Lunas de hielo.

CAPÍTULO 26

Le pegué a su pecho sin parar mí canto.

Según él cantaba horrible y aunque de verdad lo hiciera, cantar te hace feliz así que seguí cantando. Alan se carcajeó.

—Oye, veo nubes en el cielo ahora, tu canto hará llover.

—Cállate —dije rápido para seguir cantando.

—Ni siquiera te la sabes toda. —No presté atención.

Pero de un momento a otro lo único que se escuchaba era la música saliendo del auto.

Me había besado solo para que callara.

—No es justo —protesté separándolo de mí.

—La vida no es justa, linda. —Entorné mis ojos hacia él.

—Déjame cantar, no lo hago mal —protesté.

—¿Crees que hubiera buscado una manera de silenciarte si fuera así?

—Sí, ahora me besas por todo. —Sonrió.

—No es culpa mía que seas irresistible.

—Para ti.

—Y para los chicos que ponen los ojos en ti.

—No creo eso. —Se movió para tener su rostro encima del mío. Estábamos en su auto, en el capote de este recostados. Hacía unos minutos estábamos allí, antes habíamos estado con su grupo de amigos, pero Alan me había convencido de irnos pronto para estar solos unos minutos antes de que me llevara a casa.

Al tenerlo cerca, delineé el contorno de su mandíbula con la punta de mis dedos.

—¿Le caigo bien a tus amigos? —pregunté con un poquito de temor.

—Sí ¿Por qué creerías que no? —Me encogí de hombros.

—No lo sé, solo quería estar segura... Alan, cuéntame más de ti, dime algo que nadie sepa.

Lo pensó por un momento, antes de reír y sacudir la cabeza.

—Perdí a Adara en el centro hace un año. —Abrí mi boca sorprendida.

—¿Perdiste a tu hermana?

—Estaba distraído y mi hermana estaba en su época de querer saber que era todo y... bueno, ambas cosas enlazadas llevaron a otra, pero fue mi culpa, no debería haber perdido de vista a mi hermana.

Iba a responder algo acerca de esto, pero mi teléfono me interrumpió. Miré el identificador descubriendo el número de mi mamá.

—¿Mamá?

—Abril —sollozó preocupándome instantáneamente. Me senté, preocupando también a Alan.

—¿Qué sucede?

—Tu tía acaba de llamar, dice que tu abuela ha estado grave y hoy... se desmayó sin razón alguna, saldremos en unas horas para allá. —Abrí mi boca, pero nada salió de ella. Las lágrimas se agolparon en mis ojos, así que parpadeé rápido para alejarlas.

Quería mucho a mi abuelita y dolía saber que estaba enferma porque precisamente casi no estaba con ella. Era una mala nieta.

—Voy para allá. —Colgué.

—¿Qué sucede? —Al sentir su brazo a mi alrededor, me hundí. Solté un sollozo, restregándome el rostro.

Me abrazó por un rato meciéndome y consolándome. Cuando me calmé un poco no me salí de su abrazo, es más, apoyé mi cabeza en su hombro.

—Tengo que irme.

—¿Ahora?

—Sí, pero... tengo que irme, con mi mamá y mi papá.

—¿Qué? Pero ¿cuánto tiempo? —Reí por su preocupación, no me iría de viaje con ellos, solo iría a ver a mi abuelita.

—Solo unos días, tres a lo mucho. Mi abuela enfermó y quiero verla. —Mis ojos se empañaron y de ellos salieron algunas lágrimas más.

—Abril... lo siento tanto. ¿Te irás hoy?

—Creo que sí, no lo sé, pero tengo que empacar las pocas cosas que me voy a llevar.

—Entonces vamos. —Se levantó de la manta en la que habíamos estado acostados sobre el capó del auto.

Horas después ya tenía mi maleta lista, estaba en la cocina con mi madre tomando un té cuando el timbre sonó.

Miramos fuera de la cocina esperando ver la puerta. Me levanté al ver que mi madre no lo hacía. En la puerta estaba Alan vestido totalmente de negro y con su cabello revuelto.

—Hey —saludé.

—Hola.

—¿Qué haces aquí?

—Te vas por unos días ¿Crees que no vendré a despedirme? —Sonreí y salí de la casa. Caminé a la silla que estaba en el porche aunque no me senté en ella, por el contrario, me apoyé en la baranda.

—No es tanto tiempo.

—Aun así, quiero darte una cosa —moví mi cabeza a un lado interrogándolo—. Cierra los ojos —lo hice, fijándome en el auto de Axel con él y Kiona dentro.

—¿Irán a alguna parte? —pregunté con mis ojos cerrados.

—Sí, pero tengo la sospecha que llegaremos tarde, por eso he venido ahora —fruncí el ceño cuando algo frío se posicionó entre mis pechos—. Ya está, puedes abrir los ojos.

Miré hacia abajo, donde descansaba un dije —muy bonito— de un corazón rojo delante de una placa que no sabía que material era, pero es color plata, al lado del corazón, el material de la placa tenía un diseño de símbolos, un patrón que se asemejaba a las raíces de un árbol y el cual tenía unos diamantitos rojos, veinticuatro en total, incrustados.

Jadeé.

—Por Dios —dije sin aliento— Alan... Dios —miré sus ojos que esperaban una reacción. Tapé mi boca con ambas manos impactada. Eso era costoso, fuera el material que fuera. Sabía que no era imitación, pero no estaba segura de que fuera algo tan costoso como lo eran las piedras—. Es hermoso, no... sé que decirte, estoy segura que si te pregunto que es me dirás algo que hará que te lo devuelva —sonrió inocente aclarando mis dudas—. No debiste, pero es demasiado lindo.

—Era algo que había encargado hace unos días, me lo dieron hoy, y no puedo permitir que te vayas sin tenerlo. A cambio de él solo te pido un favor: no te lo quites por nada, si estamos enojados, separados, lo que sea, no te lo quites, ni siquiera para bañarte lo hagas.

—¿Por qué?

—Porque es especial y quiero que recuerdes lo importante que eres para mí cada que lo veas —el sonido del claxon lo interrumpió, lo ignoró— ¿Lo harás?

—No me lo quitaré nunca, te lo prometo —tranquilicé y estaba segura que no lo haría.

—Bien ¿No crees que merezco algo a cambio?

Sonreí y me puse en puntillas para besarlo.

—Gracias —dije en medio del sonido del auto de Axel, el cual había vuelto a sonar la bocina—. Creo que es mejor que te vayas.




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