El aire dejó de transitar cuando su cuerpo se tensó casi imperceptiblemente para cualquiera que no estuviera al pendiente de su reacción.
—¿Qué? —Entrecerró sus ojos hacia mí como si lo que estuviera diciendo fuera una locura. Puede que lo fuera, sin embargo, sus pupilas dilatadas indicaban algo que, para mí, era todo lo contrario.
—Lo que escuchaste, no creo que estés sordo, me has escuchado muchas veces cuando hablo solo en susurros.
—Te escuché solo no me cabe en la cabeza lo que he escuchado.
—Sí, es algo descabellado, pero quiero saber qué piensas.
—Nada, no pienso nada ¿Qué es lo que tienes con Matt? —Cambió bruscamente de tema.
Ahora era mi turno de entrecerrar mis ojos hacia él.
—Eso no es de tu incumbencia, pero no, no tengo nada con Matt, si fuéramos algo no habría reaccionado de esa manera ni siquiera por una pelea.
—Pero te gusta.
—De nuevo, eso no te importa, pero no, no me gusta, me gustaba y creo que Alice me hizo el ahora innecesario favor de decirle en las vacaciones, pero yo no siento nada por él, ni siquiera interés, ahora no. Pero no estábamos de eso. Alan, y no cambies de nuevo el tema.
—De acuerdo, pero déjame preguntarte una última cosa ¿Por qué te besó?
—No lo sé, tampoco quiero saberlo.
—He escuchado que le gustas.
—¿Qué? —Lo miré.
—Escuché que...
—Sé lo que dijiste, pero no creo que eso sea cierto, digo, sí, quería tener algo con él hace... algún tiempo, pero nunca se mostró interesado...
—O no lo viste, las personas quieren ver lo que les conviene, tan solo puede que solo lo hayas querido como una simple ilusión y no te hayas dado cuenta de nada.
—Pareces mujer. —Torcí mis labios con algo de gracia.
—Te hice reír. —Sonrió orgulloso.
Pero yo no estaba riendo, tan solo sonriendo.
—No me reí.
—Pero quieres hacerlo, lo sé.
Y sí, me fue imposible no reírme porque al momento en el que terminó de hablar hizo una mueca de las que les hacían a los bebés para hacerlos reír.
—Payaso.
—Los payasos estamos para hacer reír. Ven vamos, esos macarrones deben estar fríos ahora. —Y dicho eso se levantó de su silla y tomó mi mano como la primera vez que salimos; protectoramente.
Tiró de mi mano hacia la caja donde estaba la hermana de Kiona.
Traté de soltar mi mano, pero él la llevó a su boca y, junto con las de él, sopla entre ellas y luego las frota calentándola entre las suyas y hacer lo mismo con mi otra mano para luego sonreírme.
—Estás fría —pero no puede responderle nada. Estaba enternecida por su gesto y por su sonrisa que, de lejos, la más tierna que me habían dedicado. Noté como sus mejillas se colorearon cuando apartó la mirada—. Vamos a pagar ahora para llevarte a tu casa.
Comenzó a caminar. Su brazo se posó encima de mis hombros, pude ver como por el rabillo de su ojo me miraba esperando que me alejara o algo parecido. Creo.
Pero no lo hice, simplemente no podía hacerlo por alguna razón.
Salimos del restaurante porque al parecer era más que un simple café.
Alan llevaba en su mano una bolsa que sabía contenía magdalenas de chocolates, aquellas que no me había dado en un principio.
—Lo siento —dije cuando me abrió la puerta de su auto. Frunció su ceño sin saber de qué hablaba.
—¿Por qué?
—Por no comerme lo que me pediste. —Sonrió.
Hablando con la verdad, me encantaba cuando sonreía.
—No te preocupes por eso, Abril, supongo que fue culpa mía porque no querías comer.
Le sonreí un poco y me monté en el auto dejando que cerrara la puerta por mí.
Sentía frío en mi cuerpo, lo que era raro porque minutos atrás había tenido calor, pero el frío había vuelto por lo que dejé que las mangas del abrigo de Alan cayeran libremente por mis brazos cubriéndolos en su totalidad.
—Ahora sí, nos vamos —asentí—. Abróchate el cinturón Abril, por favor.
Asentí para luego hacer lo que me pedía.
Puso las magdalenas en mi regazo y prendió el motor manejando con dirección a mi casa.
—Abril —Me llamó luego de unos minutos de trayecto.
—¿Cuántas horas duermes? —preguntó de repente.
¿Y yo que podría decirle? El tema de mi sueño no era algo de lo que me gustaba sacar a colación.
—Alan, ha sido un buen día, por favor no lo arruines sacando ese tema.
Apretó los labios.
—Yo solo quiero comprender...
—¡No hay nada que comprender, entiéndelo!
Cerré los ojos al terminar de hablar. Tallé mi frente, incómoda, pero no dije nada más, y él tampoco. Cuando el silencio se volvió muy incómodo, comencé a morderme de nuevo el labio para distraerme.
—No te muerdas el labio Abril, por si no lo sabes eso es la perdición de todos los hombres y yo no soy la excepción —dijo aun bruscamente y con su vista en la carretera. No solté mi labio, solo mordí la parte que suponía el no alcanzaba a ver—. Te lo digo en serio, Abril, si no quieres que te bese en este mismo instante deja tu labio libre —Ahí sí lo solté. ¿Seguía enojado? Sí ¿Me intimidó lo que dijo? Era la misma respuesta: sí ¿Lo demostraba? Tal vez, pero no iba a admitirlo.
Bajé las mangas del suéter intentando entrar en más calor. Alan gruñó otra vez con aquel gruñido animal, aparcó el auto y se giró hacia mí. Cogió cada lado de la capucha y la puso sobre mi cabeza halando los cordones haciendo que mis ojos se taparan y parte de mi nariz también. Y sin darme cuenta antes de poder cuadrar la capucha para que no obstruyera mi vista otro abrigo fue pasado por mi cabeza. ¿Cómo lo hizo tan rápido? Ni idea, ¿Por qué lo hizo? Tampoco tenía una razón ¿Había logrado entrar en calor? Solo podía responder que mi muerte podría ser abrasada. Bien, no tanto así, de hecho, me sentía a gusto y llenita. No podía cruzar mis brazos sin que las capas de tela me molestaran un poco, pero curiosamente la sensación no me sentó mal.
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Editado: 18.05.2021