Lunas de plata

CAPÍTULO 28

Desperté en el pasto, en un día soleado y de cielo despejado.

Estaba confundida, recordando todo lo sucedido. Alan, él estaba bien, lo sentía dentro de mí, pero ¿dónde estaba?

Tampoco me dolía el cuerpo, ni me sentía cansada. Me fijé en mis manos, moví los dedos, agarré la tierra debajo de mí.

El sol debería haberme molestado en los ojos antes de despertar, pero no lo hizo. Lo que me despertó había sido solo el deseo de mi mente de hacerlo.

Me senté, notando que no estaba en el mismo lugar en el que me había desmayado.

Bien, todo eso era extraño. Los pájaros cantaban, un arroyo se escuchaba cerca y también vi uno que otro animal escondido en la vegetación.

Me levanté y giré a mi alrededor, intentando encontrar un camino que seguir. Luego recordé que yo había estado en ese lugar cuando escuché las risas de varias mujeres. Seguí el sonido, curiosa y sin temor.

Llegué al arroyo en donde al menos cinco mujeres jugaban tirándose agua y nadando en él, desnudas. Me recordaba a los mitos griegos, a las ninfas del agua, jugando en su elemento, con la diferencia de que también había dos hombres correteando entre ellas, siendo más pequeños.

—Son mis hermanos —dijo alguien a mi lado. No me sobresalté. Casi era como si hubiera estado esperando que ese alguien hablara.

Giré mi rostro para fijarme en el perfil parecido al mío. Serene se veía más joven, solo unos cuantos años, más de mi edad. Su cabello lo tenía más largo, lo sabía porque lo llevaba recogido en una trenza que le rozaba las caderas y que parecía coronar su cabeza con un bonito peinado. Llevaba una bata de vestido, sus pies descalzos, sus manos sin ninguna marca. Su piel también parecía más lozana y sus labios más rojos. Sus ojos se veían más eléctricos, vivos y chispeantes.

Esa era la Serene que había sido antes, lo comprendí.

—¿Qué estamos haciendo aquí? ¿Dónde estamos?

—Estás recuperando energía y yo estoy muriendo —soltó, como si nada. Me sonrió y me tomó de la mano.

Nos alejamos de los que había dicho que eran sus hermanos por entre medio del bosque. Llegamos a otro lugar, a una piedra enorme que sobresalía del agua en un pequeño claro.

—Este era mi lugar favorito.

—¿Dónde es esto en la realidad? —pregunté.

—En la ciudad, al otro lado del pueblo, dentro de lo que era la protección. Parte del río se cubrió hace muchos años, pero aun puedes ver la cascada. En este lugar ahora hay una edificación, pero hace mucho tiempo tuve una visión de que el pavimento se destrozaría y el río volvería a descubrirse.

—¿Puedes ver hasta visiones de esas cosas?

—Podía, sí.

—¿Y no pasa nada si las cuentas? —Negó.

—Son naturales, ningún humano podría cambiar el destino de ellas.

—¿Por qué estás tan tranquila?

—¿Por qué lo estás tú? —respondió con otra pregunta, riendo. Se subió sobre la roca, tirando su cabello sobre su hombro y quitando la trenza que lo peinaba.

—Porque estoy en un sueño. —Ella se volvió a reír.

—No estás en un sueño, Abril, aunque sí estamos en tu mente. —Me hizo señas para que me subiera a la piedra junto con ella. Mientras lo hacía ella se inclinó hacia el agua y la tocó apenas.

Una imagen nació en ella. Por poco me voy para atrás al verme en una cama, con los labios pálidos, ojeras bajo mis ojos y en una cama, pareciendo dormida. De hecho, diría que era así, sino fuera por mi mal aspecto y porque al parecer tenía oxígeno puesto y algunas máquinas monitoreando mis latidos. Estaba en la casa de los Lee, se me hizo fácil reconocerlo, pero no estaba en la antigua habitación de Alan. A mi lado había otra casa, otro cuerpo en ella, pero la persona que estaba ahí sí que parecía estar mucho peor.

Serene se había envejecido, aunque no perdía la chispa de la magia que habitó en ella. Su cabello se había puesto cano por completo, en su rostro habían salido algunas arrugas que le hacían aparentar al menos unos sesenta años, cuando siempre que la había visto no parecía tener más de 30, y eso que esa edad parecía también muy avanzada para el aspecto que había tenido antes. Quizá el conocimiento que brillaba en sus ojos le dieran el aspecto más maduro, al igual que la tristeza que habitaba en ellos.

—Aun te faltan algunos días para despertar, pero lo harás. Hoy es el día en el que por fin me puedo despedir del mundo, de descansar.

—¿Qué pasó? —pregunté en un hilo por voz. Ella apretó mi mano, sonriendo.

—Lackasag está muerto, los vampiros vuelven a ser humanos. —Lo único que pude hacer por un rato fue mirarla y parpadear.

—¿Cómo?

—Estás en esa cama, en ese estado, porque agotaste toda la energía de tu cuerpo, te estás recuperando de eso y de haber llevado tu magia hasta el límite, pero hiciste un trabajo maravilloso, Abril.

—Yo… solo lo hice por Alan. No sé qué hice, no sé qué sucedió.

—Yo sí lo sé. Hace unos meses tuve una visión: Alan moría porque tú estabas segura de que sentirías si le sucedía algo. Con su muerte, tú también sufrirías, te debilitarías y Lackasag hubiera aprovechado tu debilidad para acabar contigo y, de paso, conmigo. De yo haber muerto en ese instante, al igual que tú, mi descendencia hubiera acabado, mi magia hubiera muerto y con ella la esencia que mantenía con vida la magia blanca dentro del cuerpo de cada licántropo. Por eso compartí mi visión contigo, necesitaba que vieras lo que sucedería, necesitaba cambiar el rumbo que había tomado la profecía luego de que Lackasag se enterara de ella.

—Por eso debía romper mi unión con Alan —susurré y ella me dio la razón.

—Sí, aunque se había abierto la posibilidad de que cambiaras el destino de él, no podía arriesgarme a que te sucediera algo.

—Pero ahora él tiene otra compañera.

—La profecía no ha terminado, Abril, aun quedan muchos caminos a tomar.

—¿Y de qué iba todo esto?




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