Las pesadillas definitivamente son la tortura de una mente trastornada.
Sentí el agua fría bajar por mi garganta, refrescándome. Cuando terminé, dejé el vaso de cristal en la encimera, suspirando y corriendo el húmedo cabello de mi rostro. Miré hacia mi pijama también húmedo, tan mojada que se formaban parches de sudor en casi toda la tela. Tenía que cambiarme.
Hacía poco menos de media hora estaba en la cocina. Suponía que ya las sábanas de mi cama estaban más secas que antes de levantarme, antes de la pesadilla que me quejaba desde hacía poco menos de un año.
Estaba consciente de que vivir así no era llevar una buena vida y estaba dispuesta a acabar con ello, pero no sabía cómo. A lo largo de esos casi dos años había pensado incontables veces ir con un psicólogo, pero luego eliminaba la idea. Contarle a otra persona lo que había sucedido solo llevaría a que me tratasen de loca. Y no quería eso, era suficiente con el maltrato que recibía desde mi propia mente.
Muchas veces intenté convencerme de que lo había sucedido en mi antigua casa, aquella que solo habíamos habitado por un año antes de regresar a Blackthorn, era mentira. Sin embargo, no podía, sabía que el lobo era cierto, así que cambiaba de pensamiento: el lobo no volvería por mí. Pero era verdaderamente difícil autoconvencerme de que no estaba en peligro cada noche.
Escuché el silencio de la casa, interrumpido solo por mi respiración, en ese momento suave, pero que había estado errática hacía solo minutos atrás.
Recogí mi cabello en un muño, dejando que el aire pegara en mi nuca y me refrescara un poco más. Arrastré mis pies hasta mi habitación en donde me metí en el armario para cambiarme de ropa antes de intentar volver a dormir, aunque sabía que no había caso; luego de la pesadilla nunca volvía a dormir, no sin reproducir en mi mente de nuevo al lobo atacándome, clavando sus colmillos en la piel de mi cuello como si fuera un vampiro sediento de sangre.
Evité mirarme en el espejo. Ya sabía la lamentable imagen que me devolvería el reflejo. No me gustaba verme: el brillo que había tenido se había esfumado gracias a la falta de descanso. Las ojeras se habían vuelto muy evidentes, mi cuerpo había adelgazado notablemente y mi piel se mantenía pálida. No, definitivamente no me gustaba mi reflejo en ese momento. Quizá lo único que no había cambiado mucho eran mis ojos, azules oscuros, un tanto grandes para mi rostro, y mi cabello.
Me recosté en el colchón, mirando el techo y escuchando los sonidos propios de la noche. Debía dormir, Alice me había mandado un mensaje avisándome de la fiesta que haría su ligue, Ian, ese día. Claramente no quería ir. A parte de la timidez que me caracterizaba, no quería que más personas de las necesarias se fijaran en mí y en mi descompuesta figura. Además, acompañar a Alicia a una fiesta significaba tortuosas horas de maquillaje y peinado. Y no, no me malentiendan, me gustaba el maquillaje, pero no el cargado maquillaje de Alice. Generalmente yo, si acaso, usaba un poco de brillo labial para darle un poco de lozanía a la piel agrietada de ellos. Nada más. Aparte, no quería aguantar el tironeo en mi rizado cabello mientras Alice intentaba peinarme.
Pero, sin duda, la principal razón de no querer ir era que no quería que me vieran. Mi vida social estaba casi por debajo de cero, todo se resumía en Aaron, mi mejor amigo a kilómetros de distancia, y a Alice. No me hacía falta nada más.
No lo necesitaba, no en ese momento.
Pero a Alice prácticamente era imposible hacerle entender lo que significa un no.
Realmente comprendía a mi amiga. Ella, por el contrario, vivía en fiestas, hablando y conociendo personas. Quizá su vida social estaba un poco muerta gracias a mí, pero eso no impedía que fuera conocida en el instituto. Además, era una fiesta de Ian, su amor platónico desde que tenía memoria.
Sin embargo, el chico la había ilusionado un poco, así que Alicia en realidad quería emborracharse para olvidar que lo había visto con Amber, nuestra antigua mejor amiga que nos había declarado la guerra hacía tiempo atrás.
Me extrañaba un poco que Ian se hubiera liado con ella. Digo, él no era un santo, pero parecía interesado, verdaderamente interesado, en Alice. Tenía la teoría de que posiblemente Amber, al ver el interés del chico por mi amiga, se le había insinuado e Ian, tan hormonal e imbécil como era, se había ido detrás de sus faldas.
Me volví a dormir, pudiendo descansar tan solo un poco antes de que la ya conocida pesadilla me azotara.
En poco tiempo el instituto comenzaría de nuevo, prácticamente había pasado todas mis vacaciones sola en casa gracias a que Aaron vivía lejos, y Alicia había pasado mucho más tiempo con sus padres.
Mis padres volverían dentro de poco de uno de sus viajes, mi padre era abogado y mi madre..., bueno ella era algo así como su asistente personal, y a mi hermana no la vería hasta que no tuviera un tiempo libre de su universidad, posiblemente no la viera hasta las próximas vacaciones.
Un dolor se instaló en el fondo de mis ojos. Masajeé mi sien, esperando que el dolor pasara. Debía descansar, la falta de ello me estaba pasando factura.
Me acomodé, cerrando con fuerza los ojos. Increíblemente, volví a quedarme dormida, aunque solo unas pocas horas después volví a despertar, de nuevo, por la pesadilla.
***
Me quejé, una vez más, cuando Alice jaló mi cabello con fuerza, alisando la última parte de él.
A pesar de mis insistencias para que no lo hiciera, me había maquillado. En parte lo agradecía, porque la palidez y las ojeras habían quedado ocultas bajo todas las capas de maquillaje, así que no me veía tan enferma como me sentía esa tarde en especial.
Presentía que algo iba a suceder en la fiesta, pero me convencí de que solo era mi renuencia a ir hablando en mi mente.
Pero no podía dejar que Alice manejara borracha, y alguien debía mantener un ojo sobre ella.
#213 en Fantasía
#152 en Personajes sobrenaturales
romance paranormal, hombres lobo mate vampiros celos, maldiciones magia
Editado: 18.05.2021