Mi nombre es Liam, y esta es la historia de cómo mi vida cambió para siempre. Nací dos años antes de el compromiso de mis padres se podría decir en un descuido aunque seguro fue el destino en un hogar donde la paz y la felicidad parecían reinar. Después de un tiempo mis padres,Celia y Darius , tenían un matrimonio fuerte, lleno de amor y respeto. Mi padre, el alfa de nuestra manada, era un hombre de honor. Todos en la nación lo admiraban por su sabiduría y su habilidad para liderar. Mi madre, siempre cálida y cariñosa, me enseñó a ser paciente, a observar antes de actuar. La vida era tranquila, o eso pensaba yo.
Todo comenzó con la llegada de Adrián, un niño que fue presentado como mi hermano menor. Tenía un año menos que yo y su madre había muerto, dejando su vida en ruinas. Mi padre, sintiendo lástima y sabiendo que era su hijo quiso evitar que quedara solo, decidió mantenerlo con nosotros. Le pusieron el nombre de Adrián, y pronto se convirtió en una parte de nuestra familia. Aunque las circunstancias eran extrañas, yo no dudé en aceptarlo. De alguna manera, sentí que estaba destinado a protegerlo.
Desde el principio, nuestras personalidades eran diferentes. Yo era más reservado, analítico y calculador, siempre observando antes de hablar. Adrián, por otro lado, era extrovertido, alegre y siempre hablaba sin miedo a expresar sus pensamientos. Nos complementábamos de una manera curiosa, como dos piezas de un rompecabezas que no se veían iguales, pero que encajaban perfectamente. A pesar de nuestras diferencias, nos volvimos inseparables.
Pero algo no estaba bien. Mi padre, el alfa, comenzó a mirar a mi madre con una expresión distante, como si hubiera una sombra entre ellos. Al principio, pensé que era solo el peso de la responsabilidad que llevaba, pero poco a poco, los pequeños detalles comenzaron a sumar. Mi madre parecía cada vez más tensa, más evasiva, hasta que un día, mi padre me llamó a su despacho.
—Liam, hay algo que debes saber —dijo con voz grave, sus ojos llenos de una tristeza que no entendía en ese momento—. Durante años, nos han ocultado la verdad. Tu madre... no es quien pensábamos.
En ese instante, el mundo se detuvo. Mi madre la mujer a la que siempre había visto como la roca de nuestra familia, no era lo que pensábamos. Mi padre me confesó que, aunque ella nunca había encontrado a su verdadero mate—algo raro entre los lobos—, el si y era ella aunque. Ella lo había traicionado. Había estado con otro hombre, Mi mente no pudo procesar la magnitud de sus palabras.
—Yo no lo quería creer, pero lo supe al final —continuó mi padre su voz temblando por el dolor—. Ella estaba enamorada de él, de su amante. Y cuando le pedí que lo dejara, me dijo que ya no quería saber nada de mí. Ni de mí ni de ti, Liam...
En ese momento, supe que todo lo que había conocido se había desmoronado en una sola confesión. Pero lo peor estaba por venir.
Esa misma noche, bajo la lluvia torrencial que azotaba la manada, mi madre salió corriendo de casa, huyendo con su amante. Mi padre cegado por el dolor y la rabia, la persiguió. Quería que se detuviera, que recapacitara, pero lo que encontró fue aún más devastador. Al ver su amante que mi padre el alfa venía hacia ellos y que los había descubierto negó todo el romance de el con mi mamá. Con tantas dudas imposibles de describir, mi padre la siguió hasta el borde de un abismo, donde mi madre decidió terminar con todo. Se suicido arrojándose a la oscuridad de la caída.
Mi padre regresó, su alma quebrada, y encontró al amante de mi madre en la orilla. Lo mató sin piedad, su odio no dio espacio para el perdón.
Lo que ocurrió después fue un vacío profundo. Mi padre quedó completamente devastado, su alma rota por el dolor de la pérdida. En ese estado de desesperación, se hundió en la depresión, aislándose de todos y negándose a aceptar que su vida jamás volvería a ser la misma.
Con el tiempo, su salud se deterioró. La tristeza y el arrepentimiento lo consumieron, y terminó cayendo en una enfermedad que no pudo vencer. Cuando mi padre murió, y mi hermano Adrián y yo nos quedamos huérfanos, con el peso de una manada que nunca sería la misma.
Adrián, aunque joven, nunca mostró el mismo dolor que yo. Mientras yo me cerraba, temiendo que el amor me traicionara como a mi padre, él parecía comprender a los demás con facilidad. En algún momento, decidí que él sería el alfa de nuestra manada, el líder que necesitaba para sanar las heridas de la nación. A pesar de que él no buscaba ese puesto, aceptó con gratitud, pero siempre con la condición de que yo no me fuera. Quería ayudarme, y yo lo acepté.
Él se convirtió en el alfa que muchos esperaban, mientras yo me convertía en el guerrero que defendía nuestra tierra. Pero había algo en mí que aún no entendía: y si yo tampoco tenía mate. Al igual que mi madre, yo pensaba que nunca lo encontraría. Y, en mi soledad, pensé que eso era lo mejor. Porque si no podía ser amado, al menos nadie me traicionaría.