Lunas de hielo.

CAPÍTULO 42

Falté algunos días al instituto. No quería ver a nadie antes de aclarar qué era lo que iba a hacer.

En esos días traté de buscar un poco más de información, pero como la primera vez, toda la búsqueda fue en vano.

Esa tarde Aaron y Maxon habían salido por lo que estaba sola con mi madre en casa.

Ella pensaba que estaba enferma, sin saber que realmente no quería ver a nadie de las personas andantes en mi cabeza.

—¡Hey, madre! —ah, también estaba América, quien llegó a la sala dando un grito que me asustó por andar metida en mis pensamientos—. Abril arréglate, nos iremos al centro comercial. No hay que aplazar la compra del vestido más.

Asentí y me paré sin protestar. Mi madre y ella me vieron sorprendidas.

—¿Qué? Solo quiero despejarme un poco.

Aproximadamente una hora después estábamos en el centro comercial. Las tiendas eran hermosas en su mayoría, los vestidos también, aunque no todos me gustaban para portarlos yo. Sin embargo, había resultado con varios —muchos—, en el vestidor, pero estaba casi segura que sería el rojo que me había enamorado en cuanto lo había visto.

En cuanto me lo probé y vi que me calzaba a la perfección y el color me favorecía, lo cogí y lo llevé hacia América.

—¿Ya? ¡Pero no me lo mostraste!

—Lo verás en la casa, tranquilízate.

Bufó.

—Vamos a comer, tengo hambre.

Asentí, porque por supuesto, luego de todo el tiempo que llevábamos allí, yo también tenía hambre. Comimos mientras que mi hermana reprochaba el no haberle mostrado el vestido, aunque yo la ignoraba lo mejor que podía.

—Tenemos que traer a Aaron. Se supone que es un baile formal, así que tiene que ir formal.

—Pero no mucho, con una camisa bien planchada y unos bonitos pantalones bastará.

—Sí, pero no creo que tenga unos pantalones elegantes en su maleta.

—Buen punto.

Al llegar a casa todo estaba en silencio. Yo me fui directamente a mi habitación dejando a Mer sola.

Los chicos no debían demorar.

***

—Tengo dolor de cabeza —dije por milésima vez a mi padre.

—¿Segura?

—Sí, papá, segura.

—¿Tienes mucho dolor de cabeza como para no poder ir a llevarle unas cosas a Lilian? —preguntó mi madre entrando en la cocina.

—Pero va a llover y viven lejos.

—¿Y es que no tienes un auto ya? —Hice una mueca.

—Lo olvidé. Bien, te los llevaré.

—Gracias, hija, las cosas están en la barra.

—Bien —mascullé.

Cogí la caja que allí había y salí de la casa. Metí todo dentro del auto, incluyéndome y comencé a manejar hacia la casa de Amber.

¿Por qué mi madre seguía siendo amiga de ella?

Pasé el centro y llegué a la casa de la arpía. Toqué el timbre y esperé con la pesada caja en mis manos.

Desgraciadamente abrió Amber.

—Oh, vaya, Abril.

—¿Está tu mamá?

—Sí.

No hizo nada para llamarla.

Hice un sonido de irritación con mi boca y me adentré a la casa sin pedirle permiso ni nada. Su madre estaba en la cocina.

—¡Abril! Que gusto verte por aquí.

—El gusto es mío, Lilian. Aquí le manda mi madre. —Le entregué la caja la cual contenía cosas desconocidas para mí.

—Oh, gracias ¿Quieres quedarte a comer?

—No, gracias, tengo que irme —respondí apresuradamente—. Hasta luego, señora.

—Adiós, Abril.

Amber estaba en la puerta, parada como había estado hacía un minuto atrás.

Pasé por su lado sin fijarme en ella.

—En mis tiempos se despedía.

—En mis tiempos no eras una perra.

Me monté en el auto, arranqué y desaparecí de su vista.

Tomé una ruta diferente para pasar por un supermercado. Quería chicles, necesitaba mascar algo para liberar un poco de la ansiedad que tenía desde hacía días.

Aparqué el auto un poco lejos. Ese supermercado debería hacer un estacionamiento, era necesario, pero no, no había y por eso me había tocado dejar mi coche algo lejos de la puerta.

La campanita de la tienda sonó avisando mi llegada. Caminé hacia la registradora para coger los chicles del estante que había allí, esperando no demorarme mucho, porque el clima estaba feo ese día y sabía, gracias a los truenos, que llovería pronto.

—Necesita de ti. —Fruncí el ceño ante el susurro que escuché en mi oído. Giré, pero no había nadie detrás de mí.

Sacudí mi cabeza y seguí mi camino.




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