Lunas de hielo.

CAPÍTULO 3.

Las heridas que me había hecho a mí misma hacía una semana para ese momento no eran muy notorias. Las observé un poco más, recordando ese día. Luego, con un suspiro casi lastimero, bajé la manga de la camisa de algodón de mi pijama.

Rodeé con ambas manos la taza de té, mirando más allá de mí, hacia el bosque. La noche estaba calma, lo que lograba relajarme a mí luego de mi pesadilla. Estaba en el alfeizar de la ventana, o bueno, en el pequeño tejado de esta, con solo el té brindándome un poco de calor entre la noche fría. Las ramas de los árboles arañaban el techo en el que estaba sentada, y los sonidos de la noche se escuchaban en todo su esplendor a esa hora.

Pensaba acerca la terrible decisión que había tomado mis padres hacía dos años, cuando nos mudamos. América se había ido ya a la universidad, y pensaron que un lugar más pequeño me haría bien. Claramente, no lo hizo. Pasarnos de casa, aunque fuera por tan poco tiempo, había llevado a que conociera al lobo, lo que significaba estar como estaba en ese momento.

Volví a suspirar. Faltaba poco para volver a clases, solo una semana más. Mis padres habían vuelto de uno de sus viajes, así que los tendría conmigo por un tiempo, antes de que volvieran a irse. Ya estaba acostumbrada a sus largas ausencias, y de alguna manera también me había acostumbrado a mi soledad. Hablaba con Aaron poco, Alice y yo pasábamos algo de tiempo juntas, pero la mayor parte estaba yo sola. Y me gustaba que fuera así.

Cuando el frío comenzó a meterse bajo mi piel como dedos fríos, luego de haber terminado mi té, entré a mi habitación. Intentaría dormir un poco, porque mi madre quería pasar el tiempo conmigo así que me llevaría a un día de compras bajo la excusa de que necesitaba cambiar algunas prendas de mi guardarropa. Las mantas aún estaban calientes, a pesar de haber dejado la cama hacía una media hora más o menos, tal vez un poco más. Miré la hora en mi teléfono, ya pasan de las 3:45, mis pies estaban congelados al igual que el resto de mi cuerpo, así que cuando mi piel entró en contacto con el calor de mi cama, lo disfruté como si no hubiera dormido o acostado por años con un calor parecido a ese.

Sentía mis ojos picar por falta de humedad y por el cansancio, había considerado la opción de cancelar con mi madre para descansar un par de horas. La verdad era que siempre, desde que pasó aquello, podía dormir si había alguien en casa, así que intentaría aprovechar. Estada de vivir cansada. Había dejado de lado las pastillas, porque luego de unos días de usarlas, me di de cuenta que lograban incrementar mis pesadillas, por alguna razón.

Parecía una niña de cinco años temiéndole al monstruo que vivía en el armario.

Junté mis pies y empecé a sobarlos entre ellos para entrar en calor, estuve haciendo esto hasta que mis ojos se cerraron, disfrutando de los sonidos de la noche, calmada, serena... tranquila.

Sin embargo, la sensación no podía durar mucho. Lo sentí como si hubieran pasado solo minutos cuando volví a despertar, sobresaltada y sudorosa mientras alguien, mi padre, acariciaba mi cabello y me susurraba cosas tranquilizantes al oído.

De mis ojos caían las lágrimas libremente, mi padre tenía mi cabeza enterrada en su camisa dejando que sollozara en ella.

—Shh, solo es una pesadilla, tranquila —repetía constantemente mientras que acariciaba mi cabello.

Cuanto estuve un poco más calmada me separé de él, limpiándome el resto de lágrimas que quedaban en mis mejillas.

—¿Quieres hablar de tu sueño? —Mis ojos se fijaron en él. Negué con la cabeza.

—Yo..., no, solo... solo fue un sueño. Pronto lo olvidaré —dije más para mí misma que para él. Esperaba olvidarlo, ya habían pasado casi dos años, nada iba a pasar.

Mi madre entró en el momento en el que dejé de hablar, en sus manos llevaba una tasa humeante de algo que suponía era algún té para calmarme.

Me tendió la tasa, la cual tomé dándole las gracias. Olía delicioso.

—Es una infusión de albahaca, para que te relajes.

Le agradecí con los ojos. Me llevé la tasa a mis labios, estaba caliente.

—Tienes que tener cuidado Abril, está caliente.

Le sonreí un poco, conteniendo las lágrimas que se creaban en mis ojos por la quemadura en mi lengua.

—Me di cuenta, gracias.

Mi madre me sonrío y se levantó de la cama, tocando mi cabello con cariño.

—Me iré a arreglar y tú —dijo señalando a mi padre—, te irás a la oficina a hacer lo que se supone que tienes que hacer.

Mi padre resopló, pero hizo lo que le dijo, ayer en la noche habían tenido una gran disputa porque mi padre creía que necesitábamos mucha más protección, aunque mi madre y yo sabíamos que solo quería estar con nosotras.

Puede que fuéramos un poco crueles con él por eso, pero por ese día saldríamos mi madre y yo, una salida solo madre e hija, luego saldríamos los tres juntos en alguna salida familiar a medias. A madias porque faltaría mi hermana para estar todos completos.

Tomé una ducha larga, dejé mi cabello suelto y bajé hacia donde estaban mis padres: la cocina. Me había puesto un vestido largo, para no tener que pasar demasiado frío y estar cómoda al mismo tiempo. Yo amaba los vestidos, eran mi prenda de vestir favorita, a pesar de que el clima de Blackthorn no fuera el adecuado para usarlos todos los días.

—Estoy lista —avisé al llegar. Mi madre me sonrió y me señaló con la cabeza la encimera, donde reposaba mi desayuno favorito: avena con fresas y chocolate—. Oh, gracias —gorgoreé, contenta.

Me senté al lado de mi padre, quien ya comía también de su plato. Huevos fritos y tostadas, algo muy diferente a lo mío.

—Sigo pensando que debería acompañarlas. —Tanto mi madre y yo pusimos los ojos en blanco.

—No lo necesitaremos, puedes comer tranquilo, trabajar tranquilo, estar tranquilo hasta que sean las cuatro y tengas que preocuparte por recogernos a Abril y a mí ¿Está bien?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.