Lux

Prefacio

 

Junio de 2012

 

Lo único que escuchaba era ese pitido molesto que no sabía de dónde provenía, también escuchaba los murmullos de la gente, pero no sabía que estaba pasando, al igual que no sabía porque tenía los ojos cerrados.

Intentaba abrirlos pero en este momento era una ardua tarea para mí, quise moverme, pero tampoco pude.

Qué demonios me había pasado.

Intente recordar, pero tenía la mente en blanco.

Después de lo que para mí pareció una eternidad pude abrir los ojos, no reconocía el lugar, ni a las personas que tenía alrededor.

 

¡Ha abierto los ojos! ―escuché gritar a alguien― Escúchame. Tienes que mantenerte con nosotros,  tienes que luchar por seguir viviendo, no puedes irte. Tienes que luchar. No cierres los ojos.

Intente responderle, pero la voz no me salía. Y fue entonces cuando me di cuenta de donde estaba.

 

En un hospital.

 

Fue como si todo el dolor que no había sentido hasta ese momento me golpeara de vuelta a la realidad. El pitido que había estado escuchando era de la maquina a la que estaba conectada; las voces, eran la de los médicos que me estaban intentando salvar.

Sentía dolor, un dolor indescriptible, un dolor que solo me hacía desear que todo acabara de una vez y poder estar en paz, quería que dejara de dolor, quería cerrar los ojos y volver a dormir.

Y fue lo que hice, cerré los ojos.

― ¡Carro de reanimación! ―fue lo último que escuché antes de caer en los brazos de Morfeo―



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En el texto hay: amigos, familia, recuerdos del pasado

Editado: 06.06.2018

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