Lunas de plata

CAPÍTULO 38

Era extraño soñar y saber que no era algo creado por tu propia mente, sino una pista de lo que pasaría o pasó en su momento.

El sueño que estaba teniendo era la continuación de uno que había olvidado. Comenzó desde el principio, con la mujer corriendo y tocando la puerta de una iglesia. La misma mujer que había visto en el anterior le abrió y la dejó pasar.

—Explícate qué ha pasado. —La mujer tembló por el frío de su cuerpo mojado.

—Me están persiguiendo.

—¿Quiénes? —Los labios de mujer temblaron.

—Mis familiares. Quieren que los ayude, pero no puedo traicionar a los licántropos.

La hechicera solo la miró. Otra apareció a su lado, llevando una toalla en sus manos.

—¿Hablas de vampiros? ¿Son ellos quienes te persiguen?

La mujer asintió.

—Por favor, necesito una protección contra ellos —susurró.

—¿Qué buscan de ti los vampiros? ¿Qué les puedes entregar?

—Información y mi alma. Quieren convertirme para tomarla, necesitan una manera de entrar a la protección, si no lo hacen conmigo lo harán con cualquiera dentro de la comunidad.

Antes de que la hechicera pudiese responder, me desperté. Seguía siendo de noche, la respiración de Alan se escuchaba a mi lado y su brazo me rodeaba.

Me giré para verlo, pero la oscuridad me impedía hacerlo, así que intenté dormirme de nuevo.

Cinco minutos después me di por vencida. Salí de la cama cuidando de no despertar a Alan y me dio directa a la cocina. Quizá un té me ayudara a dormir o al menos a despejar mi mente.

Me senté en la sala para contemplar la noche. De los edificios que había frente al nuestro, pocos mantenían luces prendidas. Todo estaba en calma, mientras yo pensaba qué significaba ese sueño. ¿Quién era la mujer? ¿Por qué era relevante?

Junté mis rodillas, los pies sobre el sofá y la taza entre mis manos. No sé cómo mi mente enlazó el sueño con lo siguiente que tenía que chulear en la lista: los guardianes. Habían pasado dos días desde que había dejado a mis padres con sus recuerdos modificados, dos días en el entrenamiento para organizar mi magia porque necesitaba obtener el don de Serene de vuelta para poder terminar con todo, con Braham, con la profecía. Tenía miedo, debo admitirlo.

El roce de unos pies sobre el suelo me hizo levantar la mirada. Alan, con aspecto cansado y adormilado entraba a la habitación.

Al notarme, se detuvo, sus brazos cruzados sobre su pecho y cuerpo apoyándose en la pared.

—¿Va todo bien?

—No podía dormir.

—Eso puedo notarlo, preciosa, pero esa no fue mi pregunta. —Suspiré, mirando mi taza. Pronto sentí la presencia de Alan a mi lado, su mano agarrando mi pierna. Mordí mi labio, mirándolo, sin saber cómo decirle que seguía pensando en algo que ya habíamos hablado.

Su pulgar liberó mi labio, como solía hacer cada que tenía ese gesto frente a él. Su beso logró distraerme, tanto que no quise liberarlo por unos segundos de más. Alan suspiró, medio gimiendo cuando me senté en su regazo. Sin embargo, algo nos debía traer de regreso a la realidad y eso fue mi descuido con la taza con el líquido aun tibio que regué por su cuello, sobresaltándolo.

—¡Lo siento! —Casi que grité. Alan se rio al verme asustada, pero lo único que hizo fue quitarse la camiseta que de milagro llevaba puesta esa noche. Suspiró, tomando mis glúteos para sostenerme mejor.

—Ya basta de distracciones —se enserió. Hice una mueca, bajándome de su cuerpo y dejando la taza en la mesa ratona. No esperó más para abrazarme, casi consolarme, aunque no supiera qué pasaba.

—Es que no quiero hablarte de lo mismo, siento que te canso.

—Puedes hablarme mil veces de lo mismo y no me cansaré de escucharte, mucho menos si es algo que te está afectando. —Me quedé en silencio por unos instantes, sopesando mis opciones. Mi cuerpo se vio atraído por el suyo cuando nos instó a recostarnos en el sofá. Sus manos en mi cabello lograron relajarme más que la bebida que me había preparado para ello. Cerré los ojos.

—He soñado dos veces con algo, pero no entiendo qué significa o por qué es relevante —comencé—. Tiene que ver con los vampiros, pero ellos ya no existen, no están y, además, es con una mujer que busca ayuda para huir de ellos.

—¿Cómo es esta mujer?

—Normal, no sabría cómo describirla. Cabello castaño, un poquito baja, caucásica y… ya. —Se quedó en silencio, pensando. Antes de que pudiese decirme algo, seguí hablando—. También estoy preocupada por los guardianes. Siento que sé todo lo que podría saber de la magia, excepto el hechizo que hicieron. Hem quizá podría saberlo, pero se lo pregunté y no lo recuerda en detalle. Mi magia no se potencializará de un momento a otro, para que eso pase debe pasar tiempo, debo moverla, usarla, pero hacerlo tomaría tiempo y eso no lo tengo.

—¿Y en el libro de Serene no está ese hechizo? —Gemí, quejumbrosa.

—Debe estarlo, pero no he llegado a esa parte.

Dejó un beso en mi frente, suspirando, pero parecía ser un suspiro de exasperación, por lo que alcé mi mirada hasta él, interrogándolo. Me sonrió, virando los ojos.

—Amor, ahora eres alguna clase de hechicera, solo podrías desear que el libro te muestre el hechizo y listo, un poco de magia, tu deseo y el hechizo ahí.

Mis ojos se abrieron en sorpresa. Me levanté de un salto, corriendo para buscar en la habitación el libro. Cuando volví donde Alan, él se encontraba en el sofá esperando, sus manos juntas entre sus rodillas y había encendido las luces. Me senté en el suelo, las piernas cruzadas, el libro en la mesa frente a mí. Lo abrí, poniendo mis manos a cada lado del lomo. Miré a Alan, el corazón latiéndome a la expectativa. Un asentimiento de su parte me hizo concentrar en el libro y en el deseo en mi mente.

Para mi sorpresa, las páginas se pusieron en blanco para volver a escribir. Me sobresalté tanto que el proceso se detuvo gracias a que mi concentración se desvió.




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