Lunas de hielo.

CAPÍTULO 11

—Primero las señoritas. —Esperó a que pasara hacia mi asiento para luego sentarse él y deslizar mis libros por la mesa hasta mí.

—Gracias.

—Fue todo un placer. —Guiñó.

—Mi madre decía que si guiñaba mucho me quedaría tuerta —avisé logrando que alzara una de sus cejas y riera.

—¿Lo crees?

Me encogí de hombros como respuesta.

—Es probable, no lo sé y puede sonar tonto, pero luego de eso nunca volví a intentar guiñar, me daba miedo y ahora no lo haré.

—Vaya.

Asentí, era claro que no tenía nada que decir y agradecí cuando se dio la típica entrada del profesor que nos salva de responder.

La clase pasó sin algún inconveniente. Milagrosamente Alan se había concentrado en lo suyo, así que yo también pude hacerlo, aunque me sentía cómoda, mucho más que los días anteriores.

***

—Oye Abril, te estoy hablando. —Alice me miró enojada con sus brazos en la cadera.

—Lo siento, estaba mirando el día. Está muy opaco y tengo mucho frío.

—Nunca traes un abrigo, es normal que sientas frío.

Abrí mi boca con la intención de decir algo, lo que fuera, pero me vi interrumpida por algo ser pasado por mi cabeza, despeinando todo mi cabello. Y cuando la tela terminó de caer, dándome cuenta de que era un suéter en el que cabía otra yo. Fruncí el ceño.

—Pero ¿qué...? —volteé sin terminar de ponerme la prenda. Mi vista se encontró como los ojos y sonrisa de... ¡Alan! Sí, el chico parecía estar en todos lados— ¿Por qué? —pregunté.

—Porque sí, porque tienes frío.

Miré su cuerpo reparando en que él no llevaba ningún abrigo encima.

—Tú debes ser el que tiene frío. —Se encogió de hombros.

—Mantendré dos abrigos en mi casillero, tendré que acostumbrarme a cargar con dos. —Y deliberadamente ignoró mi boca abierta por la cual estaban a punto de salir unas cuantas palabras que formarían un discurso sobre no dar a desconocidos sus sudaderas, abrigos, cazadoras etc. Sin embargo, pasó por mi lado dejándome con las palabras en la lengua y se dirigió a la fila de la cafetería.

Me encogí internamente de hombros y con una sonrisilla pasé mis brazos por las mangas del suéter recibiendo gustosa el calor. Si Alan no necesita el abrigo pues yo sí, no iba a dejar que mis huesos sufrieran por mi orgullo, porque lo cierto era que el frío se estaba calando a mis huesos hasta el punto de hacerlos doler.

Cogí mi sándwich y le di un mordisco, alcé la mirada hacia Alice, quien me miraba interrogándome con la mirada, esta vez, sí me encogí visiblemente de hombros y tragué la masa que tenía en mi boca restándole la importancia que mi amiga le estaba dando al gesto de Alan.

—Como te decía, es injusto que lo cancelen. Ahora no podré pedirle a Trevor que vaya conmigo porque no habrá baile, y sin baile no habrá manera de que yo le pida salir sin parecer una lanzada.

Negué con mi cabeza sin comprender nada.

—Realmente no te entiendo Alice.

Suspiró.

—Mira, el baile es una forma indirecta muy directa de decirle al chico que te gusta precisamente eso, que te gusta, sin parecer interesada, si te dice que sí puede tener algún interés, pero si te dice que no es lo contrario, así sabría si le gusto o no a Trevor. Si lo invito a salir sin ninguna excusa sería muy visible que me gusta y no quiero que se entere que me gusta, sería algo así como... no sé, el fin de lo que conocemos como seguro.

—Estás divagando Alice —le pegué otro mordisco a mi emparedado—. Sinceramente sigo sin entender, sería lo mismo si te dice que sí o no en la invitación a una cita que a un baile.

—Es por eso que no tienes un novio.

—No, no es por eso, es porque soy demasiado testaruda, tímida y desconfiada por lo que no estoy en una relación donde lo único que haría sería besar a una persona que posiblemente lo único que espera de mí a lo largo de algunos meses sería sexo. Sí, quizás la quiera y quizá me divierta, pero el sufrimiento sería mayor que esas cosas.

—Te tengo otra razón por la que no estás en una relación: Eres demasiado pesimista. —Frunció el ceño y se sentó en su silla hundiéndose en ella con sus brazos cruzados en su pecho.

—Sí —me limité a responder—. No me esperes a la salida, no me iré contigo.

—¿Vienen tus padres? —negué— ¿Entonces tu hermana? ¡Eso es genial! Podemos salir de compras. Por cierto ¿Cuándo volverás a tener tu auto contigo?

—Ella sale, se desplaza más que yo, lo necesita mucho más. Y no, no viene mi hermana.

—¿No? ¿Te irás caminando?

—No, se supone que saldré con Alan.

El grito de Alice se escuchó por toda la cafetería.

—¡Oh, Dios mío! ¡No lo puedo creer! —siguió gritando ahora parada y dando saltos intercambiando sus pies —Oh, mi Dios. Oh, mi Dios, ¡mi mejor amiga tiene una cita con un chico caliente! —esta vez susurró como si estuviera en un sueño. Casi podía ver la escena donde llega el príncipe con su cabello largo galopando un corcel blanco.

—Vamos Alice, no es una cita, solo saldré con él por las magdalenas del lugar... y por el café.

—Lo siento, me perdiste desde la primera vez que dijiste saldré. Para mí es una cita. Diablos Abril, se nota que le gustas a Alan y no puedo creer que esté logrando que cedas.

Fruncí mi frente, molesta.

—Él no está logrando nada conmigo.

Alzó una fina y bien depilada ceja.

—En otra ocasión te hubieras quitado su abrigo y morirte de frío.

—No dejaré que mis huesos duelan por aguantar frío si tengo un suéter muy calientito que me proteja de él.

Suspiró.

—Contigo es imposible discutir. Será lo que tú digas, no quiero gastar saliva cuando sé que terminaré perdiendo, aunque no quitarás la idea de mi mente.

—Bien —le di la última mordida a mi sándwich terminando justo a tiempo antes del final del receso—. Nos vemos luego, te llamo después.

Miré en dirección a la cafetería cuando recordé que Alice no debería estar allí.




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