Mi primera vez durmiendo con un chico fue a mis trece años, con Aaron, luego de ver una película de terror.
Realmente, todas las veces que había dormido, en todo el sentido literal de la palabra, con un chico, había sido con Aaron, hasta que Alan llegó y venció mi récord de veces durmiendo en la misma cama que un hombre. Primeramente lo hacía para mi descanso, para que pudiera alejarme de las pesadillas que me atormentaban tanto y que en ese momento se sentía muy lejanas. Luego, había sido solo por el placer de quedarnos ambos en los brazos del otro. Después estaba esa etapa, en la que lo invitaba a dormir conmigo de noche, sin que mis padres se enteraran de su presencia y, aunque me sentía mal por hacerlo a escondidas, no me arrepentía, porque sabía que esas noches estaban ayudando a Alan a recuperarse.
Claro, solo que verdaderamente nos estábamos dejando llevar y puede que en esos momentos las cosas se estuvieran saliendo de control.
A Alan se le hacía difícil controlarse, lo sabía, pero yo me metía tanto en el momento que olvidaba por completo que Alan necesitaba… algo más de mí.
Y esa, la tercera noche en la que dormíamos juntos, realmente las cosas se habían pasado de la línea, lo único que podría describir un poco el momento, era decir que la ropa estaba punto de volar.
—Abril... —gimió Alan en mí oído a forma de queja. Volví a besarlo—, si no paramos ahora, no seré capaz de controlarme y tus padres están en éste mismo piso... Abril... —volvió a quejarse cuando besé su mandíbula.
¿Qué me pasaba? No lo sabía, pero, la verdad, aunque no estaba segura de querer llegar a más, tampoco quería que Alan se detuviera con las caricias en mi espalda y parte de mis piernas.
Se contenía, y sabía que yo lo estaba llevando al límite.
¿Cómo había comenzado eso? Con un beso de buenas noches que Alan profundizó hasta tenerme sentada en su regazo y él con su espalda en la cabecera de la cama.
Gruñó y en menos de dos segundos el cierre de su sudadera estaba abierto, sudadera que por esa noche era mi pijama junto con unos shorts pequeñitos que ni siquiera sobre salía de la prenda superior.
No quería pensar en mi sostén quedando a la vista, junto con la piel de mi vientre. Si lo hacía, seguramente me sonrojaría.
Mi boca seguía repartiendo besos a lo largo de su mandíbula, hasta llegar a su barbilla, donde él, con su mano, corrió mi cara hacía la suya y volvió a besar ferozmente.
Bueno, no conocía ese lado de Alan... ni mío.
La tela que seguía cubriendo mis brazos se deslizó un poco, dejando a la vista parte de mi hombro. Alan se encargó de bajarla en su totalidad, no sólo descubriendo un hombro, sino ambos brazos. Dejándome solo en sostén en la parte de arriba.
Se alejó de mí, me miró y sentí la necesidad de cubrirme. Nadie que no fuera de mi familia me había visto de esa manera.
Me entretuve en sus ojos para no hacer lo que mi mente pedía hacer. En ese momento de verdad parecía un chico salvaje, con sus ojos varios tonos oscuros y con sus pupilas dilatadas y al verlo, fui yo quien quiso sacar su camiseta. Y lo hice, logrando que gruñera.
—Abril, estamos jugando con fuego en este momento —susurró sobre mis labios, dejando sus manos más libres sobre la piel de mi vientre.
Debía admitirlo: no me importaron sus palabras. Me acerqué a él, causando que gruñera y retuviera mis caderas, aunque yo solo reí sin abandonar sus labios.
Cuando volví a hacerlo, Alan jadeó y con un brazo alrededor de mi cintura, me apretó conta sí.
—Quédate quieta, Abril —suplicó, pero mi respuesta solo fue sonreír y morderle el labio.
Sabía lo que estaba haciendo, y solo lograba que el calor aumentara, pero lo cierto es que no quería parar.
—¿Está permitido tocar? —preguntó a la vez que su mano se detenía a la altura de mis costillas. Me entró un momento de indecisión antes de asentir, pero, sintiendo como la timidez me embargaba, volví a besarlo.
De esa manera su mano subió y rozó el contorno de mi sostén. No lo quitó, pero sí lo desabrochó para tener un mejor acceso.
Llevando su cuerpo hacia el frente, me recostó en la cama, con mi cabeza en la parte inferior de ella.
Desde el momento en el que había desabrochado mi sostén, me estaban consumiendo los nervios, pero intenté no demostrarlo. Sin embargo, no pude evitar removerme cuando Alan subió un poco más su mano por mi cuerpo, y tuve que morderme el labio para no soltar algún sonido demasiad fuerte.
Sin embargo, Alan notó que me agitaba, así que pasó de besarme por el cuello y la clavícula para mirarme. Sus ojos se llenaron de dulzura al verme, supongo, temerosa.
Alan comenzó a reírse por lo bajo, bajando para besarme en la frente.
—Abril, pareces un cachorro abandonado, no tienes que hacer nada de esto por mí, Preciosa.
—Quiero hacerlo, solo que… —Me quejé cuando se separó.
—Shh, alguien se levantó, Abril —dijo, callándome con un beso—, además, no podemos seguir, Preciosa, no traje nada conmigo, y no creo que queramos tener un bebé ahora.
A pesar de mi sonrojo, reí. Él dejó caer su cabeza, su frente contra la mía y, con respiración agitada, cerró los ojos y buscó a tientas sobre la cama algo. Me pasó su sudadera, poniéndola sobre mí.
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Editado: 18.05.2021