Lunas de hielo.

CAPÍTULO 20

No crean que no lo sentí, porque sí lo hice. También noté cuando lo hizo.

No creo que una persona no sienta cuando su mano es agarrada, mucho menos cuando sabía que había unos chicos mirándote como su fueras un trozo de carne. Y a pesar de que sentí su mano hice como si no y no le dije nada, no traté de quitarme ni... nada. Estaba a gusto, así que me quedé como estábamos y seguí caminando.

Miré por todos los pasillos buscando algo que le pudiera gustar a una niña de cinco años. Alan parecía bastante aburrido y hubiera podido compadecerme si no fuera porque por dentro yo seguía siendo una niña en mi interior. Todos esos juegues me emocionaban y como no sería para mí el regalo me esforzaba en encontrar algo bastante lindo.

Y lo hice al final del pasillo cuando vi en la sección de ropa un vestido que a mi parecer era muy lindo. Llevaba una cinta que rodeaba toda su cinturita, toda ella estaba algo así como enlazada con ella misma formando un diseño como de encaje, era azul y blanco. Era simplemente hermoso.

—Llévale este. —Solté mi agarre y casi corrí a los vestidos. Comencé a buscar uno que le fuera más o menos de la talla de su hermana.

—¿Este? —Cogió uno y lo examinó. Paré mi búsqueda.

—¿No te gusta? —pregunté.

—Sí, pero... ¿Cómo sé si le gustará a ella?

Me encogí de hombros, sonriendo.

—Tómale una foto y envíasela a tu madre. Pero ¿estás seguro que si te gusta? Podemos buscar algo más.

—Sí me gusta Abril, tranquilízate ¿Sí? —Cogió mi cara en sus manos y no me soltó hasta que asentí—. Le enviaré la foto a mí madre y le preguntaré su talla. —Asentí y sonreí.

Su madre demoró casi unos cinco minutos en responder. Cinco minutos en los que yo desviaba mi mirada a los chicos que seguían riéndose y de vez en cuando me miraban. Solo me miraban si otra chica no pasaba frente a sus narices. ¿Es que no tienen una madre que los enseñe a respetar? ¿A comportarse como verdaderos hombres? En los meses que llevaba conociendo a Alan no lo había visto hacer aquello. Si lo hacía yo no me daba cuenta. En fin, su madre contestó a los cinco minutos diciendo lo que yo ya sabía: que era totalmente hermoso. Nos dijo su talla y cuando lo busqué me alegré de que fuera el último de los que había.

Caminé emocionada con el vestido en mis manos dejando atrás a Alan, quien tan solo me seguía, negando con su cabeza, divertido, hasta yo misma me daba cuenta de lo infantil que me veía en momentos como ese.

Esperamos en la fila para pagar, en un momento sentí como los brazos de Alan me rodeaban por completo desde atrás. Su cabeza hizo lo que venía haciendo desde hacía un tiempo atrás: enterrarse entre mi cuello y hombro. Con un suave gruñido me hizo entender que estaba inconforme con algo. Por un segundo me asusté pensando que era por el vestido hasta que habló.

—No me gusta cómo te miran esos chicos —habló en mi oído. Un escalofrío escaló por mi columna al sentir su aliento.

—A mí tampoco, pero sólo tienes que ignorarlos. Ignóralo ¿Sí? —Tuve que voltear un poco mi rostro para poder hablarle, lo que fue un grave error porque estaba demasiado cerca. Fingí no haberlo notado y volví mi cabeza solo que, buscando un poco de seguridad, pasé mis manos por los antebrazos de Alan llegando a sus manos que esperaban las mías para entrelazarlas.

Dejé que siguiéramos así hasta que fue nuestro turno de pagar y Alan tuvo que separarse para poder sacar el dinero. Me sorprendí cuando lo que hizo fue sacar una tarjeta de crédito. Sabía que su padre le pagaba y mantenía dinero, pero no pensaba que fuera necesario tener tarjeta de crédito, sin embargo, mi atención se desvió cuando vi algo en su billetera. Sin que se lo esperara, se la quité porque sabía que si se la pedía no me la daría.

La volví a abrir aprovechando que estaba un poco sorprendido por mí ataque. Sonreí cuando lo hice y alcé mi rostro buscando sus ojos que me miraban un poco avergonzados. Tenía una foto mía en su billetera, una foto de hace unas semanas que él me había sacado. Mi corazón se llenó, pude sentir como un calor se instalaba en mi pecho y como toda la emoción se iba a mí estómago haciéndome sentir las tan llamadas mariposas. Era la primera foto que se veía. Su cartera era de esas que tenían varios lugares para las fotos; ni siquiera sabía que era lo que más me enternecía, si el que fuera la primera entre las cuatro que tenía de su familia o el hecho de haberse tomado la molestia de revelarla en el tamaño indicado para su cartera. Quizá en otro momento me hubiera sacado un poco de onda ese hecho, pero en ese momento, siendo tan cercanos, solo hizo que me gustara un poquito más.

Alan me devolvió la sonrisa aún con vergüenza, yo desvíe mi mirada sintiéndome también avergonzada y tímida.

Cuando la chica nos dio el vestido me apegué a él un poco, sintiendo seguridad de tenerlo a él ahí conmigo y no estar sola cerca de esos chicos.

En un ataque de atrevimiento y buscando transmitirle a Alan un poco lo que sentía, no sólo desconfianza a los hombres aquellos sino de... mis sentimientos por él, lo abracé por la cintura. Lo miré fugazmente mirando su sonrisa, momentos después sentí sus labios en mi cabeza y sus brazos pasar por mi hombro.

Y así, abrazos como un par de novio, salimos de la tienda.

—Debería comprarle algo más —dijo luego de un momento caminando por el centro comercial.

—¿Qué quisieras comprarle? —pregunté pasando mis dedos por una vitrina en la que estaba algo que me interesaba mucho; un marco de madera. No sé la razón por la que me fijé en él, pero lo primero que pasó por mí cabeza al verlo fue el cómo se vería una foto de Alan y yo en ella. Él tenía varias fotos ¿Por qué no podía tener yo una?

—No sé... un peluche o una muñeca.

—Bueno, estás de suerte —dije girándome a la tienda de peluches que justo estaba a mi lado—, no tenemos que caminar mucho para encontrar una.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.