Lunas de plata

CAPÍTULO 16

Mag parecía divertirse sobremanera tirando bolas de magia hacia Hem, quien las esquivaba o creaba escudos con sus propios hechizos.

Me sorprendí al verlos, porque eran mucho más ágiles, veloces y estratégicos que cualquier licántropo, incluso Alan.

—¿Qué pasa si alguna concentración de magia golpea al otro? —pregunté, quedándome rezagada detrás de Serene, quien al escucharme giró su cuerpo hacia mí.

—Eso depende de qué quiere la otra persona cuando lanzó su magia. Como es solo un entrenamiento no pasará mucho, no te preocupes.

—No los conozco mucho a ustedes —dije de la nada—. Alan una vez me mencionó que cada hechiciero tiene su especialidad. ¿Cuál es la tuya, la de Mag y Hemes?

Serene suspiró y miró hacia el frente, hacia sus amigos y compañeros.

—Hemes tiene una habilidad especial con la creación apartir de su magia. Cuando podíamos estar libres solía trabajar como artesano, escondía su magia en sus obras. Mag es experta con las artes del engaño e instruyendo a los demás, también es buena en las pócimas, aunque no tiene mucha necesidad de ellas.

—¿Y tú? —pregunté cuando se quedó callada. Vi cómo tomó un respiro, reteniéndolo.

—Mi poder es la videncia.

—Y la magia —acoté, pero ella negó.

—No es la magia. He retenido mi poder y lo he aumentado solo como un propósito… Lo cierto es que ahora solo poseo el don de la videncia como lo único que me enorgullece de lo que soy, pero antes tenía la capacidad de percibir las almas, de comunicarme con ellas y el don de crear vidas, aunque hacerme me haya costado mi libertad y sea prohibido. Solo el bien puede hacerlo.

Me quedé en silencio por un segundo, analizando sus palabras.

—Fue así cómo creaste a los licántropos, ¿no? Pero te arrepientes de eso. —De nuevo negó, matando mi conclusión.

—No me arrepiento de haber creado a los licántropos, no a los primeros. Me arrepiento de haber desafiado a la vida creándola, aunque eso haya evitado un daño peor que ahora debe acabarse.

—¿De eso va la profecía? —Serene tomó mi mano, conciliadora.

—Lo sabrás pronto, Abril, te lo prometo.

Quise refunfuñar, pero la risa de Mag me distrajo. Estaba celebrando, extasiada, que su magia le había pegado a Hem. Me impresionó ver que el hechicero se estaba revolcando en corrientes de energía.

—¿Eso es no pasar mucho? —pregunté, dando un paso atrás. Serene se rio.

—Abril, el dolor que siente Hem en este momento es poco. Un hechizo puede dejarte ciego, convertirte en un animal, mandarte a un país desconocido e infinidades de cosas peores, hasta matarte si lanzas el hechizo como debe ser. Eso es poco.

Tragué. Siempre pensé que los entrenamientos con la manada eran difíciles, pero eso se veía mucho peor. ¿Convertirme en animal? ¿Matar? Se me erizó el vello de mi cuerpo con solo pensarlo.

Hem poco a poco volvió en sí. Su amiga se fue hacia él, dando saltitos alegres hasta que le tendió una mano para ayudarlo a levantarse.

—¿Ninguno de ustedes tiene una pareja? —pregunté llena de curiosidad. Mi compañera siguió mirando al frente, aunque sus hombros se tensaron.

—Yo dejé de pensar en ello hace mucho tiempo, sin embargo, sé que Mag y Hem tienen una clase de relación que no entiendo y que ocultan de mí.

—¿Por qué? —Ella se encogió de hombros.

—Porque no es amor, es solo una amistad que por momento se torna pasional. Magsajoir es mi mejor amiga desde hace mucho tiempo, estuvo a mi lado en mi peor momento y sé que teme hacerme daño mostrándome una relación.

—¿No has podido superar el amor que le tenías a tu esposo? —Me dio una mirada de reojo. Con la poca luz que había, gracias al alba naciente, pude ver cómo sus mejillas se sonrojaron, para mi sorpresa y quizá para la suya.

—Nunca superas a un amor como ese.

—Pero te hizo daño. —Ella suspiró.

—Su único defecto fue ser humano y dejarse llevar por el temor a lo desconocido e influencias culturales. Eso lo hacemos todos, sin pensar en más. En la época había muchos romances, pero también mucha maldad. Sé que me amó y yo lo amé, aunque haya cometido el error de acabar con su familia.

—¿Cómo lo sabes?

—Debes recordar la cadena que te regaló Alan. —Asentí y comprendí a qué se refería.

—Le regalaste algo parecido. —Fue su turno de asentir.

—Podía ver cúanto me amaba gracias a su brillo —susurró, sin decirme cuál había sido el objeto. Su tristeza era clara, aunque siguió hablando—. Después de mí contrajo matrimonio con una jovencita diez años menor, en su mejor época que logró darle cinco hijos más, pero vivió con su consciencia manchada de haber participado en la muerte del ser que había enjendrado… Se volvió un poco loco en su vejez y siempre llamaba a una de sus hijas por el nombre de la nuestra, y llamaba a su esposa por mi nombre cada que estaba con ella. Lamento su final y sus nupcias insatisfactorias. También lo siento por la joven que lo acompañó hasta el día de su muerte por no poder decir nada al respecto y vivir en un constante engaño.

—¿Nunca más lo volviste a ver luego de recluirte? —Ella sonrió.

—Siempre tenía noticias de él. Mi alma y la suya estaban muy unidas, así que de alguna manera sabía cuáles eran los momentos en los que más me extrañaba. Cuando llegaba la noche en esos días lo visitaba en sueños, el único lugar en el que podíamos estar bien, en el que podíamos seguir viviendo nuestra vida, nuestros juegos. Intenté dejarlo de lado, esperaba que superara nuestra relación, pero luego de años seguía estancado y yo también necesitaba de él. Parecía una persona muy fría a primera vista, pero su alma no era así. Nunca quise salir a conocer a alguien más y ya luego no me interesó eso, mi propósito era para este tiempo, no para formar una nueva familia.

Bien, con eso me bastaba. No parecía ser un tema grato para ella, así que preferí dejarlo; de igual manera ya había revelado mucho de sí misma conmigo.




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