intentarlo.




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