Lunas de hielo.

CAPÍTULO 44

Miré con desprecio mi teléfono que, insistente, sonaba a mi lado, sin llegar completamente a mi almohada.

Sorbí y me limpié la lágrima que no había terminado de caer por mi nariz. Ese sonido iba a terminar por volverme loca.

Alargué la mano hasta llegar a él con un bufido cuando comenzó, de nuevo, a sonar la melodía.

En el identificador se veía la foto y el número de Alice.

Volví a dejarlo de lado. No quería hablar con nadie. Ni siquiera con Aaron que increíblemente no estaba en casa.

Terminé la llamada arrepintiéndome al instante. Ella no era alguien que llamara muchas veces, si lo estaba haciendo es que algo malo había sucedido.

La melodía volvió a sonar rompiendo el interminable silencio que había en la habitación y en toda la casa en sí.

Volví a sorber y aclaré mi voz antes de contestar sonando lo más normal posible.

—¿Alice? 

—¡Oh, gracias a Dios contestas! 

—¿Sucedió algo? —pregunté realmente preocupada.

—¡Por supuesto que sucedió! Es Alan, él...

—Ya, no sigas —exigí, aunque pareció más un ruego que cualquier otra cosa.

—Pero, Abril él...

—No quiero escuchar ni saber nada de él. Lo siento, pero si solo llamaste para eso puedes rendirte porque no haré nada —apreté mis labios conteniendo un sollozo. Tomé aire al saberme libre de hacer el ridículo sollozando—, no quiero, Alice...

—Abril, al menos déjame decirte que sucedió.

—No —dije firme—, eso es precisamente por lo que no quiero que me digas. Si le sucedió algo sé que simplemente saldré corriendo hacia allí para asegurarme que está bien o al menos fuera de peligro y justo no quiero verlo ahora.

Suspiró en la línea causando que en mi oído se escuchara alguna clase de tormenta.

—Eso quiere decir que si lo quieres. —Llegó mi turno de suspirar. Callé por unos momentos.

—Claro que lo quiero, mucho, pero no voy a seguir con nada de esto. Me daña y te lo dije una vez, no permitiré que un chico me dañe... me da ira que lo siga queriendo a pesar de todo, pero no puedo cambiarlo. Además debo pensar un par de cosas.

—¿Entonces por qué le dijiste no lo querías?

—¿Cómo lo sabes? ¿Él te lo dijo?

—¿Pensaste que estaban solos? Lo escuché, como muchas personas que pasaban por allí.

Oh, Dios...

—El problema, no tan problema, es que no iré Alice así que no intentes decirme que sucedió.

—Está bien. Me tengo que ir... por si quieres verlo, en unas horas podrá irse a su casa...

—Gracias —mascullé sabiendo que no haría nada por ir a verlo.

Colgué el teléfono sin esperar que se despidiera o que dijera algo.

Volví a mi posición en la cama. 

Tenía la intensión de dormirme, pero un aullido cercano me hizo abrir los ojos, y percibí el sonido lejano de rasgullos.

Dudé mucho tiempo antes de bajar a la primera planta. Por el vidrio de la puerta delantera pude ver una figura, blanca, moviéndose y rasguñando la puerta. Corría a abrir, porque si lo que pasaba en mi mente era cierto, aquel animal, aquel lobo, era Kiona. 

Y si no, pues estaba muerta.

Pero en cuanto abrí, salió corriendo escaleras arriba. 

Grité ahogadamente antes de seguirlo.

No estaba en el pasillo y la única puerta abierta era la de mi habitación. Entré a ella y allí estaba el lobo, sentado en la mitad de la habitación, midiendo mis movimientos.

Bajó su cabeza y en ese momento me di cuenta de lo que había a sus pies, o patas a mejor decir.

Me acerqué al celular que tenía allí. Lo tomé y en ese momento me di cuenta que era uno muy similar al de Alan.

Corrí a la puerta y la cerré. Volví al lado del lobo, me senté y prendí el aparato.

No pude esconder mi sorpresa en el momento que apareció mi foto como protector de pantalla.

Era el teléfono de Alan.

—¿Kiona? —susurré sin ver la pantalla del teléfono, pero sin verlo… Verla.

Cerré mis ojos cuando sentí su nariz apoyarse en mi hombro, fría y húmeda como la nariz de un perro.

Oh, demonios ¿Esto de verdad era real?

Desbloqueé el teléfono esperando que no fuera una broma de mal gusto, pero la contraseña era la misma a la que me había dicho Alan en una ocasión y en la galería estaban las fotos que nos habíamos tomado de ambos.

Quería ver los mensajes, por si eran los mismos, pero unos dientes me lo quitaron.

Miré al lobo que caminaba hacia la puerta.

Entendí que ya quería, o debía, irse.

La abrí sin preocuparme por la puerta delantera. Cuando corrí la había dejado abierta.




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