Prólogo

La oscura noche trazaba un espectáculo rojizo.

   La joven albina recitaba cánticos al cielo mientras hacía sus sacrificios. En la tercera colina del pueblo, ubicada entre las ruinas de la vieja estación de ferrocarriles y el sendero al rio, se encontraba su santuario. Había construido todo lo necesario para llevar a cabo su ritual. El símbolo mágico trazado con la sangre pura de un recién nacido, las antorchas iluminando tal símbolo y ella en el centro con una daga de plata en su mano derecha.

   Una vez terminados todos los juramentos en ese extraño idioma que solo la magia negra podría entender, la muchacha de cabellos blancos como la plata sonrió triunfal a la noche lanzando una última maldición. Los cuervos ocultos en los árboles volaron y el viento sopló con fuerza. A continuación, la joven hechicera sostuvo la daga plateada con ambas manos al aire y después la clavó con fuerza en su vientre, derramando su propia sangre en el símbolo mágico.

   La luna se tornó roja, como si este sacrificio sangriento la revitalizara y le diera poder. La responsable de tal sacrificio vomitó sangre violentamente y cayó muerta con una macabra sonrisa en su rostro. La magia desapareció iluminando aún más al astro de la noche.

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   Volvió al mundo real como si todo aquello se tratara de un sueño. Lo es, le dijo su consciencia y se limpió el rostro del sudor descubriendo que también tenía lágrimas.

   ¿Realmente era un sueño? En ese momento lo sintió tan real, que podría haber jurado que estaba ahí, la joven albina era ella y el sacrificio estaba hecho con su propia sangre. Pero no, todo había sido un sueño… una pesadilla.

   ¿Realmente lo fue?