Salí antes que él para el instituto. Cuando desperté. Aunque estaba muy enojada por lo que hizo, no lo desperté. No quería que se despertara y comenzara a nublarme el día con algo. Lo seguía amando, pero lo que menos quería era tirarme a sus brazos..., solo quería darle un manotazo.
Desaparecí durante la tarde. En lugar de ir con Lance, Lara, Alice y Clara fui a la biblioteca. Sin embargo, en el camino sentía una presencia a mi alrededor, aunque nunca vi a nadie seguirme, ni a nadie entrar a la biblioteca junto a mí.
Iba a buscar el libro de los símbolos que había sacado meses atrás para saber qué significaba el tatuaje de Kiona. Estaba segura de que el tatuaje que había visto en el cuello de Mag lo había visto en ese libro.
En ese momento no estaba tan segura de haber visto bien. La había visto y se había sentado en mi mesa durante varios días, así que había podido constatar que no tenía nada. Parecía como si yo estuviera visto visiones por ese tiempo, primero el tatuaje, luego el rubio que hablaba con Alan y luego había desaparecido.
La biblioteca estaba casi desierta, solo yo, la bibliotecaria y cinco personas más. No demoré en ir a la sección de donde lo había tomado, llevándome la sorpresa de que el libro no estaba. En su lugar solo estaba el hueco del libro, como si alguien se lo hubiera llevado recientemente. Pensé que quizá se había cambiado de lugar, pero por más que lo busqué, no pude encontrarlo.
Al final de la jornada, entré a mi auto con pesadez. Tenía la sensación de que me enfermaría porque no me sentía nada bien, no solo en lo emocional. Sentía una pesadez en mi cuerpo, mareada y con un dolor de cabeza creciente.
Revisé mi móvil antes de partir. Tenía un mensaje de Alan.
Mi amor <3:
Preciosa, la universidad hoy termina a las seis, por si gustas saberlo.
Te amo, nos vemos a la noche.
Pero mira que lindo, me avisó la hora de su salida.
Resoplé guardando el teléfono de nuevo.
Que le den.
Puse el auto en marcha sin contestarle. En todo el día no me había llamado y, por supuesto, yo y mi orgullo no lo haríamos.
No me dirigí al apartamento de inmediato, de hecho, pasé por una cafetería antes ya que no había comido nada a la hora del almuerzo.
Al llegar, lo primero que hice fue tirarme a la cama. Estaba mareada.
No planeé quedarme dormida así, sin hacer deberes ni nada, pero no me sentía en capacidad de hacerlos.
Soñé algo raro: no fue un lindo sueño, pero fue algo raro... y algo estúpido.
¿Los protagonistas de mis sueños? Alan y Evoleth.
De verdad tenía que dejar eso. No iba a convertirme en una novia celópata.
Dormí lo que restaba de tarde y desperté casi a las siete. Alan, si no había llegado, estaba a punto de hacerlo.
Me levanté de la cama y cambié mi ropa por un pantalón holgado y una camisa —también holgada— de manga corta. No estaba para nada sensual, pero no me importaba, antes mejor.
Caminé a la cocina descalza y sobando mis ojos. El mareo había incrementado mi dolor de cabeza.
Saqué fresas, les quité sus hojas y las eché en el plato hondo, todo esto habiéndolas lavado antes, claro.
Escuché la puerta abrirse, seguido de risas que suponía eran de los protagonistas de mi sueño porque la risa de la mujer no era un conocida. Una chispa se encendió dentro de mí al recordar que me había prometido no volverla a llevar a casa.
Suspiré, pero. en vez de salir, me apoyé en la encimera. Agradecía que la barra americana estuviera en la mitad de la cocina y que la cocina fuera bastante grande y una pared tapara la sala; de otra manera, los acabados de llegar me habrían visto.
Fijé la vista en mis fresas, comiéndolas como si nada hubiera sucedido. No salí: solo comí mis fresas.
—Iré a buscar a Abril —comentó Alan con un tono de voz que decía que hasta hacía unos momentos se había reído.
—¡No! Espera aquí, no me dejes sola. —Arqueé una ceja dejando de lado las fresas. El apetito se había ido.
Esperé la respuesta de Alan, la cual demoró un poco más de lo normal en llegar.
—Bien, creo que si me ha escuchado vendrá.
Que espere sentado entonces.
—¿Me puedo sentar? Hemos caminado mucho. —Cogí una fresa y la mordí con ira.
—Eres un licántropo: no deberías cansarte tan rápido.
—Caminamos por todo el centro de la ciudad, eso es mucho. —Miré la hora en el reloj de la cocina.
Eran las siete y cinco minutos. De la ciudad al pueblo eran cuarenta y cinco minutos en auto. Me dijo que salía a las seis. En veinte minutos no caminan por todo el centro de una ciudad. La única manera de que hayan podido hacerlo era que hubieran congelado el tiempo... o que Alan me haya mentido.
Bueno, pues las mentiras tienen patas cortas, por lo tanto, la verdad siempre la alcanza. Pero suponía que él hubiera preferido que me enterara después, mucho tiempo después.
No iba a dormir ahí. Salí de la cocina teniendo a mi favor que los muebles de la sala principal no alcanzaban para ver al pasillo que daba a la habitación principal.
Volví a ponerme algo de ropa, me puse un gorro de lana en mi cabeza, sin querer peinarme y cogí las llaves mi auto.
Al pasar por la sala, los miré como si no supiera que estaban allí, ignorando la mano de Evoleth apoyada insinuante en al brazo de Alan.
Idiotas.
—¡Abril! —Miré sin emoción a Alan que se levantó en cuanto me vio del lugar en donde estaba sentado.
¿Dónde estaba su super oído? Porque estaba segura de que las madres que le estaba echando se podían oír hasta fuera de mi cabeza.
—Alan, Evoleth —los saludé dejando salir mucho aire de mis pulmones.
Abrí la puerta mirándolos todavía. Solo dejé de hacerlo al salir y cerrar la puerta detrás de mí.
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Editado: 08.06.2021