Lunas de plata

PRÓLOGO

La noche estaba fría gracias a la lluvia torrencial que caía dentro de la protección.

La túnica negra de Mag se movió con cada paso que daba en su carrera por llegar al cambio de magia en el que vivía, dentro de la protección. En cuanto su mano tocó el lugar invisible, de materializó frente a ella la casa en la que vivía.

El agua chorreaba por todo su rostro en cuanto se quitó la capucha de su túnica. Se deshizo de sus guantes y prendas mojadas, dejando que la magia contenida dentro de si se comportara a su antojo. Sus pies mojados dieron un paso al frente, saliéndose de la tela amontonada en el suelo.

No cubrió su desnudez cuando de una habitación salió un hombre, de cabello canoso, aunque su apariencia se veía joven. Hem solo la miró, estando muy acostumbrado al cuerpo de la hechicera como para sonrojarse si quiera. Los hechiceros alababan el cuerpo, antiguamente no era extraño verlos desnudos en oasis, manantiales o bosques.

Él le pasó una manta afelpada. Magsajoir tembló de frío, cubriéndose. Siguió de largo luego de darle las gracias a su amigo, en busca de la otra hechicera que convivía con ellos.

Serene esperaba, tendida en su cama. Sus ojos estaban apagados, sus labios partidos por haber tenido otra descarga de su propia magia. Necesitaba sacar parte de su poder, no podía seguir teniéndolo por mucho más tiempo.

Miró, con pesadez, a su amiga llegar.

—Es ella —dijo la hechicera de cabellos negros mientras sostenía la mano de la mujer acostada—. Tus visiones no se equivocaron, pronto podrás volver a regular tu poder.

Serene no dijo nada, pero no fue necesario. Su amiga le sonrió, besando su mano.

Como pudo se sentó, con cuidado gracias al dolor en su cuerpo. Gritó cuando otro rayo de magia salió de ella. Hem, apresurado, llevó consigo una bata que le puso sobre su cuerpo. Serene suspiró de alivio cuando la tela comenzó a hacer su trabajo sobre su cuerpo.

Hemer era un gran creador con su magia, por algo se había asignado para crear la protección y otros objetos que, más que limitar la magia, la absorbía un poco, ayudándola en especial a ella, a Serene.

—¿Estás segura? —preguntó Serene a Mag, con esperanza de poder terminar de una vez por todas con la profecía. Sabía que faltaban algunos años para poder terminarla, pero tener la esperanza de que comenzaba su final le traía alegría.

—Aun es pequeña, pero debes guiarte por las señales: el enlace del lobo está hecho con ella.

—No es la primera vez que alguien de mi familia está enlazado con un licántropo

—Pero sí es la primera que sale, de nuevo, con la herencia de tus ojos.

Serene suspiró, aliviada.

Desde que su hijo la había buscado, hacía tanto tiempo atrás, se había puesto un hechizo en la apariencia de su familia. Que una de las suyas tuviera el mismo tono de sus ojos era la señal que estaba esperando para saber que llegaba el momento de dejar fluir sus poderes.

Abril Lowell era el nombre de la niña que le ayudaría. Solo tenía cinco años en ese momento, así que debía esperar y comenzar a ensayar sus hechizos. Las palabras de Mag solo eran una confirmación a sus sueños, aquellos que desarrollaban la profecía. Veía a una mujer, joven, junto a un licántropo que por la marca en su brazo era su pareja. Estaba rodeada de tres lunas y aun no podía saber si esas lunas eran almas o eran literalmente lo que se mostraba, lo único que podía saber es que ella debía ser su acompañante al momento de enfrentar a Lackasag.




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