Nunca me había quejado de la soledad hasta ese momento.
Cerré la puerta soltando un suspiro, me apoyé en ella y miré toda la casa en un silencio sepulcral.
Volvíamos a la soledad.
Me separé de la puerta repitiéndome por milésima vez que esto era como vivía antes, me tenía que sentir conforme con esto.
Llegué a mí habitación y comencé a sacar todos los libros dónde tuviera alguna tarea pendiente. Pasé toda la tarde en ello hasta que mi estómago y cuerpo me avisó que era suficiente.
Caminé a la cocina rememorando lo que había pasado una noche atrás, debía admitir que seguía teniendo miedo de que volviera a pasar. De hecho, no quería salir de casa y ver los rasguños en la puerta, por lo menos era de madera y no sabía realmente si era uno de los lobos que había visto en el callejón, aunque sabía que sí lo era, no tenía que verlos para saberlo.
Pero en cierto sentido, me sentía protegida y quizá esa había sido la razón por la que no había enloquecido ni habían vuelto las pesadillas.
Tal vez debería de irme con mis padres por un tiempo. Despejarme y pensar, tal vez. O irme donde mi abuelita, la podía cuidar y salir de la rutina en la que había entrado desde lo sucedido con Alan.
Puse la cafetera mientras que yo sacaba algunas galletas para acompañar el café. Preparé lo que sería mi comida y luego la llevé al sofá dónde me quedé por lo menos una hora mirando televisión.
Pensé en llamar a Alice pero recordé que aún teníamos una conversación pendiente que en estos momentos no quería tocar.
Dejé caer mi cabeza en el respaldo del sofá y cerré mis ojos dejando salir un suspiro.
Se sentía extraño estar rodeada de tanto silencio o de tantos pensamientos sobre que debería hacer.
Recosté todo mi cuerpo en el mueble y puse mi mano sobre mis ojos.
Debería llamar a mis padres, preguntarles cómo estaban, si mi madre tiene alguna noticia de la abuela, si mi padre llegó a algo con el padre de Alan.
O mejor debería salir y tratar de conseguir una amiga con la que hablar que no sea ni amiga, ni hermana de Alan, ni que quiera hablar de él.
Llevé mis manos a mí cuello y desaté la cadena. La puse en frente de mis ojos reparando lo bella que era, aunque ya lo sabía, no me cansaba de verla. Quizá lo mejor sí era devolvérsela a Alan, aunque por la manera en la que los demás parecían tan a gusto con que yo la tuviera, sospechaba que realmente no me iban a dejar devolverla, lo que me llevaba a pensar cuantos de ellos estaban involucrados en lo que Alan había hecho o en qué tenía de especial el collar.
Pasé mis dedos por cada diamante, o lo que yo llamaba diamante, mirando específicamente el que una noche atrás había estado opaco, pero que en ese momento tenía su brillo normal, como todos los demás.
Miré el corazón notando algo que no había visto antes, parecía tener un líquido por dentro, congelado. Moví mi cabeza a un lado y busqué con mi uña alguna ranura que mostrara la parte en donde se pega el corazón con la placa de plata, o lo que parecía plata, pero no encontré nada, hice lo mismo con los diamanticos, pero el resultado fue el mismo.
Vaya que era fino.
Me quedé con él en el pecho y sin tener el control de mi cuerpo me eché a llorar, de nuevo.
Quería dejar de llorar por él, que se fuera de mi cabeza, quería que todo fuera como hace dos años y, sobre todo, quería que la relación existente en mí cabeza se fuera; Alan no era el lobo, nunca lo sería.
También lloré por todo lo que tenía dentro de mí, no sólo por la traición de Alan, aunque fuera lo que más dolía por ser tan reciente.
No sabía muchas cosas que habían sucedido como por qué lo había hecho, pero estaba segura que lo que ahora deseaba con toda mi alma era poder no pensar, ni en él con sus cosas lindas o malas, ni en mí hermana, ni en Alice, mucho menos en la soledad que ahora sentía en aquel silencio de la casa.
Me había acostumbrado a tener a alguien con quien hablar desde que mi hermana se fue a la universidad, pero ahora no podía hacer nada. Alice se distanció por Trevor, nunca fui amiga de Ian, Matt... Matt no era como Alan, atento, cariñoso, protector y Alan... de él ya se había dicho todo. Quizá podría hablar con Kiona o Lotty, pero ambas estaban mucho más cerca de Alan, no podía simplemente hablarles a ellas como si nada.
Un gran sollozo salió de mi boca y cogí un cojín enterrando mi cara en él.
Me sentía mal y no era necesariamente por alguna enfermedad, al menos no física.
Decidí meterme a la ducha con algo de música, me empapé toda desde mi cabello hasta los dedos de los pies. Nunca lograba calmarme un poco si no me mojaba en cabello.
Cuando salí sequé un tanto mi cabello con la toalla y lo peiné en una cola de caballo floja. Cogí mi teléfono dispuesta a llamar a la persona que creía tendría tiempo.
Agarré mi móvil entre mi cuello y oído y busqué algo que me abrigara. No debí haberme bañado con agua fría sabiendo el clima.
Un tono y encontré una sudadera.
Dos tonos y me la puse.
Tres tonos y me senté en la cama.
Cuatro tonos y contestaron.
—¿Hola? —habló la masculina voz que tanto me ha gustado— ¿Quién habla?
—¿Eres tan ingrato para olvidar a tu mejor amiga? —hablé con la emoción recorriendo en mi voz.
Hace tanto no hablaba con él.
—¿Abril? —Reí ante su tono sorprendido— ¡Hey, hace mucho no me llamabas! ¿Cómo estás?
Me quedé en silencio un segundo antes de responder.
—Muy bien ¿Y tú? No me habías llamado —hice un puchero.
—Lo siento, amor, mis contactos se eliminaron y no he visto a tu hermana o a Max para pedirles tu número y ya sabes que tengo buena memoria para todo, menos para los números telefónicos.
Reí y asentí con mi cabeza a pesar de que no podía verme.
—Sí, lo sé.
—¿Está todo bien? —preguntó.
—Sí ¿Por qué?
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Editado: 18.05.2021