Lunas escarlata

CAPÍTULO 38

—Me preocupas, Abril. —La voz de Alan a mi lado me hizo reaccionar.

Frente a mí estaban mis padres saludando a Maxon, quien acababa de llegar. Intenté darle una sonrisa a mi novio, pero reí cuando solo me dijo que no pretendiera engañarlo.

—Yo estoy preocupada también, pero no es momento para hablar de eso —dije mientras me levantaba al ver que mi cuñado iba hacia mí para saludarme.

—¡Mi cuñada favorita! —Su abrazo me levantó unos centímetros del suelo. Reí, abrazándolo de vuelta. Cuando me puso de nuevo en el suelo no me soltó—. América me contó que sabes nuestro pequeño secreto.

—Ni tan secreto… Te demoras una semana más y rompe fuente. —Se rio, besando mi cabeza. Le apretó la mano a Alan solo por un momento como saludo. Era claro que la relación entre ellos dos era mucho más formal porque se habían visto apenas unas cuantas veces.

Capté la mirada de América cuando pasó con frituras y salsas para poner en la mesa. Alan corrió a ayudarla mientras Maxon hablaba con mis padres.

—¿Cuánto tiempo piensas quedarse? —preguntó mi madre mientras tomaba asiento y llevaba a su boca un par de frituras. Maxon y América compartieron una mirada antes de que Maxon se sentara y tomara él la palabra.

—Creo que sólo estaremos aquí por una semana más, luego tenemos que volver.

Mi madre hizo una cara de desilusión. Sacudió sus manos, dejándose abrazar por mi padre.

Alan y yo les dimos su espacio cuando nos fuimos hacia la barra que separaba la sala con la cocina. Alan me abrazó por los hombros, besándome en la cabeza, quedándose detrás de mí mientras yo volvía a tomar asiento. Noté cuando América se secó las palmas de sus manos contra sus vaqueros.

—Además, he estado aquí como por un mes, mamá, aunque en realidad tenemos una noticia —comenzó. Mis padres la miraron con expectativa. Maxon la tomó de la mano.

—Nos mudaremos en unas semanas, solo volveremos para empacar y por nuestras cosas… América ya no quiere estar separada más de ustedes y yo la seguiría al fin del mundo si hace falta.

—Eso no decías hace casi seis años —recordó mi padre, aun con un poco se resentimiento. América le lanzó una mirada que me hizo reír por lo bajo, sin ser notada más que por Alan.

Maxon también se rio, dejando caer sus manos en sus rodillas.

—¡Tengo un regalo para usted, señor Lowell! Para hacer las paces.

—¡Hasta que por fin aprendes que para ti soy señor Lowell y no Nicolas! —No pude contener la carcajada que salió de mí. Mi padre quería a Maxon, y en realidad no le molestaba que lo llamaran por su nombre de pila, de hecho, era algo que él mismo le había pedido, pero su relación se basaba en tirarse indirectas por la partida de América de casa y pretender que el rencor seguía vigente.

Maxon volvió pronto, con una cajita de regalo que ya imagina qué contenía. Apreté las manos de Alan cuando mi cuñado volvió a tomar asiento, tomando la mano de mi hermana mientras mi padre abría la caja.

Unos zapatitos blancos reposaban ahí. Mi padre demoró en entender, pero en cuanto mi madre vio el «regalo», gritó, tapándose la boca con las manos y quedándose pasmada. Mi padre alzó los ojos hasta mi hermana, quien parecía estar a punto de desmayarse, y Maxon, tranquilo a su lado.

—¿Es una broma?

—Papá, su vientre ya casi no lo puede disimular ¿Y preguntas si es una broma? —dije yo, confirmando lo que ni Maxon ni América eran capaces de hacer. Mi madre volvió a soltar un gritito, antes de soltarse a llorar.

—¡Mi hija! —lloró mi madre. Me preocupé por verla en ese estado. No sabía si estaba feliz, triste, decepcionada u otra cosa.

Mi padre se quedó sentado, asimilando la situación antes de parpadear rápido para alejar un par de lágrimas que yo había logrado detectar. Se levantó y levantó a mi hermana con una fuerza que creo que no midió. Casi la ahogó cuando la abrazó.

Lágrimas saltaron de mis ojos al verlo, mucho más cuando mi madre por fin reaccionó y se unió al abrazo que le daban a América y a Maxon, a quien habían dejado excluido por unos minutos.

Me giré en el asiento para abrazar a Alan por la cintura. Besó, de nuevo, mi coronilla.

—Tus padres se lo tomaron bien.

—América lleva casi diez años con Maxon, a ellos les cae bien, y ya son adultos como para tomar la decisión a consciencia. Claro que están felices.

—¿Diez años? —Pareció desilusionarse—. Vaya, llevan mucho tiempo ¿No crees?

—Sí, pero parece funciona entre ellos. Es admirable y lindo.

—Tu familia tiene suerte, todas parecen encontrar pronto a los hombres de su vida. —Levanté mi cabeza de su pecho sonriendo.

—Sí, todas lo hemos hecho. —Me devolvió la sonrisa—. ¿Me regalas un beso? —Sacudió su cabeza como si lo pensara.

——Tu padre me mataría si me ve besándote de nuevo.

—Uno pequeño, pequeñito. —Rio, antes de presionar su boca en la mía por un pequeño instante.

—¿Feliz? —Asentí. Se inclinó hacia mi oído sin yo esperarlo—. Me iré pronto, pero deja tu ventana abierta para mí, debemos hablar.

La alegría que sentía por mi hermana se esfumó. Asentí, en acuerdo, y tal como había dicho, se fue pocos minutos después.

No pude dormir ni una hora. A la una de la madrugada llegó Alan, vestido con un pantalón de pijama y una camiseta de algodón.

Me tiré a sus brazos aun en la oscuridad y él no demoró en recibirme.

—Podríamos hacer otras cosas en vez de hablar de la profecía —sugerí, queriendo librarme del tema por el lado que sabía que más le gustaba a Alan.

—En otro contexto sería tentador, pero creo que no. —Suspiré. Él nos guio hasta la cama y encendió la linterna de su teléfono para que no iluminara mucho. Con esa luz sus rasgos se veían casi tenebrosos, pero era Alan, nunca lo vería como el villano—. Tienes que contarme más lo que sucedió ese día.

Lo pensé, pero en realidad no había mucho que decir.




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