El guardián de las ruinas
Rowan no perdió tiempo.
Dejó a Ayla dormida al abrigo del refugio y partió antes del amanecer, deslizándose entre árboles como una sombra entrenada para no dejar rastro. El bosque parecía observarlo. No con hostilidad, sino con juicio. Como si recordara cada paso que había dado en el pasado… y aún no hubiera decidido si perdonarlo.
Sabía adónde tenía que ir.
A las ruinas del santuario de Verenn, el antiguo puesto del clan Silencioso. Donde todo había comenzado.
Donde él seguía esperando.
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El viento soplaba más frío allí. Las piedras negras del santuario aún conservaban marcas de garras y sangre seca. Era un lugar que respiraba memoria… y muerte. Rowan sintió el peso del sitio como si lo aplastara desde dentro.
No necesitó llamar.
Una figura salió de entre las sombras.
Theron.
Más alto que Rowan, con el cabello recogido en trenzas negras, ojos color humo y una cicatriz que le atravesaba el cuello como un rayo quebrado. Iba desarmado, pero no lo necesitaba. Theron no era un hombre. Era un límite.
—Vaya… —murmuró con voz áspera—. El muerto vuelve a caminar.
Rowan se detuvo a pocos pasos.
—Necesito respuestas.
—No las tengo —dijo Theron, girándose hacia las ruinas—. Pero tengo preguntas. Como por qué has regresado después de diez años sin dar señales. Pensé que habías escogido morir como un cobarde.
—Lo hice. Pero no funcionó.
Theron soltó una risa seca.
—¿Y ahora vienes a buscar redención? ¿Perdón?
—Vengo por ella —dijo Rowan.
Theron se detuvo. Lo miró, serio.
—¿La bruja?
—No. Otra. Ella no es como Eira… y al mismo tiempo, lo es.
Theron lo observó en silencio.
—Hablas de la marcada.
Rowan asintió.
—Tiene el sello del Lazo de Sangre.
—Entonces estás jodido —dijo Theron, con esa brutal sinceridad que siempre lo había definido—. ¿Sabes lo que significa eso, Arden?
Rowan no respondió. Odiaba que lo llamara así. Era como desenterrar un cadáver que aún respiraba.
—Significa que su despertar no solo la matará a ella —continuó Theron—. Arrastrará consigo todo lo que toca. El sello no aparece por casualidad. Se activa cuando el linaje se mezcla… cuando la sangre se enreda con lo prohibido. ¿Con quién ha estado?
Rowan lo miró con dureza.
—No lo sabes todo, ¿verdad?
—Sé suficiente para oler un desastre a kilómetros —dijo Theron, dando un paso hacia él—. ¿Te has encariñado otra vez, viejo amigo? ¿Has vuelto a poner tu corazón donde no debes?
—Ella no es como Eira.
—No. Esta puede ser peor. Si se rompe, no quedará bosque para enterrar lo que vendrá.
Rowan apretó los dientes.
—No la dejaré romperse.
Theron rió, bajo y amargo.
—Dijiste lo mismo hace diez años.
Silencio.
Rowan bajó la cabeza. Durante un instante, el niño que había sido tembló dentro del hombre que era.
—Esta vez no me iré.
—Entonces ven conmigo.
Rowan alzó la mirada.
—¿A dónde?
—A las criptas del norte. Aún queda alguien que sabe más que tú y que yo. Alguien que vio el origen del Lazo. Si quieres respuestas, tendrás que enfrentarte a las raíces.
Rowan dudó.
—¿Está viva?
—Viva no. Pero tampoco muerta. —Theron mostró los dientes—. ¿Aún recuerdas cómo hablar con los que ya no respiran?
Rowan asintió, aunque su estómago se contrajo. No era magia. Era algo peor. Era memoria viva, ofrecida a través de sangre y sacrificio.
—Lo haré. Pero necesito tiempo. No puedo dejarla sola mucho más.
Theron lo miró con una ceja alzada.
—¿Así que es verdad? Estás sintiendo otra vez.
—No —dijo Rowan, y luego bajó la voz—. No puedo permitírmelo.
Theron se inclinó hacia él.
—El problema con los que han amado, Arden… es que ya no saben cómo no hacerlo.
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Esa noche, Rowan regresó al claro.
Ayla ya no dormía.
Estaba de pie, temblando, observando su brazo con el símbolo todavía ardiendo levemente bajo la piel.
—¿Qué me está pasando? —preguntó en voz baja cuando lo vio.
Rowan no supo mentir.
—Estás despertando.
—¿A qué?
Él se acercó despacio. No la tocó. Pero su voz fue más suave de lo que había sido en años.
—A lo que eres. A lo que siempre fuiste, antes de olvidar.
—¿Y si no quiero recordar?
Rowan tragó saliva.
—Yo tampoco quise. Pero el pasado… no pide permiso.
Ayla se le quedó mirando.
—Cuando soñé… estabas ahí. En el altar. Sufrías.
Él asintió, sin saber cómo lo sabía.
—Yo también sueño contigo —dijo él al fin—. Desde antes de conocerte.
Silencio.
Ella se acercó un paso.
—¿Quién era ella?
Rowan tardó en responder. Su voz salió herida.
—Alguien a quien amé… y no salvé.
Ayla bajó la mirada.
—¿Y a mí… intentarás salvarme?
Él la miró, sintiendo que todo dentro de él se rompía un poco más.
—No sé si pueda.
—Pero lo intentarás.
—Sí.
Ella cerró los ojos. Una lágrima rodó por su mejilla.
Y por primera vez, Rowan alzó la mano… y la tocó. Su mejilla, su piel tibia, su respiración entrecortada.
Y fue como si el mundo se contuviera un segundo entero.
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Al fondo del bosque, algo aulló.
No un lobo.
Algo más antiguo.
Algo que ya no quería esperar.