Lunas de hielo.

CAPÍTULO 37

En la entrada escuché el estruendo en las puertas de metal. Me metí en los vestidores de hombres sin importarme que de pronto hubiera alguien allí en condiciones no aptas para ver

No me compadecí de Alan al verlo sentado con su rostro entre sus ensangrentadas manos. A Matt debió haberle dolido los golpes porque si a Kirian con uno solo había logrado hacerlo sangrar bastante no me podía imaginar toda una ronda de ellos.

Entrecerré mis ojos enojada y me vi a mí misma hundiéndole mis dedos en las pocas heridas que tenía, algo cruel, pero Alan ya había pasado mis límites.

Al ver que no se movía me acerqué al casillero abierto, en la etiqueta que tenía decía "A. Lee", no creía que la coincidencia fuera tanta y ese casillero fuera de otra persona que no era él.

Juraba que había sido él el que lo abrió con el golpe que escuché antes de entrar.

Recuerdo que un día dijo que debían mantener implementos de primeros auxilios por lo que me acerqué a él descargando mi mochila en el suelo y me puse a buscar la maleta que contenía las cosas para desinfectar viendo allí mi oportunidad para llevar a cabo lo que imaginaba mi mente.

Cuando la encontré, saqué lo que iba a necesitar. Podía agradecerme, sabía con seguridad él no iba a hacer nada para curarse y debo que aclarar que no iba a sanarle para su bien, sino para que sintiera un poco más de dolor, aunque sabía no iba a compensar el dolor que debía estar sintiendo Matt.

Me debatí entre el agua oxigenada y el alcohol. Empapé el algodón en alcohol.

Que le arda.

Me acomodé en el sillón que se encontraba justo en la mitad separando algunos casilleros y la entrada a las duchas de la otra hilera de taquillas, donde se encontraban las destinadas a los jugadores de los equipos.

Quité sus manos de su rostro y lo levanté. Miré por un segundo sus ojos y él me miró a mí, aguantando mi mirada sin verse en absoluto arrepentido. Puse el algodón en sus labios y apreté más fuerte de lo necesario. Hizo una mueca y trató de alejarle. Lo amenacé con la mirada y se quedó quieto, dispuesto a lo que quisiera hacerle, aunque no me arrepentí de haberlo lastimado, seguí haciendo presión un poco más suave.

No se escuchaba sonido alguno, las personas ya deberían haber salido y los chicos del equipo de fútbol deberían de estar en prácticas hasta las cinco de la tarde.

Cuando dejé su labio seguí con su ceja, tuve que hincarme encima del mueble para poder llegar a ella, puse mi mano su hombro y con el algodón, ya cambiado, quité la sangre que había allí, corté una tirita y la puse en el lugar que estaba lastimado, luego de eso, abrí una crema que reconocí de un día en el me raspé la rodilla. Unté un poco en las yemas de mis dedos y la esparcí, haciendo un poco de presión, en su mejilla roja y algo raspada.

Tal vez Matt le dio con el anillo que nunca se quitaba, y eso le dejaría, sin duda, un moretón.

Cuando su rostro estuvo listo, dejé que la mano en su hombro se deslizara por su brazo hasta llegar a su mano. Se estremeció y los vellos del lugar se erizaron ante mi toque. Sentí un poquito de satisfacción al ver que al menos mi tacto, en ese momento, le afectaba casi tanto como me estaba afectando a mí su presencia, aunque no olvidaba el enojo que sentía.

Esperaba a que hablara, que dijera algo porque él no podía ser tan iluso para creer que estaba ahí solo para sanarlo. Por la única razón por la que estaba haciendo eso era para ganar tiempo, para saber cómo comenzar a decir todo lo que tenía por decir.

Volví mi mano en un puño al llegar a la suya, puse mi palma debajo de la suya, abrí mis dedos, llevando los suyos junto a los míos.

Puse el algodón, mucho más empapado de alcohol que los demás usados, en sus nudillos que se encontraban en carne viva y seguían sangrando.

Contrajo sus dedos un segundo ante el ardor, pero mis dedos no permitieron que cerrara su mano. Eché el ungüento y cogí las vendas debatiéndome entre apretarlas mucho o vendarlas como era normal.

Lo mío no era desquitarme con las personas físicamente, lo mío eran más las palabras por lo que decidí que ya con el ardor y el dolor que iba a sentir era suficiente.

Vendé su mano e hice lo mismo con la otra, cuando terminé me alejé de él y me senté bien en el sillón.

Lo miré y él me miró, esperé y esperé, pero de su boca no salió ni una sola palabra.

—Gracias. —Se limitó a decir, arqueé mis cejas hacia él. Sabía que era de su conocimiento que estaba enojada; mis labios en todo ese tiempo no se habían relajado, seguían apretados fuertemente en una línea.

Resoplé y llevé mi mano a mi frente apartando el cabello que molestaba en mi rostro. Me lo recogí usando mi mismo cabello para ello.

—¿Solo eso vas a decir? —pregunté, sorprendiéndolo por mi tono frío.

—¿Qué quieres que diga? ¿Qué lo siento?

—Sí, eso es un ejemplo.

—Pues no lo hago, Abril. —Me sorprendió su tono frío, gélido y lleno de rencor. Sus mejillas agarraron color en un segundo, como si el solo hecho de pensar en disculparse por lo que había hecho le dieran tanta rabia como para ponerlo rojo.




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