Mentiría si dijera que cuando abrí mis ojos estaba desorientada o confundida porque no era así. Desperté con mi cabeza punzando más que antes. Escuchaba voces de personas afuera, en el pasillo, pero estaba sola en la habitación. Con cuidado moví mis piernas a la orilla de la cama y alcancé el vaso de agua y la pastilla que había en la mesita al lado de la cama.
Justo cuando la pastilla acababa de pasar por mi garganta la puerta se abrió dejando ver a la enfermera que, a comparación de otras, iba a su trabajo vestida de manera casual.
—¿Preparada para ir a casa? —me preguntó. Busqué por toda la habitación hasta encontrar el reloj a un lado de la puerta.
Se suponía que aún terminaban las clases, aunque era tarde.
—Pero aún no es hora de la salida.
—Oh querida, no creo que puedas soportar el resto de tu día con migraña —cuando acaba de hablar tres golpes son escuchados en la puerta antes de que ésta se abra y entre Alan—. Y ya ha llegado tu transporte.
Miré a Alan, pero no recibí la sonrisa que siempre me daba. No era estúpida sabía que seguía enojado por lo sucedido el día anterior.
—Vamos. —dijo Alan colgándose mi mochila en su hombro, encaminándose hacia mí para ayudarme a parar.
—Muchas gracias —le dije a la enfermera sintiéndome un poco incómoda al saber que el brazo de Alan rodeaba mi cintura.
—Es mi trabajo, ahora vete tranquila y descansa un poco, tus ojeras tampoco son normales.
Traté de que mis mejillas no se sonrojaran y le sonreí.
Mi cintura fue apretada en señal de que comenzara a caminar. Lo hice despacio, pero al menos avanzaba. Y tenía la seguridad de que no me iba a caer gracias al apoyo que estaba siendo el brazo de Alan.
Cuando llegamos a su auto me hizo subir con cuidado y él mismo me abrochó el cinturón como si, en vez de solo haberme golpeado, estuviera inválida.
Momentos después su puerta se cerró y luego, el auto se puso en marcha hasta la portería dónde él tuvo que mostrar el permiso para poder salir entre clases.
No hablamos hasta después de unos minutos dónde fui yo la que decidió hacerlo.
—Lo siento —le dije de la forma más sincera. Lo único que pensaba era en lo mal que estaba. Él de alguna u otra manera se preocupa por mí. Se merecía al menos entrar en duda en mi confianza.
—Te disculpas últimamente por todo.
—No quiero entrar en discusión contigo ahora. Sabes que hacer esto no estaba nunca en mis planes y es duro, pero lo estoy haciendo y de verdad lo siento. Sencillamente ahora no puedo pensar que me harás daño.
—¿De verdad? ¿O solo lo dices como las otras veces?
—Sé que estás enojado, pero todas aquellas veces lo dije de verdad solo que estaba... poco dispuesta a hacerlo, ahora es distinto.
—No sé porque no puedo creerte, se me hace muy difícil de creer que me dejarás entrar en tu vida de la noche a la mañana.
—Lo sé, yo tampoco creería eso.
El auto paró y su mano se dirigió a los asientos traseros dónde se encontraba mi mochila. La puso en mi regazo y, aunque sé que no quería hacerlo, me regaló una casi imperceptible sonrisa.
Desabroché mi cinturón y lo miré.
—¿Quieres entrar? —Le pregunté desconfiando de la respuesta que podría darme. Hizo una mueca.
—No puedo —alcé un lado de mi boca un poco triste y disgustada.
—No tienes por qué mentir, entiendo que estés enojado.
Abrí la puerta, pero antes de salir su mano agarra, mi muñeca. Giré a verlo.
—No, Abril, no pienses que lo digo para hacerte de lado. De verdad no puedo, hoy hay entrenamiento y tengo que ir con mi padre luego... debo volver a la última clase —suspiró y su mano se paseó entre sus cabellos— ¿Te parece... te parece si te llamo más tarde, cuando esté más desocupado?
Asentí sin saber nada más que decir. Una idea cruzó por mí cabeza y antes de que pudiera detenerme me acerqué a él rozando mis labios en su mejilla.
Me alejé sonriéndole y dejándolo en shock. Bajé del auto y caminé hasta la puerta dónde al llegar me volví solo para mover mi mano despidiéndolo a pesar de que yo no lo podía ver por los vidrios polarizados.
Subí y como dijo la enfermera, traté de descansar; cosa que logré al poco tiempo.
Cuando desperté me sorprendí por la causa: mi teléfono sonaba al lado de mi almohada y no había rastros de la pesadilla ese día.
—¿Hola? —aclaré mi voz alejando el teléfono de mi boca.
—¿Estabas dormida? —La voz de Alan llegó como respuesta. El bullicio al otro lado no me dejaba escucharlo muy bien.
—¿Alan? No te escucho muy bien.
La línea se quedó en silencio, solo el bullicio del fondo se alcanzaba a escuchar, solo que cada vez disminuyendo hasta que desapareció casi por completo.
—¿Y ahora? ¿Me escuchas?
—Sí, mejoró. ¿Dónde estás? —pregunté en un tono de voz que no era lo que pensaba saldría de mi boca. Me reprendí mentalmente por ello.
—Estoy en... un lugar.
—¿En serio? Vaya Alan si no lo dices no podría decir dónde. —Viré mis ojos sabiendo que no podía verme.
—Estoy con unos amigos, nada especial —silencié, me sentí un tanto ofendida y un poco mal aun sabiendo que todo esto me lo había buscado.
Debería sentirme bien al saber que lo que pensaba en un principio estaba sucediendo, pero me sentí mal, hasta se puede decir que un poco traicionada.
Me dijo que iba a estar en entrenamiento, luego con su padre, pero estaba allí en aquel lugar con sus amigos.
—¡Alan! Te estaba buscando ¿Con quién hablas? —La voz de una chica se escuchó de fondo y me sentí estúpida. Nunca le había preguntado o menor dicho, nunca había salido el tema de si él tenía novia y posiblemente sí la tuviera, tan solo había asumido que no por la manera en la que me trataba. Sí a mí me trata así ¿Cómo lo hacía con ella? Y me sentí estúpida porque estaba claro que no iba a dejar de pasar tiempo con su novia por ir a ver a una total y completa desconocida.
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Editado: 18.05.2021