Lunas de hielo.

CAPÍTULO 27

Quince llamadas, cinco correos de voz y diez mensajes después decidí que era suficiente así que tiré el celular a la cama, metiéndolo debajo de todas las almohadas y cojines. Cambié mi vestido por un pijama de pantalón y camisa de manga larga, ambos de algodón. Cogí el libro que desde hacía mucho tiempo tenía pausado.

Bajé a la cocina donde estaba mi madre con la intención de leer e ignorar el pitido que aún se escuchaba del teléfono.

Fue una total pérdida de neuronas pensar que podía concentrarme en el libro, lo único en lo que podía pensar era en Alan y si realmente todo era una equivocación.

Esperaba que lo fuera, aunque todas las cosas llevaban a creer que no y sabía que, aunque dijera lo que dijera, nada iba a ser cierto y no podía, simplemente no podía perdonarle aquello, no podía estar con él del mismo modo y si lo llegaba a tratar de nuevo sería como lo hago con Matt; ocasionalmente, y eso me entristecía profundamente.

Pero a la vez, quería creer que había una explicación, porque Alan me quería ¿No?

Inconscientemente tomé el dije de corazón, sintiendo el mío apesadumbrado y confundido.

Suspirando cerré el libro y rodeé la barra de la cocina donde estaba sentada. Llegué al lado de mi madre y me puse en puntillas para coger un vaso. Lo llené de agua y le di un sorbo.

Miré a mi mamá que picaba fruta, seguramente para la ensalada del almuerzo.

El teléfono sonó y para no ser yo la que contestara me llevé el vaso a la boca, llenándola de agua. Le hice señas a mi madre para que contestara.

Lo hizo lanzando un suspiro exagerado que me hizo reír.

—¿Hola?... Oh, hola Alan... —me miró alzando sus cejas insinuantemente. Viré mis ojos, apartándolos de ella—. Muy bien, gracias... ¿Abril? —sonrió, negué con la cabeza dando la orden de que me negara causando que su sonrisa fuera reemplazada por un ceño—. No está, me ha estado haciendo unos favores... ya sabes cómo es, seguramente tiene su celular en silencio... claro, le diré... hasta luego. Alan.

Volteé mi cuerpo al fregadero parpadeando rápido para que no viera las lágrimas que se habían acumulado en las esquinas de mis ojos, ni como mi labio temblaba. Tomé una bocada de aire y enjuagué el vaso.

—¿Problemas en el paraíso? —preguntó volviendo a picar.

—No porque no hay ningún paraíso. —Pude ver como fruncía su entrecejo, confusa.

—¿No? Pensé que eran novios, cuando lo dije no lo negaste.

—No, no lo somos, ni lo fuimos.

—Pues creo que a alguien le gustaría serlo y no hablo precisamente de ti.

—Yo también lo pensaba —respondí volviendo a la banca de antes.

—¿Ha sucedido algo? —preguntó llegando a mí y apoyándose en la barra delante mío. Cuando la miré, lo único que pude hacer fue morderme el labio para evitar sollozar y mirar hacia arriba para disimular un poco las lágrimas.

—No quiero hablar de eso mamá, por favor —hipé un sollozo involuntario.

—Está bien, pero se escuchaba preocupado hace unos momentos ¿Has hablado con él?

—No quiero hacerlo, no por ahora.

—Están enamorados, no debe ser algo grave lo que te tiene enojada con él. —Reí sin nada de humor. Si ella supiera.

—No creo que sea como dices —susurré cuando ya estaba devuelta en su trabajo.

Traté de meterme en la lectura, pero me fue casi imposible.

Las horas pasaron y mi asiento se hizo incómodo. Mi padre llegó a almorzar, pero era evidente que yo tenía mi mente en otra parte.

Mi papá volvió a su trabajo mientras que mi madre se quedó conmigo en casa, aunque si era sincera, me hubiera gustado estar sola.

Gracias a lo sucedido con mi abuela, ellos habían tenido que cancelar su viaje. Agradecía que lo hubieran aplazo por un tiempo más, pero en ese momento lo único que quería era pensar bien sobre lo que había visto.

—Me estás preocupado, llevas más de cinco minutos en la misma página y sé que no estás leyendo.

Suspiré y en ese momento la puerta se abrió dejando ver a mi papá envuelto en su traje.

Sonreí imaginando que pasaría si sus socios o clientes lo vieran en su ropa de casa un fin de semana.

—Hola mis dos mujeres. —Besó mi frente y los labios de mamá. Caminó hasta la mesa del teléfono y puso su maletín allí, pero maldije para mis adentros cuando el teléfono sonó porque tenía la sospecha de quién era y no quería que mi padre contestara.

—Buenas noches —contestó y mordí mi labio—. Hola, muchacho ¿Quieres hablar con mi hija? —comencé a negar y mi madre al ver mi desespero también lo hizo. Mi padre nos miró angustiado —lo siento, no está... ha salido con unos amigos —reí a pesar de todo y mi padre se pegó en la cabeza al caer en cuenta de lo que dijo. Estaba bien que quisiera salvarme, pero vamos, no tengo amigos para salir un lunes mucho menos a esta hora, era claro que estaba mintiendo—. Claro, cuando llegue le digo que te llame.

Miré a mi padre.

—Gracias por intentarlo. —Sonrió de lado.

Aproximadamente una hora después mis padres se habían ido a dormir y yo seguía sentada en la misma posición solo que con la mirada perdida en las ventanas.

Me levanté y comencé a apagar todas las luces, comenzando por las de la cocina, siguiendo por las del pasillo y para finalizar las de la sala. Aunque no alcancé a apagar las últimas.

Alguien tocó la puerta, así que la miré con temor. No tocaron el timbre, lo hicieron directamente en la madera. Me acerqué a ella y giré el pomo abriéndola lo necesario solo para salir.

Apreté con fuerza mis manos en la puerta y miré a los ojos de Alan intentando no demostrarle lo mucho que me estaba doliendo verlo frente a mí. Lo miré con mi expresión más neutra y sin emoción.

No hablamos y estaba segura que no sería yo quien iniciara la conversación.

—¿Por qué no contestabas mis llamadas? —preguntó encendido una chispa dentro de mí, pero lastimosamente también logró que mis ojos de humedecieran más de lo normal. Tragué saliva con fuerza, intentando tragar el nudo en mi garganta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.