Lunas de plata

CAPÍTULO 35

Restregué mis ojos con cansancio. Llevaba horas leyendo el libro de Serene, sin encontrar algo que me fuera de utilidad. Bien, sabía que debía conocer la historia de mi familia para evitar cometer los errores de Serene, no encontraba algo que dijera que realmente me fuese a ayudar.

Sin embargo, era interesante conocer la historia de Serene. Me sentía leyendo una historia de fantasía y drama, con todas las cosas que tuvo que vivir con los demás hechizos, el ocultar la magia del resto de su familia, los encuentros con Lackasaget. Quizá lo que más me llamó la atención fue su don de las almas. Ella, en su momento, había podido ver cuando una persona moría, en el instante en el que lo hacía antes de que el alma desapareciera de este plano, también podía interactuar con ellas y, en algunos casos, manejarlas a su antojo. No solía hacerlo, pero había sido una buena arma. Manejar el alma de una persona era diferente a manejar su mente, aunque eso a Serene siempre le costaba mucha más energía y magia que cualquier otra cosa.

Sonreí al sentir unos labios por mi cuello y unas manos en mi cintura. Detuve una de ellas cuando sentí que subía por mi piel más de lo «debido».

—Parece que lo de ayer no te quitó las ganas.

—Hemos estado en una relación por más de dos años y nunca han desaparecido, solo incrementan.

Reí. Bien, era lindo que él contase toda la época de conquista como si hubiéramos estado en una relación.

Me giré hacia él para hablarle frente a frente, pero solo aprovechó la oportunidad que le brindé para besarme, bajando su rostro hasta mí, que estaba sentada en una butaca de la barra mientras leía. Me había recorrido casi todo el aparamento mientras cambiaba de posición a lo largo de mi lectura.

Un sonidito de gusto salió de mi garganta al sentir sus labios contra los míos. Alan había amanecido de muy buen humor esa mañana, aunque no sabía qué tan beneficioso era eso para mí. No lo decía de una mala manera, solo que en su euforia y picardía no medía sus acciones, como esa mañana al despertar, cuando su saludo de buenos días había sido un beso que se nos fue de las manos y terminó en un poco de manoseo. Lo paramos, porque con lo de la noche anterior, para mí, había sido suficiente. Tuvimos suerte de no saber nada de Gisele, de alguna manera era más sencillo ignorar el daño cometido si no teníamos la confirmación de que lo habíamos hecho. Eso no le quitaba peso a mi culpa, al contrario, me hacía sentir más egoísta, a pesar de que Alan me repetía que no habíamos cometido un delito.

—¿Saldrás? —pregunté al verlo duchado y bien vestido. Echó mi cabello hacia atrás para besar mi frente.

—Sí, iré con mi padre a intentar conseguir algunas cosas. —Entrecerré los ojos, con sospecha.

—¿A dónde irán? La mayoría de los lugares siguen cerrados.

—Por eso iré con él —respondió, saliendo de la habitación. Aun con sospecha la seguí. Había algo en su actitud que me hacía pensar que no iría con su padre, que me estaba ocultando cosas.

Me crucé de brazos, recostada en una pared cercana a la entrada. Alan tomó una de sus chaquetas, sin mirarme y preparándose para salir. Solo me volvió a mirar cuando tomó sus llaves. Se acercó a mí para tomar mi barbilla y plantar un beso en mis labios.

—Te veo más tarde.

—Siento que me estás escondiendo algo —dije cuando ya estaba abriendo la puerta. Me dio una mirada sobre el hombro, tirándome un beso antes de desaparecer.

Torcí los labios al verme sola, suspirando para volver a mi lectura. Cuando Alan volviera la preguntaría sobre su paradero, de seguro luego me diría la verdad.

En el silencio del apartamento intenté meterme de nuevo en la lectura, pero mi mente no dejaba de dar vuelvas al misterio de Alan. Me devolví un par de páginas, las que no había entendido por pensar en Alan, antes de cerrar el libro. Fui hasta la habitación para buscar un abrigo al sentirme congelada. Llevé el libro conmigo, dispuesta a cambiar el lugar de mi lectura.

Junto con el abrigo, tomé una frazada delgada para ponerla sobre mis piernas. Me acomodé en la cama, pero no dejaba de darle vueltas al asunto de Alan.

Terminé por darme por vencida.

Me volví a levantar y, con lo que había aprendido con Mag, con el libro de hechizos y mi propia experiencia, intenté saber qué estaba haciendo Alan. Me sentí una acosadora, pero es que la sensación dentro de mí no me decía que solo tuviera una sorpresa. Sentía que era algo más.

Y así fue, lo comprobé cuando en la imagen apareció mi esposo con Gisele.

No puedo describir qué sentí, pero me sentí mal y confundida por un segundo. Quise desaparecer la imagen, llamar a Alan y pedirle una explicación, pero había varias cosas jugando en mi contra: estaba irrespetando su privacidad y ni siquiera se veía una imagen comprometedora, de hecho, era todo lo contrario.

Alan parecía incómodo con sus dedos destruyendo una servilleta, su ceño y labios fruncidos en una mueca que yo podría catalogar como incómoda y molesta por todo el tiempo que llevaba aprendiéndome sus gestos.

Bien, era momento de yo hacer uso de mi magia, porque la verdad es que me interesaba muchísimo qué estaban hablando y la razón por la que Alan me ocultó que se vería con ella.

Deshice la imagen para vestirme con prisa. Cambié mi ropa de casa, o sea la camiseta de Alan y unos pantalones chándal, por un vestido sencillo y rosa. Alan conocía toda mi ropa, pero no es como si yo fuese la diseñadora de todo lo que usaba como para decir que era un vestido único, porque no, no lo era.

Serene y Mag hablaron mucho de ilusiones. Mi familia sobrevivió en el pasado por una de ellas y la misma Serene usaba en mi presencia una, para que no me asustara con el parecido entre ambas. Yo tenía parte de su poder y estaba practicando mucho como para no tener un límite en el uso de la magia, creía poder con eso. Me paré frente al espejo, sintiendo el tiempo agotarse. Tomé un respiro profundo frente al espejo e intenté dos veces cambiar mi aspecto. Lo logré al tercer intento. Mi cabello se vio lacio, mi piel se aclaró y mis rasgos se distorsionaron. Me veía como una versión muy diferente de mí. Cualquier persona que me viese por la calle no me reconocería, eso seguro, pero quizá Alan sí lograba, así que busqué unos lentes de sol para disimular un poco mis ojos que, al igual que Mag y Serene, no habían cambiado. Eché mi cabello hacia adelante para esconder un poco más mi persona y me concentré en abrir un pequeño portal en las inmediaciones del lugar. Lo bueno de la magia es que era un tanto inteligente y no me llevó a un lugar concurrido con riesgo a que alguien me viese aparecer de la nada.




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