Lunas de plata

CAPÍTULO 18

Mi madre me preparó un té de manzanilla luego de haber llorado en su hombro. Ella y mi padre me veían al otro lado de la mesa, en silencio y preocupados. Ellos no sabían los pormenores de todo lo que estaba sucediendo en mi vida. Sí, conocían la naturaleza de Alan, y mi madre, gracias a las historias de la abuela, quizá se podría hacer una idea de nuestro pasado familiar. Al irme con Serene sí que había tenido que decirles un poco sobre la existencia de la profecía, pero no creía que ellos supieran el verdadero peligro que existía para mí.

No quería decirles, sin embargo. Mi padre se volvería loco pensando en mi seguridad y mi madre ni qué decirlo, pero no me quedó de otra cuando, minutos después, me preguntaban la razón por la que llegué alterada.

Me dediqué a contar y explicar todo, incluso el momento en el que conocí a Alan, porque me parecía importante mencionar mi investigación, cuando sentí la conexión con el símbolo de la hechicería. Mi madre pareció entender a qué me refería cuando mencioné eso, pero solo por las historias que le habían contado de pequeña. No entendía muy bien por qué Serene había dejado que esa historia perdurara tanto tiempo como para que hasta mi madre la conociera. Luego de mucho tiempo hablando, en el cual ellos se quedaron en silencio solo escuchando, llegué a la parte de Serene, los sueños, las apariciones, explicando en el proceso lo referente a la profecía con más profundidad y mi papel dentro de ella.

Al terminar todo se quedó en silencio. La luz apenas estaba aumentando en la habitación gracias al nuevo amanecer. Mis dedos estaban dentro de las mangas de la sudadera de Alan y se removían entre ellos con impaciencia, incomodidad y expectativa.

Mis padres no dijeron nada por unos segundos que se me hicieron eternos, luego, fue mi padre quien se levantó, conmocionado, de su silla.

Tanto mi madre como yo lo vimos confundidas. Yo lo seguí con la mirada mientras mi madre se levantó y fue a su encuentro. Ninguna de las dos esperó que cuando lo tocara, él quitara su mano de su brazo, tosco y enojado.

—¿Sabías eso de tu familia? —preguntó él a mi madre. Ella comenzó a negar, pero mi padre gruñó y se alejó un poco más de ella—. ¡Sí debías de saberlo, Alexia! Abril lo dijo; dijo que le contaste esa historia, así que debías saberlo. ¡Me casé con una bruja y ahora mi hija está en peligro!

Mi alma se congeló al escucharlo echarle la culpa a mi madre y llamarla de esa manera. Ella también se sorprendió. Vi en sus ojos las lágrimas anidadas en sus ojos.

—Ella no sabía nada de eso —aclaré—, tampoco es una bruja, ni y tampoco lo soy.

Él negó y salió de la cocina. Mi madre fue detrás de él, y yo fui detrás de ambos.

Un grito se ahogó en mi garganta cuando mi madre volvió a intentar llegar a mi padre. Él se giró hacia ella, reteniéndola por los brazos.

—¡Déjame en paz, Alexia!

—Nick…

—¡Mi familia está sufriendo por tu culpa! Si hubiera sabido que por tu sangre corre una maldición nunca me hubiera fijado en ti.

—Papá… —intenté decir, pero él parecí solo tener ojos para mi madre, aunque no los que estaba acostumbrada a ver. El odio se vislumbraba en su mirar y eso era tan poco común en él. En casa mi madre había tenido siempre la última palabra, el cariño siempre reinaba en la relación entre ellos, así que ver a mi padre enojado con mi madre, mucho más por eso, se hacía doler el corazón. No quería que él olvidara lo que había vivido con mi madre, el apoyo que le había dado a lo largo de su vida con ella, ni todo lo que había pasado en nuestra familia.

De pronto él se quejó, llevando sus manos a su cabeza en un signo de dolor. Yo miré a mi madre, preocupada y sin saber qué estaba pasando hasta que fui consciente del cosquilleo en mis dedos.

¿Le estaba haciendo daño a mi padre? Jadeé, saliendo hacia la cocina. Al verme sola intenté respirar, cerrando mis ojos para poner mi mente en blanco, o al menos intentarlo también. Sollocé, sobrepasada por las circunstancias.

—Abril, ¿qué hiciste? —preguntó mi madre volviendo a entrar a la cocina mientras intentaba distraer mi mente para hacer retroceder la magia. Negué, porque no sabía qué había hecho con mi padre, solo sabía que había tenido el deseo de que no olvidara nada, ni que siguiera tratando mal a mi madre. La magia respondía a mis deseos, así que imaginaba que lo había hecho ver algo referente a eso o que me había entrometido en su mente de una forma dolorosa. Pero no lo sabía, porque la magia había tomado el control y yo no.

Mi madre me giró hacia ella. Sus ojos estaban llenos de pánico. Tuve miedo de preguntar qué había sucedido con mi padre. Todo volvía a estar en silencio, pero yo estaba temblando y sentía frío mi cuerpo.

—Abril, tienes que calmarte, hija —pidió ella. Negué.

Mi corazón latía con prisa dentro de mi pecho, tanto que comenzaba a doler. Mi respiración salía mucho más rápida que de costumbre, pero no sentía que estuviera llegando a mi cerebro. Sentía que estaba a punto de desmayarme. Debía salir de ahí.

Ignoré los llamados de mi madre. Salí por la puerta trasera y corrí para internarme en el bosque. No sé cómo lo hice, pero logré crear una clase de portal que me llevó de vuelta donde Serene.

Entré a la casa agitada, encontrándome de frente con la que creía que era la causante de mis problemas. Serene me suspiró cuando me vio entrar, cruzando sus manos delante de sí.

—Abril…

—No quiero más esto, Serene —interrumpí.

—Percibo que estás agitada, la magia dentro de ti está tomando el control porque la estoy sintiendo.

—¡No me interesa, Serene! —Di un paso atrás cuando de sí salió algo parecido a un rayo de energía. La miré asustada, pero ella parecía estar en calma, lo que logró, increíblemente, enojarme más. Sollocé—. Solo quiero que esto termine, ya no quiero ayudarte. Siento que lo que pasará podrá conmigo.




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