Lunas escarlata

CAPÍTULO 32

El silencio entre Alan y yo era agonizante. No sabía cómo romperlo siendo tan cobarde como para ir a buscarlo.

Seguía en casa de sus padres, según lo que me había contado Charlotte porque cada mensaje que le mandaba a Alan era ignorado o contestado con pocas y frías palabras. El último, el que más me había dolido, solo diciendo que no quería verme el día anterior.

Mordisqueé mi labio, pensativa, mientras Lotty y Alice estaban detrás de mí, sentadas en mi cama, al menos Charlotte, porque Alice estaba acostada jugando con uno de mis cojines.

—¿Es posible que no quiera verla por influencia de los vampiros? —Miré de inmediato a Alice, quien había hablado, y luego a Charlotte. El globo de la esperanza se pinchó cuando ella negó.

—Alan ya está libre de la persuasión, debe ser otra cosa.

Suspiré, frustrada, dejándome caer en el bordillo de la ventana abierta.

—¿Entonces por qué está enojado conmigo? Hace tres días se despertó y no ha querido verme. Pensé que estaba así con todos, pero ahora ambas me dicen que lo ven normal, así que el problema soy yo.

—El problema no eres tú: el problema al parecer es contigo. Es un poquito diferente.

—Para mí es lo mismo, Alice. —Volví a suspirar, pensando en las mil razones por las que podía estar tan enojado conmigo. No tenía experiencia en el vínculo, así que no podía conectar con él para intentar saber qué estaba sucediendo… o no quería que lo supiera, así como había dicho Charlotte que podría ser una opción.

No había pensado con anterioridad que el tener tanto con tu pareja podría acarrear una falta de privacidad, pero luego Alice y Lotty me habían aclarado que se podía bloquear a tu compañero. Fue así como habían logrado llevarse a Kiona y Trevor sin que se sospechara algo más allá que suponer que solo era enojo.

Me estaba doliendo la cabeza de pensar tanto en una razón. Yo no la veía, con sinceridad.

—¿Y si vamos juntas a casa?

Me mordí el labio con más fuerza, indecisa.

—¿Cómo sigue él? —Ella se encogió de hombros.

—Es afortunado de ser un licántropo y poder recuperarse en menos tiempo, pero todavía se nota un poco herido.

Suspiré, recogiendo mi cabello en una coleta.

—Está bien, iré contigo. Me voy a arriesgar a que se enoje más.

Sin decir una palabra más se levantó. Alice también lo hizo, pero se quedó sentada mientras yo buscaba un abrigo. Dudaba mucho que Alan quisiera darme uno suyo o que al menos lo tuviera en casa de sus padres.

No llevé mi auto, me fui con Lotty en el suyo. Alice tomó un taxi luego de haberla dejado en un lugar más… accesible.

El último mes me había dejado sin uñas a las cuáles morder para intentar disipar un poco el estrés que me estaba generando todo, pero aun así intenté mordisquear algo más que mi labio en el camino. Agradecí los intentos de Lotty de ponerme tema de conversación, aunque al mismo tiempo me sentí un poco mal por no poder meterme de lleno a ello. Estaba nerviosa, no había visto a Alan por tres días y no sabía en qué iba a terminar todo.

Dudé un poco en bajarme del auto cuando llegamos a la casa. Todo se veía tranquilo, el viento soplando en las copas de los árboles de la zona, las antorchas en su posición, apagadas por ser aun de día. Solo se escuchaba la lejana risa de unos niños que se apagó en cuanto entramos al garaje y la puerta se cerró.

Charlotte, al ver mi indecisión, me abrazó.

—Mi hermano te ama, Abril. Se niega a hablar del por qué está enojado contigo, pero no dudes que te ama.

Asentí y me bajé junto con ella.

Al entrar a la casa lo primero que se escucharon fueron algunas risas provenientes de una de las salas. Ya había mencionado que la casa de los Lee era grande: lo primero que se veía al entrar a la casa no era una sala de estar, ni nada de eso, sino un pequeño hall al que se unían las demás habitaciones.

No dejé pasar más tiempo, con cada segundo que estuviera parada sin hacer algo ahí sería más fácil que Alan sintiera mi olor y huyera. Seguí a Lotty hasta donde estaba el resto de su familia, incluso Adara.

Carraspeé para llamar la atención de Alan, quién, con renuencia, se giró hacia mí mientras yo me paraba incómodamente en la puerta, solo dando un pequeño saludo a su familia porque no podía dejar de retorcer mis dedos entre ellos.

La sonrisa que había tenido Alan se borró para reemplazarse por una mueca.

—¿Podemos hablar? —dije casi sin aliento. Comprobé que se veía mejor, aunque tenía ojeras bajo sus ojos. Cuando notó que no tenía otra opción más que hablar conmigo, suspiró, tomando las muletas que no sabía que estaba usando. Salió de la habitación luego de lanzarme un gruñido susurrado para que lo siguiera. Intenté sonreírse a su familia antes de hacer el mismo camino.

Entró en una habitación en la cual nunca había estado. Sólo había un escritorio de madera lustrada, dos sillas y una biblioteca enorme que cubría toda una pared. No tardé mucho en saber que era el estudio u oficina de su padre. No era una habitación cercana a la sala en donde estaba su familia, así que me relajé un poco al saber que, si discutíamos, nadie escucharía. Además, según lo que me había comentado Alan hacía tiempo atrás, las habitaciones no permitían que salieran muchos sonidos de ellas, como una manera de defensa por si debían esconderse o planear algo en poco tiempo.

Alan se recostó en el escritorio, esperando, pero yo también lo hacía, con la esperanza de que me dijera la razón de su enojo. Sin embargo, al ver que de mi boca no salía palabra alguna, arqueó su ceja. Sus labios estaban apretados, sus hombros tensos y espalda recta: estaba en una posición clara de defensa.

—¿Y bien? ¿No querías hablar?

—Quiero hablar, pero pensé que tenías algo que decirme…

—Si tuviera algo que decirte te hubiera dicho que vinieras. —Su falta de afecto y palabras me enojó. Me crucé de brazos, frunciendo el ceño.




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