Lunas de plata

CAPÍTULO 39

El sol comenzaba a salir cuando llegamos al bosque. Mis manos, de por sí siempre frías, se habían congelado más por los nervios. Mi esposo, pendiente de mí, las tomaba entre las suyas para darme un poco de calor y aliento.

—Alan, tengo miedo —dije cuando ya casi estábamos llegando. Alan, con una chaqueta encima y un gorro tapando su cabello, me dio una mirada sobre el hombro, sonriéndome tranquilizador.

—No te sucederá nada, preciosa, confía en mí.

—Confío en ti, pero no en un lobo.

—Piensa que estamos volviendo casi que al comienzo de nuestra historia. —Solté un sonido quejumbroso.

—Gracias a eso pasé sin poder dormir dos años, Alan.

—Pero ahora tienes poder y me tienes a mí para defenderte.

Seguí quejándome por minutos, aunque no hice nada para devolverme. Él tenía un punto: tenía que interactuar con verdaderos lobos si quería convertir a Braham. Antes solo había pensado en hacer aparecer un lobo, teniendo la idea de que podría volverlo dócil al instante, pero ¿y si no? ¿Y si se ponía agresivo al arrebatarlo tan brusco de su entorno? Era mejor hacerlo a la manera de Serene: hacerme amiga del lobo y luego… Vaya, eso era horrible.

En determinado momento, Alan se detuvo, pendiente del entorno. Ya estábamos muy adentrados en el bosque, muchísimo, así que no me detendría.

—Hay un lobo cerca —susurró Alan, escaneando el lugar—, pero es un solo olor, así que debe ser un lobo solitario.

—¿Y esos no son los más peligrosos? —Volví a quejarme. Alan besó el dorso de mi mano, sus ojos divertidos por mi constante queja.

—Sí, pero también pueden estar en busca de una manada.

—¿Y tú quieres formar una manada de lobos? —pregunté, escéptica. Él se rió entre dientes, devolviéndose un paso para tomar mi rostro y besarme.

—Has cambiado tanto, pero sigues siendo la misma chica que conocí, esa que no puede guardarse sus pensamientos cuando está nerviosa. Todo saldrá bien, no te preocupes.

—Me sigue sorprendiendo la fe que me tienes.

—No es fe, es seguridad y confianza.

Le sonreí, conmovida. Me levanté en las puntas de mis pies, intentando alcanzarlo para besarlo.

—Te amo —susurré, aun rozando nuestros labios.

—Te amo también, pero es hora de buscar a ese lobo.

—Es más probable que sea loba ¿influirá en algo? —Se quedó pensativo.

—Pensaría que sí.

No dije nada más. Alan volvió a tomarme de la mano para seguir nuestra caminata en silencio. Él me metía por los árboles, guiándome por donde su olfato lo llevaba. No dije nada, pero una sonrisa amenazaba con salir en mis labios al compararlo con un perrito de caza, sin embargo, toda diversión se apagó cuando Alan ralentizó su caminar y se acercó a una cueva medio escondida.

—Aquí debe estar nuestro amigo o amiga —dijo, agachándose para mirar dentro de la cueva.

—No sabía que los lobos vivían en cuevas —me sonrió.

—Yo vivo en un apartamento y eso no se te hace raro. —Lo miré mal.

—Bueno, entonces cómo haremos para hacerlo salir de su escondite.

—Tengo una idea, pero no creo que te guste —dijo. Antes de que pudiera protestar, él se convirtió. Me miró, sacudiéndose.

—No, no me gusta tu idea, Alan. —Me ignoró. Comenzó a llamar la atención del lobo dentro de la cueva resoplando y gruñendo, sin alejarse de mí.

Quizá un minuto después se acercó a la entrada un cuerpo grande, un poco más pequeño que el de Alan, pero no tan pequeño para ser una hembra de un lobo normal.

Mi cuerpo se agarrotó al verlo, mi respiración atascándose. Tuve una reminiscencia, las mismas sensaciones, solo que en esa ocasión el lobo frente a mí no se acercó, no me tocó, ni me ignoró como lo estaba haciendo este para concentrarse en Alan, quien, luego de su espectáculo, se mostró dócil ante el otro. No quería que atacara, lo leí en su lenguaje corporal. El lobo original en determinado momento, luego de mostrarle sus dientes a mi esposo, se concentró en mí. Mis piernas querían salir corriendo, alejarme del ser que podría atacarme y dejarse sin carne en los huesos, pero, así como había hecho Alan ante él, bajó sus orejas, sus patas y cabeza.

—Reconoce la magia de Serene en ti —grité, saltando hacia atrás cuando escuché una voz detrás de mí. Alan, al mismo tiempo que yo, también se interpuso entre quien había hablado y yo. El lobo, por el contrario, atacó al aire luego de que Hux desapareciera antes de que pudiese tocarlo.

Me llevé una mano al corazón, intentando recuperar la respiración. El rubio se materializó frente a mí, de nuevo, solo que el lobo a mi lado derecho comenzó a gruñir. De Alan solo escuché el resoplido que soltó antes de que yo mandara mi mano hacia su cabeza y le acariciara allí.

—Tienes que dejar de darme estos sustos, Hux. —Él, contrario a disculparse, se rio de mí, molestando a mi esposo.

—Veo que están intentando encontrar un lobo para Braham. La magia de Serene atrae a los animales, lo ha hecho desde que pertenece a su madre. Es poco probable que alguno te ataque, y si lo hace algún miembro de la manada, los demás te defenderían, como acaba de hacer este… pequeño.

Miré al lobo a mi lado, a la defensiva, dispuesto a atacar a Hux.

—¿Si lo toco no me morderá? —Negó. Alan sobó su cabeza con mi pierna, como alentándome a hacerlo.

Con temor, llevé mi mano al pelaje gris del lobo. No me hizo nada, tal como había dicho Hux. Una risa se atascó en mi garganta. La tensión en mi cuerpo me abandonó al ver al lobo dócil ante mí. Recordé la imagen de Serene con el lobo que ella había matado para tomar su alma, lo dócil que era él también con ella. Tenía sentido que fuera por la magia, mucho sentido. La magia de Serene era buena, y yo, aunque tenía una buena intención, también era un tanto egoísta quitarle la vida a un lobo.

—No se la estarás quitando como tal, preciosa —me dijo Alan horas después, cuando estábamos de nuevo en el apartamento, a la noche, luego de haber vuelto de la constructora y de haberme dejado descansar. Tenía frente a mí el computador portátil mientras navegaba por la página de la universidad.




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