Resoplé cuando vi que el vampiro no me dejaba abrir la puerta.
—Ya te dije que no iré a ningún lugar contigo.
—Podría convencerte de otras maneras más que rogando.
Exhalé una risa.
—Deberías intentarlo —dije, señalando el colgante de mi collar. Él lo miró y sonrió.
—¿Y collar de protección? El pulgoso es una buena persona, al fin y al cabo, dándote un dije hechizado aun sabiendo que no eras su pareja.
Suspiré cuando, una vez, intenté abrir la puerta y él la volvió a cerrar.
—¿Quisieras dejarme en paz? Entiendo que un vampiro siempre quiera hacer el mal y todos esos cuentos, pero resultas cansón restregándome en la cara que no soy compañera de Alan.
Por alguna razón se rio.
—Oh, pero solo lo hago para verte sacar tus garras, pequeña gata.
—Me llamo Abril, y no soy una gata.
—Y yo me llamo Braham, gracias por preguntarlo. Y sí lo eres, es nada más verte esas largas garras y ese carácter que parece ser tierno, pero resulta filoso.
De manera inconsciente me miré mis uñas. No estaban tan largas como él decía, pero sí necesitaban un pequeño arreglo.
Me crucé de brazos, rendida.
—¿Qué quieres?
—Ya te lo había dicho: creo que necesitas un hombro amigo en tu momento débil, para eso te dejé mi número.
—Tengo amigos, no necesito el hombro de un vampiro que anda detrás de mi ex y que de seguro quiere sacarme cada gota de sangre de mi sistema.
—No es por ofenderte, pero la sangre humana es asquerosa. Podrías partirte una pierna en este momento o abrirte la garganta y lo único que quisiera hacer sería vomitar, aunque lástima, no podría hacerlo.
Lo miré frustrada, pero decidida a probarlo. De igual manera estábamos en plena luz del día, los estudiantes seguían buscando sus autos para irse a casa, así que también tenía público.
Miré mi codo, el lugar en donde había una herida cicatrizando y que me había hecho en uno de los últimos entrenamientos con los licántropos. Era algo positivo que no tuviera que seguir volviendo a ello, pero creí que seguiría con el ejercicio.
Alan me había mencionado que los vampiros se agitaban al sentir el olor de la sangre humana, aunque fuera una sola gota, así que comprobé que él decía la verdad cuando me quité la costra y solo levantó una ceja, sin que sus ojos cambiaran de color al rojo característico de un vampiro hambriento.
—¿Satisfecha? —Resoplé en respuesta—. No sé por qué te enojas tanto; te estoy ofreciendo ayuda y una amistad que te puedo asegurar te hace falta.
—Lo único que me hace falta es que me dejes ir a mi casa.
Levantó sus manos en señal de rendición, alejándose de la puerta. Suspiré, pudiendo entrar al auto, sin embargo, no esperé que él entrara también a él.
Gruñí, dejando caer mi cabeza en el volante al notarlo a mi lado.
—Que molesto.
—Persistente, prefiero llamarlo.
—Mira, Braham. Tengo amigos, no te necesito ¿Y por qué haces uso de tus dones en un lugar público? Cualquiera puede notar que pasaste de un lugar a otro en cuestión de milisegundos.
Se encogió de hombros con simpleza.
—Las mentes humanas son débiles. Ni siquiera tu amiga tiene un collar de protección, y eso que es novia de un nacido en la luna azul; no hay peligro cuando en cualquier momento puedo cambiar sus pensamientos. Nómbrame algún amigo, sin incluir a tu amiga Alicia.
Iba a preguntarle cómo es que sabía que Alice no tenía una protección, pero recordé que había estado vigilando a Alan, así que eso incluía a su familia… y a mí, así que me concentré por decirle el nombre de alguno de mis amigos, pero mi mente se quedó en blanco.
No podía hablar con Charlotte sobre su hermano, no en el momento.
Alicia estaba metida en su mundo con Trevor, así que tampoco contaba, mucho menos cuando no me había preguntado nada aun viendo mi estado.
Clara, Lara y Lance no llegaron a mi mente, por más que lo pensé. También estaba Aaron, pero a él siempre recurría cada que tenía un problema y no quería que nuestra amistad se basara solo en desahogos de mi parte.
Me quedé callada, sintiendo como las lágrimas volvían a mi garganta de nuevo.
Él chasqueó la lengua.
—¿Lo ves, pequeña gata? Me necesitas.
***
Incliné la cabeza, dejando que el líquido cubriera mi boca y bajara por mi garganta. Hice una mueca.
—Wow, tranquila que no es alcohol.
—Quedé sedienta y está fría —respondí mirando la botella de agua que Braham el vampiro, me había comprado luego de haber hecho algo que él consideraba que me serviría: gritar a los cuatro vientos lo imbécil que era Alan mientras él me acompañaba gritando lo idiota que era por dejarme.
Adorable para llegar de un vampiro.
—Bien, Braham. Estás dispuesto a ayudarme, ¿verdad?
—Sí.
—¿Por qué?
—Siempre es bueno ayudar a las novias de los licántropos.
—Ya no soy su novia.
—Pero lo fuiste y debes conocerlo. Tu mente me es de ayuda. —Reí porque su tono dejaba ver que era una broma.
—Sigo sin creer que de verdad quieras ayudarme.
—Eres mi acto de caridad.
—Pero eres un vampiro, debes hacer daño y no hacer actos de caridad.
—No todos hacemos lo mismo. Yo voy contra el sistema —admitió mientras se acostaba en el pasto.
Miré a lo lejos. Estábamos en los alto de una montaña, un poco lejos del pueblo.
—¿Puedo preguntarte cuántos años tienes?
—Cuando eres inmortal, dejas de contar los años luego de un tiempo.
—Oh, yo...
—Luego te contaré esa historia,
—¿Quién te dice que pasaré más tiempo contigo?
—Simplemente lo sé. —Sonrió y mis ojos se llenaron de lágrimas cuando un recuerdo con Alan diciéndome algo similar llenó mi mente.
Busqué el dije, mirándolo. Meses atrás Alan me había dicho que solo tenía que mirarlo y preguntarme cuánto me quería para que el corazón se iluminara y el líquido dentro de él, siempre congelado, se moviera, pero en ese momento no pasó nada, el collar quedó con su color intacto y con el líquido dentro de él de la misma manera.
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Editado: 08.06.2021