Salí del instituto como siempre, con mi cabeza gacha y con dirección al auto de Alice.
Levanté un poco la cabeza y paseé mi vista por todo el lugar solo para ver que el auto de Alice ya no estaba en el lugar donde lo dejamos está mañana.
—Temo decirte que hoy seré tu conductor elegido.
Pegué un brinco cuando sentí su voz cerca de mi cuello.
—¿Elegido por quién?
—Por Alice.
Asentí con mi cabeza y me dejé llevar por él cuando cogió mi mano.
— ¿Dónde está Alice?
—Creo que fue llamada por dirección luego el receso.
— ¿No sabes que sucedió?
—No, tan sólo sé que le dijo a Trevor que no tenías como irte hoy.
Seguimos caminando por el estacionamiento hasta que llegamos a un auto rojo, distinto al auto negro en el que anteriormente me había montado.
—¿Has cambiado? —pregunté realmente curiosa. Había pasado una semana en la que no intentaba meterse en mi vida, así que era probable que hubiera hecho cambios de los que no estuviera enterada.
—¿Te refieres al auto? No, ya lo tenía sólo nunca lo habías visto.
—Oh bueno, este me gusta.
—Eso es bueno, no quiero que te vayas en algo que te desagrada.
Abrió mi puerta y dejó que pasara para luego cerrarla, lo cual le agradecí con la mirada y una pequeña sonrisa.
Se podría decir que en la última semana había aprendido a tolerarlo, aun no soportaba tenerlo tan cerca, mucho menos por tiempos largos, pero... convivía con él más tiempo sin ponerme paranoica.
—¿Te sucede algo? —Me preguntó unos minutos después en los que íbamos en total silencio, como la mayoría de veces.
Negué mirándolo por un segundo antes bajar mi cabeza.
—¿Has dormido bien esta semana?
Lo pensé un momento. Lo cierto es que casi nunca dormía, pero los últimos días había estado durmiendo solo unas dos horas en la noche, así que estaba cansada y me sentía enferma.
—No.
Sus ojos se entrecerraron y miró por el parabrisas, a simple vista se notaba que estaba pensativo.
—Si me quedo contigo ¿Dormirías?
—No sé, para serte sincera sigues siendo partícipe de mis pesadillas, pero me he dormido estando contigo, inconscientemente, pero lo hago.
—¿Aceptarías que me quedara contigo por un rato? Así vez si puedes dormir. —Lo miré con muchas dudas en mi cabeza.
Si aceptaba lo que me proponía, mucho de mi esfuerzo por alejarlo se vería en vano, sin embargo, me había acostumbrado a dormir por lo menos cuatro horas, dos horas menos me estaban afectando más que las cuatro cuando empezaron las pesadillas y era de lógica.
—Sí aceptas, juro que mientras duermes te pediré comida tailandesa.
Suspiré, solo esperaba que si me llegara a pasar algo se hiciera justicia.
—Bien, pero...
—No quieres que vuelva intentar acercarme a ti —adivinó.
—No iba a decir eso, pero también lo que dijiste estaría bien.
Apoyé mi cabeza en la ventana dando por terminada la conversación, cerré mis ojos y froté mis manos que se encontraban demasiado frías. Me arrepentía por no haber sacado un suéter antes de salir de casa, sin embargo, casi nunca lo hacía, era una costumbre mala que debía cambiar.
—Ya casi llegamos, te daría mi sudadera, pero no la llevo conmigo hoy.
—No importa, no quiero terminar con ella como con tu chaqueta, de hecho, te la pondrás ahora.
—¿Es una pregunta o afirmación?
—Creo que se diferencian muy bien.
Aparcó en el garaje de mi casa, en el garaje que siempre mantenía abierto.
Bajé del auto antes de que llegara a mí y comencé a caminar a la puerta, el frío era demasiado. Sostuve la puerta esperando a que Alan entrara para cerrarla.
—Te prepararé un chocolate, tus dientes están prácticamente castañeando.
—Gracias —respondí con una sonrisa.
Caminé por el pasillo de la planta baja, buscando la habitación en la que dormía mi hermana cuando venía en sus vacaciones. Busqué la caja en las que ella tenía todos sus abrigos que serían míos pasando el tiempo. A mí no me gustaba mucho salir abrigada y esa era la razón por la que cuando iba a comprar ropa, casi nunca compraba abrigos.
No la encontré rápidamente por lo que decidí dejarlo y en lugar de un abrigo cogí una manta de la parte de arriba del armario de esa habitación.
La pasé por mis hombros y volví a la cocina donde me esperaba Alan. Él estaba de espaldas, moviendo sus manos logrando que su espalda se tensara, cogió una cuchara de su lado para inmediatamente tirarla al fregadero.
Me acerqué.
—¿Qué sucedió?
Sobresaltado se giró mirándome.
—Estaba caliente, tan solo me quemé.
Fruncí el ceño mirando su mano en la que claramente tenía la marca de la cuchara.
—Oh Dios —tomé su mano entre las mías. Su piel estaba roja, sí. Tenía la marca, sí... pero su piel no estaba más caliente de lo normal, tampoco se veía que se le fueran a formar ampollas—. Ven, tengo una crema para quemaduras, creo que te ayudará. —Y sin esperar repuesta lo jalé conmigo hasta el baño más cercano, buscando en el fondo de los gabinetes hasta encontrar la cajita de primeros auxilios que buscaba.
Puse su mano bajo el agua fría del lavado, aún seguían sin haber rastros de ampollas. Frunciendo mi ceño por mis propios pensamientos, busqué la crema y se la apliqué teniendo cuidado con todo.
Cuando terminé dejé su mano libre y lo miré. Él ya me miraba a mí.
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Editado: 18.05.2021