Lunas de hielo.

CAPÍTULO 22

Me impresionaba mucho que Alan supiera más partes del pueblo que yo misma, alguien que llevaba viviendo ahí toda la vida.

El paisaje era divino en la carretera, bosques a ambos lados, pero parecía más luminoso y bonito que en cualquier otra parte.

No sabía a dónde me llevaba Alan, pero no me quejaba, aunque sí me sorprendí cuando aparcó a un lado de la solitaria carretera, en medio de la nada. Se bajó del auto y lo imité para no quedarme sola dentro.

—¿Por qué me has traído a la nada?

— Confía en mí, cuando lleguemos verás porque vale tanto la pena la caminata.

—¿Caminata?

—¿Pensaste que ya habíamos llagado? —Me encogí de hombros, llegando hasta él. Me tendió una mano que no dudé en tomar antes de pegarme a su brazo para comenzar a caminar a su lado.

Mi corazón comenzó a martillear en mi pecho, confiaba en Alan, pero eso era demasiado... raro, incluso para él.

No obstante, no dije absolutamente nada y me dejé guiar. Si llegaba a pasarme algo mi madre sabía la última persona con la que había estado.

—Bien, llegamos —murmuró poniéndose detrás de mí, y como si fuera costumbre suya, enredó sus brazos en mi cintura y recostó el mentón en mi hombro, y yo, como si lo hubiera hecho miles de veces, junté mis manos con las suyas.

Alcé mi mirada a lo que Alan planeaba mostrarme y ciertamente era increíble.

—Vaya... —susurré mirando las copas de los árboles.

—¿Te gusta? —Midió mi reacción.

—Alan... esto... parece sacado de un cuento. —Seguí mirando las copas viendo como las lianas caían de las ramas desde lo último de los árboles, pero por si fuera poco, las enredaderas llevaban con ellas flores.

—Lo sé. Mira al frente, no sólo los árboles. —Hice caso a su murmullo.

—¿Por qué hay un puente? —Atiné a decir al ver la construcción en madera. En Blackthor no hay lagos ni lagunas.

Me solté del agarre de Alan, pero antes de avanzar sus brazos volvieron a mí.

—¡Cuidado!

—Ja ja, no soy tonta ¿Qué crees? ¿Qué no sé qué en el pueblo no hay lagos?

—Sí lo hay, tienes en frente uno. —Lo miré mal.

—No soy tonta —repetí, pero Alan sin hacerme ni pizca de caso me elevó en el aire dejándome detrás de él.

—Observa —se agachó y cuando se enderezó lo hizo con una piedra en su mano. Piedra que cuando tiró quedó en la superficie. Alcé mis cejas—. Aguarda.

Volvió a intentarlo y esta vez, la roquita volvió a quedarse en la superficie, solo que, a comparación de la otra, esta si se fue hundiendo.

Abrí mi boca impresionada.

—Esa es la razón por la que nadie sabe de los lagos, están cubiertos de hojas, flores y todo eso.

—Oh, por Dios.

Cerré mi boca impresionada. No sabía que decir, ciertamente me parecía algo injusto que Alan conociera todo esto y yo no.

—El dueño de este lugar lo planea vender. Quisiera comprarlo.

—¿Cómo lo harás si no tienes el dinero suficiente? Esto debe costar una fortuna.

—No lo haré en estos momentos, por ahora lo único que pienso es en conseguir un apartamento y tratar de independizarme de mi familia.

—¿Tratar?

—Tengo algunos ahorros, trabajo con mi padre todos los días necesarios y he estado negociando con mi padre algunas cosas. Si lo convenzo podré adquirir el departamento en el que vivía cuando no estaba con mi madre, por trabajar todas las vacaciones junto a él.

—Eso es... bueno supongo.

—Sí, aunque sé que es una gran responsabilidad mantener una casa por ti solo.

—Estoy segura que lo lograrías, eres muy organizado en tus cosas por lo que he podido ver.

—Gracias. —Mostró la sonrisa avergonzada que pocas veces me dejaba ver.

—¿Por qué?

—Por apoyarme, por decirme que soy capaz y no que es una tontería.

Incliné mi cabeza sonriéndole de vuelta.

—Es cierto, llevo poco tiempo conociéndote, pero... he visto que una de tus cualidades es que tienes muchos sueños, realistas, pero siguen siendo sueños.

—¿Soñar es una cualidad?

—No lo sé, pero de lo que te hablo es que tu cualidad es que haces lo posible por lograrlos. Eres admirable.

Por lo que creo es tercera vez vi a Alan sonrojarse. No mucho, pero sí lo hizo, algo que me llenó de ternura.

—Soy el hombre de tus sueños ¿No?

Reí asintiendo. Mis manos fueron agarradas por las de él. Miré el recorrido que hicieron antes de que fueran dejadas detrás de su cuello. No me importó, sabía que cuando lo hacía quería que pasara mis dedos por su cabello, lo había hecho pocas veces, pero ya lo me lo había dicho.

—Algo así. Eres tierno, pero no eres tan empalagoso, eres atento, buen hermano y por lo que analizo buen hijo. Te preocupas por mí y te gusta cocinar.

—No me gusta cocinar —frunció su ceño y se acercó, de nuevo, a mí—, lo sé hacer un tantito, pero sólo por sucesos que me obligaron a aprender.

—¿Sucesos? —Dudó en responder.

—Mi familia, toda ella se enfermó; mi madre estaba sin fuerzas, mi padre en cama, mis hermanas estaban muy mal y Trevor no podía estar dos segundos en pie. Yo era el único que no estaba tan mal y me sentía culpable así que aprendí solo por cuidarlos.

—Eso es tierno. —Usé su frase.

—Oye —se quejó dejando su cabeza apoyada en mi hombro. Sus manos volvieron a mí cintura—, no robes mis frases. —Mordisqueó la sensible piel de mi cuello. Solté una carcajada y me retorcí en sus brazos, pero no pude escapar.

—Eso lo puede decir cualquiera.

Bajé mis manos de su cabello sintiendo el quejido en mi oído, sin embargo, Alan siguió como estaba, a pesar de que pensaba que la posición debería resultarle incómoda gracias a la diferencia de alturas.

Yo era un poco baja, él era alto, yo solo llegaba a rozar su pecho con mi cabeza. Si quería alcanzar sus ojos, labios, orejas, cabello tenía que ponerme de puntillas.

Nos quedamos en silencio, yo miraba la laguna que parecía no estar allí por la gruesa capa de hojas, flores y aquel musgo que crece en el agua. Alan trazaba distraído patrones en mi espalda con sus manos y soplaba en mi cuello.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.