Lunas de hielo.

CAPÍTULO 35

La puerta al ser azotada me hizo saltar. Alan se puso frente a mí, cortándome el paso.

—Quítate la ropa, Abril.

—¿Qué? —pregunté sorprendida.

—Acabas de salir de una enfermedad, estás jodidamente mojada, y estabas afuera en medio de la noche ¡Quítate lo que tengas mojado, ahora! —Volvió a gruñir. No me moví del lugar, ni siquiera cuando vi que se quitaba su sudadera—. Sí yo mismo tengo que desnudarte lo haré, no me importa si te veo en ropa interior o no.

Me tendió su sudadera y acobardada la cogí. Se dio la vuelta y allí mismo en la sala me quité la camisa, dejé puesto el sostén hasta que pasé la sudadera por mí cabeza y estaba segura que nada se me vería, luego me lo quité. Luego de eso, desabroché mi pantalón y lo bajé con mis mejillas sonrojadas.

—No entiendo porque lo hiciste, lo que suceda conmigo no te importa, no tienes que hacer esto. —Se dio la vuelta de nuevo.

—No vine para pelear contigo, es lo que menos quiero —dijo borde.

—Mira Alan, me importa un pepino lo que te haya pasado, pero yo acabo de llegar y...

—¡Y has llegado mojada cuando acabas de estar enferma! —Miré sus ojos que brillaban con enojo.

—Deja de fingir que te importa —resoplé—. ¿Dónde está Alice?

—Metida en su habitación con Trevor. —Asentí imaginando todo lo que podrían estar haciendo. Bajé el dobladillo de la sudadera, incómoda por estar casi desnuda ante él. Gruñó, dándome una mirada de pies a cabeza. Caminé hacia el sofá y me senté, mirándolo enojada por su humor, que era, literalmente, de perros enojados. Abrí mi boca para decir algo, poniendo, inconscientemente, el collar a mi lado, pero Alice, junto a Trevor, bajaron las escaleras. Alan volvió a gruñir en cuanto su hermano se fijó en mi vestimenta.

Yo, en cambio, volví a resoplar e intentar bajar la sudadera por mis muslos.

Alice silbó.

—Me encanta tu estilo hoy.

—Deja de molestar Alice.

—Bien, ten, abrígate con esto. —Me tendió una manta. Resoplé cogiéndola y envolviéndola en mi cuerpo. Si seguía resoplando me convertiría en toro.

Pero yo no era la única enfurecida, Alan estaba a punto de echar humo por sus orejas sin aparente razón.

—Préstame ropa, llevaré esto a secar. —Cogí el montón de ropa mojada y comencé a andar a la habitación donde se lavaba, secaba y, en algunas ocasiones, se extendía la ropa.

Puse la secadora y en ella mi ropa. Seguido, salí a la habitación de Alice, pero en el camino la curiosidad sobre que estaban hablando llegó a mí junto a sus murmullos. Caminé en puntillas, sin hacer el menor ruido posible y pegué mi cuerpo a la pared escuchando la voz de Trevor.

—… la mires así, ella no sabe cómo es tu humor…

—Pero le dije que viniera, fue mi culpa que se mojara de esa manera, Alan tiene razón.

—Creo que vas a tener que hacer más caldo —dijo Trevor, con tono burlón.

—Ese no sería el problema —mi corazón paró al escucharlo. La sopa la había hecho él—. Aun así me enerva ella, pudo haber cogido un taxi…

Oh, bueno, que no crea que me va a echar la culpa sin saber lo que sucedió, porque estaba segura que a la mañana siguiente mis piernas dolerían por la carrera, además, en el camino no pasó ni un solo taxi.

—No es como si yo quisiera empaparme —dije metiéndome en la conversación mirando directamente a Alan—, y deja de fingir que te preocupas por ello, ya me has demostrado que no lo haces así que deja la actuación para otra persona.

—Ni siquiera una maldita sombrilla, Abril. —Cuadró su mandíbula, apretándola.

—¿Estás seguro de ello?

—¿Veo alguna aquí?

—¡Pero no sabes lo que sucedió! Oh y ahora que recuerdo ¡Me tienes que dar una maldita explicación con respecto a ese collar! —Todos callaron, las pupilas de Alan se pusieron chiquitas, con sus ojos al tope, señal de que sí había algo, para mí, extraño.

Nadie respondió.

—¿Ahora no hablarás? ¿Ni gritarás? ¡Lo único que hacen es demostrarme que realmente hay algo!

—¿De qué algo hablas? El collar no tiene nada especial.

—Ah, ¿no? —Me acerqué a él sin importarme que sólo llevaba su sudadera que, para ser sinceros, me quedaba justo como mis vestidos, llegaba hasta arriba de mis rodillas— ¿Entonces por qué nadie deja que te lo devuelva? ¿Por qué los cristales se oscurecen? Y lo más importante de todo... ¿¡Por qué demonios ese lobo se alejó de mí por la culpa de... esa cosa!? ¿Es que me crees estúpida, Alan?

—¿Lobo? —Sus ojos se oscurecieron, furiosos—¿Hoy has visto un lobo? —Supongo que mi silencio le dio una respuesta porque maldijo entre dientes más enfurecido que momentos antes— ¿De qué color eran sus ojos y pelaje?

—¿Qué importa eso? —chillé retrocediendo muerta de pánico al ver sus ojos. Sí, lo había visto rabioso, pero juraba que sus iris se estaban expandiendo como... como los ojos de un perro; de un lobo. Los alejó de los míos y los cerró, sobando su frente, pero ese gesto solo me pareció un disimulo para ocultar lo que ya había visto—. No, no es cierto.




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