Lunas de hielo.

CAPÍTULO 16

—Buenos días, preciosa. —Sonreí. El sello de una cafetería en un vaso de café se posó en mi vista. Lo agarré sabiendo de donde era y lo delicioso que sabía.

—Buenos días —giré y miré a Alan, el cual tenía su cabello mojado, cayendo por su frente, rozando sus pestañas y tapando sus cejas y sus orejas. Sabía que cuando se secara, lo tendría alborotado, pero bonito—. Pensé que hoy no venías.

—¿Por qué? —Inclinó su cabeza en un gesto de pregunta que le favorecía. Parecía un chico inocente cosa que me había demostrado no era.

—No fuiste por mí, y ayer me enviaste un mensaje. —Abrí la tapa del vaso y le di un sorbo.

Una risa incrédula salió de sus labios.

—Te he estado enviando mensajes en los últimos días.

—Sí, pero ayer me dijiste que pasarías toda la mañana ocupado por estar con tu padre.

—Hice un pequeño cambio de último momento porque quería pagarte tu café. Me habría gustado tomar esta decisión antes, así habría podido traerte.

—¡Por fin lo has hecho! —Una sombra llegó corriendo y se lanzó a Alan haciéndolo tropezar. Mi café por poco cae de mis manos por el susto que Kiona me había dado. Me quedé al margen, completamente pasmada— ¡Dios, te besaría!

—¿Por qué demonios tendrías que besar a Alan? —Y a la escena se le unió Axel con su ceño fruncido y de mal humor.

Kiona dio un grito y se quitó de encima de Alan, lanzándose a su novio y besándolo un poco duro a mi parecer, aunque Axel le respondió gustoso.

—Tú, acompáñame. —Cogió su mano y tiró de él. Axel, un poco fuera de lugar se dejó llevar por ella. Los seguí con la mirada hasta que se me hizo evidente el lugar al que iban. Abrí mis ojos mucho más impresionada y alejé mi vista hacia Alan que miraba las puertas de los baños con expresión neutra. Me miró y sus hombros se encogieron.

—Luego Axel me lo agradecerá.

—¿De verdad lo hicieron?

—No creo que ya lo hayan hecho, pero...

—Alan —levanté mi mano callándolo y cerré mis ojos totalmente perturbada. Eso no era a lo que me refería—, cállate, por favor.

Su risa llegó a mí y sentí su brazo rodear mis hombros y estrecharme a él. Su boca se presionó en mi cabeza en un rápido besito y sin pedirme permiso comenzó a sacar los libros que me correspondían para las primeras horas de clase, manteniéndome entre sus brazos. Me impresionó que se supiera mis horarios de memoria.

—Vamos, te acompaño a clases y me voy.

No me negué, de hecho, lo único que hice fue darle un sorbo a mi café. Los días se habían ido con rapidez, y al día siguiente tenía mi salida al cine con él porque había cumplido con lo de ser un chico soltero. Esos pocos días me había llevado a clases, cada día esperándome con un café como el que tomaba en ese momento. Alan seguía comportándose como lo hacía en un principio, en algunas ocasiones se molestaba por mi comportamiento, pero luego de unos minutos y un par de estupideces de mi parte, volvía a su estado natural mientras yo intentaba con todas mis fuerzas no tratarlo mal y dejarlo entrar a mi vida, aunque ese trabajo no se me estaba haciendo para nada difícil con él.

Debía admitir que la idea de que Alan me hiciera daño cada vez me parecía más descabellada y también que esa era una de las razones por la que se me estaba facilitando el estar con él.

Su brazo volvió a mi hombro y caminó conmigo a calculo, pero en el camino la persona que menos esperaba, lo saludó de forma que me dieron ganas de vomitar.

—Hola Alan. —Cabellos rubios fueron enroscados en un dedo de Amber mientras lo saludaba coquetamente. Su mirada pasó a mí y su coquetería cambió a desagrado. Estoy segura que yo tampoco la miré muy bien, con ella era la persona que me atrevía a demostrar todo el desagrado que sentía y no solo mostraba una expresión neutral.

No sé en qué momento comencé a hacer aquello, pero sin duda Alan ya lo había notado.

Con un simple asentimiento respondió a su saludo y siguió caminando imperturbable. Sonreí con gracia al imaginarme a Amber, la chica que siempre obtiene todo y a todos por su belleza, ser rechazada, y casi ignorada, por un chico y que justamente ese chico sea Alan.

—¿De qué te ríes? —Su sonrisa de medio lado acentuó la mía.

Cada vez Alan era más perfecto para mí.

—No me estoy riendo, solo sonrió. —Giré mi cara hacia él aun sonriendo demostrando lo que hacía.

—Mentirosa.

Sentí su brazo bajar por mi espalda hasta llegar a mi cintura donde uno de sus dedos se enterró un poco más abajo de mis costillas. Salté al sentir las cosquillas y lamentablemente de mi boca salió un grito sorprendido. Llevé mis manos a mi boca y abrí mis ojos al máximo, sintiendo mis mejillas enrojecer.

Miré a todos los lados del pasillo; nadie nos veía. Alan soltó una carcajada que sí logró llevar miradas hacia nosotros.

—Nadie nos está viendo, tranquilízate Abril.

—Eso no se hace Alan —refunfuñé y me moví haciendo que el brazo de Alan cayera de mi cintura. Ese no es un buen lugar para que su brazo esté— ¿Puedo preguntar si la razón por la que Kiona estaba así tiene algo que ver con Ixchel?

Lo miro por el rabillo del ojo esperando que dijera algo, pero lo único que hizo fue levantar sus cejas y sonreírme.

¿Había mencionado que Alan vivía sonriendo y riendo? Si no es así supongo que eso queda claro.

—No, no me has respondido.

Entrecerré mis ojos preguntándome de que hablaba hasta que recordé momentos antes de que yo gritara.

Mordí mi labio inconscientemente al querer aguantar mi sonrisa.

—De ti, me reía de ti —respondí sincera y con gracia.

—¿De mí? —Su caminata se detuvo y frunció el ceño, pero no estaba enojado, lo sabía por el brillo juguetón en sus ojos.

—Sí, de ti y de Amber. Eres el primer chico que conozco que no le presta nada de atención cuando la pide.

—Oh, así que es eso.

—Sí, ¿Por qué lo haces? —Entré el salón de cálculo, giré con la intensión de que me diera mis libros, pero no lo hizo.




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